¿Quieres ir a la cama?

Sexo 13/02/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:22
 

Querido diario: No voy a decir su nombre porque… No se me ocurre un nombre falso para él, así que mejor le voy a poner Osito. Digo lo del nombre falso porque, no estarás para saberlo, pero yo sí para contarlo: Contratar putas es una de esas cosas que se hacen, pero no se andan presumiendo. No, al menos, si tienes una vida privada que cuidar. Ya sabes, esposa, hijos, trabajo, familia, etcétera. Así que, para proteger la identidad de mis clientes, cuando escribo estas colaboraciones, generalmente cambio algunos detalles clave. Principalmente el nombre, la edad y la profesión, pero también doy uno que otro dato que despiste, puedo escribir de un chico que es pelón y poner que acaricié su cabellera y así. Ya sabes, cosas que al susodicho le permitan, si le caen en el chahuistle, decir “ese no soy yo”:

En fin, el caso es que le llamaré Osito. Es comerciante. Nos conocimos hace poco, pero desde entonces nos hemos visto bastante. Me emociono cuando me llama. No sólo porque me gusta mucho como amante, sino porque además me la paso de maravilla. Admiro mucho la forma en que se ha ido abriendo espacio en la vida. Es de los que, si se lo propone, le vende mayonesa a McKormic o chiles a Herdez. Poco a poco ha ido consolidándose en su mercado y le va bien.

Nos vimos en la semana. Es joven y apuesto. A veces parece una estatua. No por tieso, sino por su figura, sus hombros anchos y buena postura. No es tan alto, pero tiene algo imponente, un aura altiva, con barba de candado y mirada de domador de leones. 

Me acerqué hacia él. Nos miramos a los ojos, tejiendo un campo electromagnético de purita calentura. Él hizo el primer movimiento. Se aproximó e inclinó su rostro hacia el mío tomándome suave y delicadamente. Sus labios sabían muy rico. Como a sal dulce. Su lengua estaba helada, pero al hacerla bailar con la mía, fue calentándose. Cuando me tomó por la cintura, palpé su cuerpo, las grutas entre los músculos de sus brazos, la textura de su pecho. Rápidamente nuestras caricias fueron subiendo de tono.

—¿Quieres ir a la cama? —preguntó. Asentí complacida y nos tomamos las manos para dar tres pasos hacia la cama. Él comenzó a desvestirse sin dejar de mirarme. Sonreía. 

—¿Me ayudas? —le pregunté dándole la espalda. Me bajó la cremallera pausadamente y  acarició mi espalda. La palma de su mano fue como seda sobre mi piel. Me arrimé hacia él, de espaldas. Me tomó por la cadera y me hizo alzar las nalgas para restregarlas suavecito contra su entrepierna. Sentí el bulto prensado y endurecido. Su chile en pleno, a punto de rasgar la tela de su bóxer. 

—Vaya—susurré ofreciéndole mi cuello mientras él iba dejando un caminito de besos divinos, que me pusieron la piel de gallina. 

Entonces me incliné sobre el colchón, sin dejar de rozar mi cuerpo contra el suyo. Terminamos por desnudarnos y nos arrojamos sobre el colchón. En un santiamén deshicimos la cama y nos metimos bajo las sábanas. Con ansias nos empezamos a comer durísimo, besándonos apasionadamente y estrujándonos las ganas para exprimirlas cada vez más. Alcanzó un preservativo y se lo puso. 

—Cógeme ya —le pedí.

Me penetró ahogando un grito, sintiendo ese escalofrío riquísimo cuando algo causa un placer muy raro que parece dolor. Su pecho presionaba mis tetas y con su vaivén sus vellos gruesos acariciaban mis pezones, causándome una cosquillita que me traía loca.  

—No pares, dame más rápido —supliqué. 

Sentía que me lo empujaba bien adentro, una y otra vez, rozándome exquisitamente el clítoris con su ingle. Lo adiviné. La vibración en mis entrañas, su pose congelada y esas últimas embestidas sólo podían anunciar el desenlace más gustoso. El clímax nos envolvió en un grito seco que amarramos con nuestras ganas y nos apretamos tanto que nos fundimos. Hasta que nos relajamos finalmente y nos desacoplamos.

Estuvimos conversando largo rato. Es un tipazo mi Osito.

Hasta el jueves,  Lulú Petite

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