Por eso, esto

12/08/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 07:42
 

Querido diario: 

Está del nabo pensar que tu felicidad depende de otra persona. Soy de las que creen que el amor es convivencia, no pertenencia. Algo anda mal cuando estás en una relación en la que tu bienestar está condicionado a la atención o al amor de alguien.

Claro, que esté mal no significa que no me haya pasado. Supongo que todos hemos vivido algún romance masoquista del tipo “yo-sin-ti-me-muero” y hayamos querido cortarnos las venas con pan tostado por alguien. Afortunadamente, en estas cosas uno se curte antes de morirse.

Pasado un tiempo razonable, te das cuenta de que, en el peor de los casos, el corazón te lo rompe tener grasa en las arterias, pero nunca el mal de amores. Igual, como decía, a todos nos pasa, y a todos nos toca ser a veces el pie y otras la piedra en el zapato.

En mi caso, hasta hace unos días, fui la piedra en el zapato de un encantador galán a quien, para efectos meramente literarios, llamaremos Humberto.

Humberto apareció, como muchísimos hombres en mi vida, a través de una llamada telefónica. Corrijo. En realidad apareció en Facebook un poco antes de la llamada, sólo que no había tomado conciencia de eso.

Humberto seguía mi cuenta y era uno de mis comentaristas. A veces le contestaba, otras no. Era alguien que de tanto leer terminé por reconocerlo, pero llegó a mi vida cuando al fin decidió pasar de la pantalla a la llamada y convertirse en cliente.

Me arreglé, fui al motel, llamé a la puerta y, en cuanto abrió supe que era él. No es que Humberto lo hubiera tratado de ocultar, simplemente cuando llamó no relacioné su nombre con el del chico en Facebook.

Una nunca sabe, a ciencia cierta, cuando un cliente puede convertirse en algo más. Un amigo, un cómplice, un amante. No lo sabes, pero a veces sientes cierta vibra, una corazonada que te hace abrirte un poco más, darte chance de ver qué pasa. Con Humberto, en principio no sucedió nada.

He de admitir que es muy bueno en la cama. Siempre pendiente de mis necesidades. Se mueve bien y tiene un preámbulo fantástico, tiene la paciencia de quien sabe prender el boiler y esperar a que el agua se caliente para meterse a duchar.

Cogimos esa vez, pero la cosa comenzó a tomar otro tono cuando me llamó por segunda ocasión una semana después de la primera cita.

Ese segundo encuentro fue fenomenal. Después de saludarnos y una breve conversación, comenzaron los besos. Algo en sus labios y en sus caricias me prendió tremendamente. Me lo hizo a la orilla de la cama, él de pie, en el suelo, con mis piernas en sus hombros, me tomó de las nalgas y se clavó profundamente en mis entrañas, moviéndose deliciosamente; perforándome con un ritmo y unas formas que me hicieron ver estrellitas. Tuvimos unos orgasmos deliciosos.

A partir de allí comenzó una bonita relación. Comenzamos a vernos varias veces al mes. Cuando llamaba yo me emocionaba, me encantaba como me cogía y, sinceramente, comencé a sentir cosas. No se lo dije, pero el sexo era tan bueno que probablemente se notaba. Nos entendíamos.

Humberto es un hombre interesante: Profesionista, inteligente, culto, aficionado a la buena literatura, conocedor de música y algo entre hipster y bohemio. Tiene cuarenta y siete años, estatura promedio, nariz aguileña, cabello corto y negro, mirada dulce, sonrisa traviesa, delgado, de brazos fuertes y pito de buen tamaño. Es limpio, respetuoso y divertido. Tiene un buen trabajo, un patrimonio sólido y coge deliciosamente. Tiene una casa por el rumbo de Satélite en la que vive con su esposa y sus hijos.

Naturalmente no fue el primero ni será mi último cliente casado. Así es este negocio, mucha (por no decir que la mayoría) de mi respetable clientela tiene un compromiso: esposa, novia, concubina, amante o lo que sea. Es lo bueno del sexoservicio, se trata de pasión sin consecuencias, un mero trámite: orgasmos a cambio de dinero, nada más. Dicen muchos que lo mejor de una prostituta no es que coja, sino que después de hacerlo se vaya. Sin compromisos ni remordimientos. El problema viene cuando rompes esa regla.

Un día Humberto me dijo que estaba enamorado. En principio quería que saliéramos, después habló de divorciarse, de casarse conmigo. Sus palabras fueron cariñosas, respetuosas, elocuentes y quizá sinceras, pero no tuve otro remedio que decirle que no podía seguir atendiéndolo. No puedes ver como cliente a alguien que te quiere de ese modo.

Me pidió que olvidara lo dicho y volviéramos a lo nuestro. Al sexo y la paga. Cuando no acepté insistió: “Que sin ti me muero”, “que no podré olvidarte”.

Estoy segura de que vivirá y le trabajará el olvido. No me gustó perderlo como cliente ni como amigo, pero no puedo corresponderle y creo que vale más la pena que cure sus heridas, que trate de fortalecer su matrimonio y que olvide. En cualquier caso querido Humberto, cuando lo leas, quiero que sepas que también te quiero y que, por eso, esto.

Muchos besos 

Lulú Petite

Google News - Elgrafico

Comentarios