Toluqueño cogelón

Sexo 12/12/2017 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:20
 

Querido diario: En este negocio nunca sabes cómo será quien te abra la puerta. Voy a trabajar sin expectativas, no espero que me reciban hombres guapísimos, con que sean amables y limpios, yo los trataré con todo el amor y pasión que me sea posible, de modo que disfruten la aventura. De eso se trata mi trabajo. He de admitir que generalmente tengo suerte y mis encuentros son satisfactorios, pero el jueves salí rayada. Me cogí a un cliente extraordinariamente sexy.

Toqué la puerta y abrió en un instante. Era un hombre alto y robusto, enfundado en un abrigo de borrego y con una barba cerradísima que le da su rostro un toque de misterio y masculinidad. Cuando lo vi de espaldas, parecía un vaquero de película gringa, enorme, sólido, varonil.

Nuestras bocas se imantaron. Poco a poco, como por inercia, nos fuimos aproximando hasta que nos besamos. Lo hacía muy bien, acarciciando suavemente con su lengua el borde de mis labios, jugando a lamer sutilmente, tentándome y encendiéndome.

Sus manos no tardaron en tomar por asalto mi cintura. Me apretó firmemente y me jaló hacia sí. Nos enfrascamos en un abrazo tierno y apasionado y rápidamente nos encontrábamos en ese camino incontrolable, como si una fuerza indetenible se apoderara de nuestras ansias.

Empezamos a desnudarnos mutuamente, sin dejar de besarnos, lamernos, olernos y mordisquearnos. Desvestirlo fue como desenvolver un regalote. No estaba mamado, sino enorme, fuerte, bien dado. Acaricié su pecho mientras lo llenaba de besos y pasaba mi lengua por sus piel, mientras sobaba su entrepierna, sintiendo crecer su garrote debajo de su bóxer.

Rodamos por la cama desatando nuestras ganas, una sensación de fuego inminente, de lujuria instantánea. Entrelazamos los dedos y me alzó los brazos encima de la cabeza. Clavó sus ojos en los míos y adiviné su deseo. No hacía falta que dijera nada ni que moviera el gesto. Fue como telepatía.

Nos encueramos de una vez por todas y procedimos a restregarnos. Tomé entonces un condón, se lo coloqué con la boca y me penetró tal y como me tenía, dócil y sumisa, entregada por completo. Apreté su mano y clavé mis uñas en sus nudillos cuando sentí su miembro, prensado y duro como roble, atravesar el umbral húmedo y tibio entre mis piernas.

Cerré los ojos y abrí la boca para dejar salir el asombro transformado en gemidos. Él se apoderó de mi cuerpo y lamió mis tetas, haciendo circulitos muy ricos con la punta de su lengua en torno de mis pezones sensibles. Todas las sensaciones se dispararon por mi piel chinita. Alcé las piernas y lo rodeé por la cintura, jalándolo más hacia mí, empujando sus nalgas con mis pies, para que me lo metiera más hondo, más duro.

Sentía que me derretía entre sus brazos. Sentía que se me encendían las entrañas y no podía controlar mi respiración. El peso de su torso sobre mis tetas, nuestro vapor en conjunto, el ruido de la madera crujiendo debajo de nosotros, el silencio roto por nuestros gruñidos y exhalaciones desesperadas. Toda la fantasía se hacía realidad, se hacía veraz y se sentía en carne propia. Me mordí los labios y apreté el ceño.

—No pares —Rogué.

Nos estrechamos las manos. Él se hundió con su cadera, empujando su animal insaciable, inyectándome cada centímetro de su carne enhiesta y palpitante. Sus bolas chocaban contra mi vulva, que manaba como una cascada complacida. De pronto él se aferró a mí, tomándome por las nalgas. Yo me agarré a su cuello y hundí el rostro en su pecho, esperando el embate. Él se movió rápido, dándome todo de sí, hasta que se clavó a fondo y se vació a borbotones, como gritando en silencio, estático en ese momento de placer. Su rostro, un poema, era el mejor ejemplo de la credulidad. La fantasía y la realidad confluyen, a veces, en esta vida.

Hacía rato que la hora se había vencido. Estuvimos amándonos mucho tiempo, que ni sentí pasar. En sus brazos me olvidé del reloj, del frío y hasta de que estaba trabajando.

Lástima que ya me esperaban en otra habitación porque quería  repetir semejante cojidón y pues ni modo me tuve que ir. Regresaré pronto a Toluca, con la esperanza de volverlo a ver.

Hasta el jueves, Lulú Petite

 

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