El ex gordito

Sexo 11/07/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 10:21
 

Querido diario: Flavio es uno de mis clientes más… ¿Cómo decirlo? ¿Robusto? No sólo es alto, sino que es ancho. Es un hombre muy gracioso, siempre sonriente y dicharachero. Acostumbra hacer bromas sobre su sobrepeso. A veces dice que es modelo Rotoplas, otras que es un gordosaurio, en vez de decir que me quiere ver hoy, dice que quiere ver ‘oinc’. Ese tipo de bromas. Alguna vez escuché que cuando alguien bromea de esa forma consigo mismo, es un medio de defensa contra algo que lo hace sentir incómodo. Una vacuna. Se dice gordo él solo, para evitar que alguien más se lo diga. No es que su obesidad lo hiciera feliz, bromear sobre eso es una forma de hablar de lo que él siente obvio.

—No es que me guste que se rían a mis costillas, porque las costillas ya ni se me sienten, soy pura chuleta —decía.

Flavio me cae muy bien. Más allá de esa bromas, tiene un sentido del humor envidiable, una sonrisa preciosa y una alegría por la vida, que se contagia.

Me habló la semana pasada, después de mucho tiempo sin vernos. Coger con hombres muy gordos no es fácil. No tengo inconveniente en atenderlos, por el contrario, algunos de los clientes con quienes más me gusta estar tienen sus kilos de más. Sabiéndote acomodar podemos pasarla riquísimo los dos, pero no es sencillo. Hay que agarrarle el modo.

Total, que quedamos en un motel de los de siempre. Pero no me advirtió nada al teléfono sobre la sorpresa con que me iba a encontrar: Estaba más flaco. Mucho más flaco. Ya no era el gigante cachetón al que no podía abrazar completo, era otro.

—¡Flavio! —grité, dejando escapar un tono de sincero asombro.

—Sí, ya sé  —dijo dejándome pasar.

Me contó que su médico le había puesto un ultimátum. O, mejor dicho, una sentencia categórica y fulminante: Bajaba de peso ya o comenzaba a redactar su testamento. Flavio es medio exagerado, le da por inventarse historias o exagerar lo que le dicen. Sin embargo, tenía sentido, la obesidad puede provocar varios padecimientos. De hecho, recuerdo que la última vez que íbamos a vernos, canceló a última hora porque se sentía mal, generalmente, al coger, se agitaba mucho y se cansaba rápido.

Ahora flaquito, lucía irreconocible. Me alegré mucho por él y lo besé en los labios.

Se sentó en el filo de la cama como si esperara que todo pasara a mi ritmo. Era la primera vez que cogía desde que adelgazó. Bajo su camisa, esconde la piel que queda del gordito que fue. Si de su pancita se reía, de los colgajos no. Como que le apenaban. Levanté la pierna y la apoyé delicadamente en su regazo. Me ayudó, lenta y pacientemente, a quitarme la bota. La cremallera rompió el silencio que reinaba en la habitación y de alguna manera fue un clic. Flavio me trataba como si yo fuera de cristal. Acarició mi piel desnuda, hundiendo con mucha ricura sus dedos en mi empeine. Luego lo fue acariciando por las pantorrillas y de ahí fue encontrando el camino correcto.

Suspiré al sentir su tacto, elegante y modesto, pero muy decidido. Dirigí su mano con mi pensamiento, haciendo mío ese momento tan íntimo.

—No pares —gemí.

Quería lanzármele encima y desgarrarlo a besos. Como si leyera mi mente, me jaló hacia él y quedé encima, a horcajadas como una vaquera. Antes solíamos hacerlo solamente así: yo arriba, meneándome y brincando, pues era el único modo posible. Pero ahora era como si Flavio hubiera descubierto una nueva forma de placer. Podía maniobrar, besarme, darme mordisquitos y manosearme, mientras rodábamos extasiados por la cama, revolviendo las sábanas, celebrando nuestro reencuentro. Sus manos cálidas y sudorosas recorrieron mi pecho, mi cadera, mis nalgas. Lo envolví con un abrazo y con las piernas alrededor de su cintura. Con su poderosa y gloriosa erección me atravesó de lleno. Él estaba más flaquito, pero su miembro se sentía más grande y gordo. Nos sacudimos mientras nuestras respiraciones agitadas armonizaban con los gruñidos y las palabras de aliento cachondo que pronunciábamos al mismo tiempo como un mantra. Su rostro se perdió entre mis senos justo cuando apretamos los cuerpos; nos estrechamos como para esperar un milagro y ahogamos nuestros gritos de placer en un momento liberador, mágico y como de ensueño.

En unas semanas le harán cirugía plástica para retirar la piel que le sobra a su cuerpo delgado. No lo necesita, se ve de maravilla como está, pero eso le dará aún más seguridad. Es el último pasito para su nueva vida. Me encantó verlo así, saludable, contento, avanzando.

Hasta el jueves

Lulú Petite

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