¿Qué tal si? Por: Lulú Petite

09/07/2015 04:00 Lulú Petite Actualizada 10:44
 

QUERIDO DIARIO: Debo admitirlo, era espectacular. Como una alucinación.

A menudo, en el trabajo, me encuentro con colegas en los pasillos, elevadores y áreas comunes de los moteles. Mujeres, muchas veces muy bellas, otras no tanto, pero que sé que están trabajando como yo. Cruzamos miradas, algunas veces saludos, pero además de la cortesía profesional no somos amigas ni tenemos más relación que esos segundos de coincidencia sobre la alfombra de un corredor o el cemento de un estacionamiento.

Pero ella no era una colega. Lo supongo porque, aunque al principio la vi sola, de inmediato se acercó alguien que la tomó de la mano de una manera que sólo lo hace tu pareja, no un cliente. Además, se veían bien juntos. No sólo porque él también es guapo, sino porque había química.

Ella es una chica de unos 20 años, un poco más alta que yo, piernas delgadas, pero bien trabajadas, las nalgas respingadas, el vientre irreprochablemente plano y unos senos redondos y perfectos que, al lucirse en el escote, parecían la piel de unos enormes y jugosos duraznos maduros. Tiene una cara preciosa, enmarcada por caireles rubios que caen hasta la mitad de su espalda, una mirada verde y unos labios deliciosos coronados por la nariz más femenina que puedes imaginarte. Es simplemente espectacular. Ya lo dije: Como una alucinación.

Y en eso hubiera quedado, en alucinación, a no ser por una sonrisa que me dedicó cuando pasé junto a ella. No era un simple saludo. Era un coqueteo. De esas veces que no es sólo el guiño de los labios formando una curva alegre, sino de esas que, al mirarte fija y pícaramente, te sonríen también con los ojos. Un disparo de esos se vuelve irresistible.

Seguí caminando, aunque las piernas me temblaron. ¿Qué hacía? ¿Regresar? ¿Preguntarle qué onda? ¿Invitarlos a un trío?

No había modo, tuve que apechugar. Seguir mi camino. Yo a mi carro y ellos a su habitación… al amor… ¡Carajo! ¡Qué envidia!

Mientras manejaba no podía creerlo. No sólo que me haya puesto nerviosa y caliente, sino que fuera por una chica. No soy puritana ni sería mi primera experiencia con alguien de mi mismo sexo, pero por lo general sólo me siento cómoda en la cama con hombres; ni siquiera por trabajo exploro esa parte de mí a la que le gustan los experimentos y los riesgos. Pero ¡caramba! ¡Qué ganas de coger con esa chica del pasillo! Ni cómo volver a tener esa oportunidad ¡Me la pelé!

Naturalmente, llegando a casa, lo primero que hice fue desnudarme y meterme a la cama. Cerré los ojos, metí mis dedos índice y medio a la boca y luego los llevé entre mis piernas para empezar a acariciarme pensando en ese espejismo, en esa espectacular alucinación.

Me masturbé hasta quedarme dormida y, supongo que fue tanta la impresión, que soñé con ella.

Estábamos en el mismo hotel, la puerta de su habitación estaba abierta y ella estaba sola, parada a un lado de la cama, sonriéndome de nuevo con la mirada, retándome con esos ojos verdes y esa boca perfecta. Entré.

Sin decir nada, me tomó de la cintura y me dio un beso. Sus labios perfectos se abrían espacio en los míos, nuestras lenguas jugaban, se bebían a sorbos.

Sus manos, expertas, me acariciaban. Una, mi cuello; la otra, mis nalgas. La mano derecha bajó por mi espalda levantándome el cabello a su paso y provocando unas cosquillas deliciosas, hasta encontrarse con la izquierda en la parte baja de mis glúteos, entonces apretó y me acercó a ella sin dejar de besarme, de comerme la boca. Sentí su cuerpo pegado al mío, nuestros sexos calientes, lampiños, empapados y sus senos.

Bajé la mirada y frente a los míos, estaban esos pechos blancos y redondos. No esféricos, ni como higos o copas de champaña, sus senos tenían una caída natural, como de pera, coronados por un par de cerezas maduras, redondas, perfectas. Tomé sus pechos en mis manos y los estrujé con fuerza, ella gimió. Los levanté y me llevé los pezones a mi boca.

Ella metió su mano derecha entre mis piernas y comenzó a acariciar mi clítoris con suavidad. Yo estaba empapada y sus dedos sabían exactamente qué hacer, cómo moverse, dónde tocar, qué ritmo llevar. Su eficacia era tan intuitiva que no podía tener otra explicación que ser un sueño, la sangre me hervía, el corazón me palpitaba de prisa como una bomba de tiempo, sentí ese espasmo previo al orgasmo cuando desperté.

No pude soportar la frustración. De inmediato puse mi mano entre mis piernas y terminé el trabajo; en pocos segundos, con el recuerdo del sueño aún fresco en mi cabeza, alcancé un orgasmo espectacular.

¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Será que tenga suerte y leas estas palabras? ¿Será que te acuerdes de mí y decidas que nos merecemos ese gusto? Mujer misteriosa, me viste y te vi, nos sonreímos ¿Qué tal si me escribes? ¿Qué tal si me mandas tu foto? ¿Qué tal si esto puede ser más que un sueño?

¿Mi correo? [email protected] y [email protected]

 

Un beso

Lulú Petite

 

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