No deja de ser un juego

13/01/2015 18:03 Lulú Petite Actualizada 18:08
 

Querido diario: Una de las mejores cualidades del sexo es que, a pesar de todo, no deja de ser un juego.

Dicen que el órgano sexual más importante, tanto en hombres como en mujeres, es el cerebro. Más allá de las funciones fisiológicas de nuestros cuerpos, del placer que se puede sentir con una caricia, lo glorioso de un beso o lo fascinante de ciertos aromas, todo combinado en nuestra cabeza se convierte en un coctel de deseo, juego y fantasía que puede hacer de un acto físico algo glorioso.

Hace unos días vi a un cliente que atiendo desde hace años. Nos llevamos de maravilla y, a veces, le gusta que juguemos. Que el sexo no sea rutinario, sino que lo aderecemos con simulacros y travesuras. Como leyó que tengo una fijación sexual con los doctores, decidió sorprenderme.

Me recibió de bata blanca. Además, cuidadosamente acomodado sobre la cama había un uniforme de enfermera, de mi talla y bastante sexy invitándome a jugar.

Me puse el uniforme en el baño. Acordamos suponer que era una noche tranquila en un hospital y me tocó hacer guardia. En la habitación del motel (que en nuestra imaginación se había transformado en consultorio) estaba descansando, también de guardia, un médico cirujano.

Los pacientes estaban durmiendo y todo parecía en orden. La noche es larga, fría y aburrida. La imaginación vuela y, como yo era una dulce enfermerita calenturienta y atrevida, decidí meterme al consultorio.

El doctor dormía tranquilamente en la cama de auscultación, pero lo desperté con una caricia en su mejilla. Cuando abrió los ojos se me quedó mirando con picardía:

—¿Qué sucede señorita? ¿Hay alguna emergencia?— Preguntó sonriendo.

—No doctor, sólo pasé para ver si no se le ofrece nada— Respondí jalando el escote para que se asomara el nacimiento de mis senos.

—Pues si los pacientes están bien, no se preocupe, descanse un poco.

—Mi estación de servicio es muy incómoda, si quiero descansar, necesito una cama como la de usted.

—Se la dejo con mucho gusto.

—Sólo si la compartimos doctor— respondí acostándome a su lado y dándole un beso.

Con movimientos hábiles desabotoné su pantalón, bajé su cremallera y con una mano tome su pene y comencé a frotarlo suavemente. Al principio era una caricia, sentí cómo se llenaba de sangre y se endurecía en mi mano hasta convertirse en un grueso, largo, recto y venoso miembro circuncidado, con una cabecita redonda y perfecta.

Acaricié la suave piel de su pene unos segundos antes de empuñarla con firmeza y comenzar a masturbarlo, en principio lentamente, poco a poco acelerando el movimiento de abajo hacia arriba. Me puse de rodillas a su lado y seguí jalando su miembro desnudo con intensidad.

Él gemía en la cama, con los ojos cerrados, aunque los abría en momentos y me dedicaba medias miradas con gestos de placer y jadeos delirantes. Su miembro estaba duro y enorme. Yo estaba excitadísima, lamiéndome los labios, cuando tomé un condón del buró y lo abrí diciéndole:

—Quiero mamársela doctor ¿Puedo?

Él asintió con la cabeza. Dejó que le pusiera el hule y me la llevara a los labios. Comenzó a mover su cadera levantándola y bajándola como si me estuviera cogiendo por la boca. Nos mirábamos a los ojos, él con sus manos en mi cuello, yo con las mías acariciando su abdomen y su pecho.

—Qué delicia señorita, no se detenga— Gritó. Visiblemente estaba a punto de venirse, yo con mis dedos estimulaba mi ya empapada entrepierna. El juego me había calentado mucho, no quería que parara allí, deseaba seguir, ser penetrada, tener mi orgasmo. Así que cuando más caliente lo tenía, dejé de chupar.

Levanté la faldita y me puse en cuatro sobre el colchón ofreciéndole mi vulva. Ambos seguíamos con ropa puesta, él sin los pantalones, pero con la bata. Yo, con todo el uniforme, aunque sin calzones.

—Por favor doctor. Esto no puede seguir así, mi tratamiento oral no basta —dije— necesito una inyección intrapiernosa.

Me incliné un poco y levanté mis nalgas hacia él, que acarició mi entrepierna y me clavó su mástil de un golpe, entró hasta el fondo robándome un grito de placer.

Puso sus manos en mis nalgas y comenzó a moverse con rapidez. A arremeter entre mis piernas con su enorme tolete. Yo apretaba las almohadas con mis manos y lo sentía poseerme con furia. Mis pechos se movían al ritmo de sus embestidas y mis pezones acariciaban la suavidad de las sábanas haciéndome sentir un placer enorme. Él se aferraba a mi cuerpo y me daba duro, cada vez con más potencia.

Nuestros orgasmos fueron fulminantes. Nos tumbamos un rato a ver el techo de la habitación hasta que recuperamos fuerza y volvimos a hacernos el amor como médico y enfermera. Estuvimos jugando mucho tiempo en esa habitación de motel transformada en consultorio de hospital, entre gritos, caricias, orgasmos, risas e imaginación, volvimos a ser como niños, a divertirnos fingiendo y a recordar que, dejándote llevar, una de las mejores cualidades del sexo es que, a pesar de todo, no deja de ser un juego.

 

 

Hasta el jueves

Lulú Petite

 

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