“De Guatemala a guatepeor”, por Lulú Petite

12/03/2015 05:00 Lulú Petite Actualizada 09:45
 

Querido diario:  En este negocio hay días en que parece que la suerte te manda a los clientes más difíciles. Como te contaba el martes, mi día empezó de maravilla gracias a mi encuentro con Tomás, un cliente argentino que me sacó un orgasmo a lengüetazos.

Cuando bajé al estacionamiento todavía sentía los labios de mi amante sudamericano palpitándome en la boca y entre las piernas. Un hombre que sabe besar tiene mucho camino ganado, pero uno que además sabe lamerte por detrás y hacerte sentir que el paraíso se te viene encima, es una delicia. Salí de buenas y segura de que sería un buen día. No podía adivinar que los siguientes serían clientes terribles.

En general no me quejo, al contrario, la mayoría de ellos resultan personas agradables con ganas de pasarla bien. Si no siempre logro el orgasmo, cuando menos casi siempre consigo disfrutar la compañía; conocer a personas que me tratan bien y me hacen sentir especial.

Supongo que por eso la mayoría de los clientes son a todo dar, cuando están pagando bien, cuando le invierten a una cita es porque traen ganas de algo más íntimo, incluso en el sexo son seductores, tiernos, consentidores. Saben que si me hacen sentir bien, yo haré lo mismo con ellos y eso me hace sentir especial; ya sabes, siempre sube el ánimo sentirse deseada, saber que alguien decidió llamarte y pagarte por pasar un rato agradable contigo. Además de un buen trabajo, no deja de ser una caricia a la autoestima.

Aun así, de vez en cuando hay que atender a ese porcentaje de clientes que son como la fregada. En todos los negocios hay esos nefastos a los que quisieras no tener que atender nunca. Hoy, después del magnífico Tomás, pareciera que se pusieron de acuerdo para llamarme en fila.

El segundo que atendí es uno que ya he visto un par de veces: un comerciante guatemalteco, de mediana edad, amargado y misógino. Lo conocí hace años y nos vemos muy de vez en cuando, pero si siempre fue malhumorado, su temperamento se fue agriando más con el paso del tiempo, especialmente desde su divorcio. Tiene un carácter de los mil demonios y, supongo, esa es una de las razones por las que su mujer lo dejó. Eso lo dejó muy ardido y hoy dedica la mayor parte del tiempo de la cita a hablar pestes de su ex esposa.

Está bien. Parte de este negocio es saber escuchar y animar al cliente. El asunto es que cuando escucho tanto rencor contra una mujer es inevitable sentir solidaridad y una urgencia porque la hora pase pronto.

Después de la conversación sobre lo mucho que ella le saca de pensión alimenticia y repasar la lista de razones para odiarla, me pidió que nos metiéramos a la cama y me cogió con torpeza. Lo bueno es que es precoz y la tiene chiquita, de modo que el sexo termina rápido y ni se siente. Antes de despedirnos, no sé por qué, se le salió decirme que, físicamente, yo le recordaba mucho a su ex. Sentí escalofríos.

Es increíble, pero es un hecho que una de las causas más frecuentes del odio, es seguir amando y no ser correspondido. Me despedí de él, habiendo decidido no volver a tomarle una llamada. ¡A la burguer!

Ya en la tarde fui con otro cliente, estaba guapo, pero resultó tan mamón que Luis Miguel parecería un tierno monaguillo a su lado. Llamo a su habitación, abre, me mira de arriba abajo, deja la puerta abierta y se mete al cuarto sin saludar.

—Entra, si vas a entrar, me dice con soberbia, mientras saca de su cartera unos billetes y los avienta al tocador, como dejando claro que era mi pago. La verdad, no estoy para aguantar patanes con complejo de faraón, así que di media vuelta y lo dejé balbuceando, con la puerta abierta. Salió a buscarme, a tratar de preguntar qué había pasado, pero para cuando me alcanzó el elevador se estaba cerrando.

El siguiente cliente tenía un aliento insoportable, todo él olía mal. Por más que aguanté la respiración, besarlo era imposible, el olor y el sabor de su piel me resultaban insufribles. No te cuento cuando pensé en hacerle sexo oral, porque la pestilencia allí era terrible. Tuve que pedirle, con la pena, que se diera una ducha. Aun así, sólo pude hacerle el amor de a perrito, con mi nariz lo más lejos de su cuerpo.

De verdad. ¿Cómo es posible que alguien pague tanto para hacer el amor con una mujer y no pueda pagar unos pesos más en un cepillo de dientes, pasta y un jabón? Neta, es imposible coger con El Ecoloco.

Cerré la tarde con un último cliente. Cuando me invitó a pasar vi que en el tocador, había un plato de cerámica con tres rayas de polvo blanco recién cortadas. Por ningún motivo atiendo a personas borrachas o drogadas, así que, de nuevo, me di media vuelta, me fui y apagué el celular.

Por bien que haya empezado, terminó siendo un pésimo día.

Un beso,

Lulú Petite.

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