Me lo dio vestido

Sexo 10/04/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 20:30
 

Querido diario: Guillermo me habló el viernes, poco después de las seis. Es un hombre bajito, más o menos de 40 años, robusto y apuesto, con una complexión de toro que le da un aire de atleta retirado.

Me extendió la mano y se presentó con mucha formalidad. A veces es así. No sé si por la falta de costumbre, algunos clientes saludan como si recibieran a una auditora, no a una chica con quien harán el amor. Yo le di la mano y luego le di un beso en la mejilla, que hizo que se sonrojara. Nos pusimos a conversar para romper el hielo. Pasó un rato y, como no me llamó para platicar, me levanté y comencé a desnudarme. Mientras me iba quitando los zapatos y desabotonando la blusa, Guillermo se me quedó viendo, pero cuando estaba a punto de quitarme la lencería, se levantó y dijo:

—Espera.

Me quedé de piedra. ¿Hacía algo mal?

—¿Quieres que vaya despacio? —pregunté.

—No —dijo—. Es que me gusta hacerlo con ropa.

Se me acercó y me tocó los tirantes del bra, bajó su mano hasta palpar mi seno sobre la tela y me miró con los ojos juguetones de un hombre que comienza a encender la llama de su deseo.

Entonces me besó, primero lentamente, con calma, como probando mis labios. Luego me apretó por la cintura y me atrajo hacia él, subiendo sus manos rápidamente por mi pecho y amasando mis tetas. Me encantó la forma en que me tocó, tenía un tacto exquisito para encontrar los puntos más excitantes aun por debajo de la ropa. Él seguía completamente vestido. No se quitó el saco ni desanudó su corbata.

Se sentía raro tenerlo tan cerca con tanta ropa encima. Podía identificar sus contornos, su cuerpo tosco y esbelto, sus músculos gruesos y duros como bloques de cemento, su pecho fornido y su miembro erecto bajo la tela del pantalón. En eso comenzó a desabrocharse el cinturón y a hacerme a un lado el calzón.

—Ven —dijo de pronto.

Me empujó con suavidad hasta el tocador y me sentó en él. Se acomodó en el filo, abrió su bragueta, sacó su miembro y le puso uno de los condones que estaba a la mano. Me hizo nuevamente el calzón a un lado y me ensartó suavecito su miembro. Mis nalgas se movían sobre la madera del tocador con sus embestidas suaves y, por extraño que parezca, empecé a mojarme. Sentía vapor por todas partes y me dio la sensación de que lo estaba haciendo a escondidas y furtivamente. Funcionó. Me prendió ese juego, ese fetiche inofensivo.

Volqué mis energías en darle el placer que merecía. Me ensarté arqueando la espalda y dejando llover mi cabello hacia atrás. Él rápidamente deslizó sus manos por mi vientre, las metió bajo mi brasier y me acarició los pezones.

A medida que me meneaba, sintiendo su palo crecer y hacerse más duro dentro de mí, el calor poco a poco ganaba terreno y recorría cada resquicio de mi cuerpo.

Guillermo rugía y gemía como un toro y empujaba con su cadera para incrustarme más a fondo su pieza entera. En esa posición, podía acariciar sus bolas jugosas y recibirlo a gusto.

—Estoy a punto —gimió Guillermo, estrujándome los senos.

Comenzó a batirse, con los pies bien plantados sobre la duela.

—Ay, qué rico —dijo varias  ocasiones.

Hasta que acabó, empujando a fondo y ahogando un grito. Su ropa estaba impecable. Imaginé que, al hacerlo vestido, su traje quedaría hecho un caos, pero no. Su saco no tenía ninguna arruga, su camisa seguía perfecta. No sé cómo logró que mi humedad no dejara rastros en su pantalón. Supongo que no era la primera vez que lo hacía vestido, porque sabía cómo hacerlo sin desaliñarse.

Al final, sí nos quitamos la ropa. Toda. Nos dimos una ducha refrescante y volvimos al amor. Y navegamos por la habitación, nos metimos a la cama entre besos y gemidos, perfectamente frescos y desnudos.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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