“¿Cómo?”, por Lulú Petite

08/04/2015 23:13 Lulú Petite Actualizada 09:36
 

Querido diario: Juro que no soy distraída. Siempre pongo atención a lo que hago y me cae que, dentro de lo razonable, tengo buena orientación, la memoria no me falla y entiendo fácilmente, por eso no sé cómo me pueden pasar cosas como ésta.

Resulta que de un tiempo para acá y a propósito de una colaboración que publiqué, me ha llamado una clientela con gustos muy específicos. No lo sabía muy bien, pero se me dan de manera muy natural las artes de la dominación y, habrás de creer, pero hay en la ciudad una nutrida cantidad de caballeros a los que en la intimidad les gusta el papel de sumisos.

Generalmente son hombres recios, incluso algunos con cierto poder, pero que en la cama les gusta que los traten fuerte. Hay desde el que disfruta de una rudeza sutil al que realmente quiere ser tratado como esclavo. Tengo incluso un cliente que disfruta sólo si lo trato como a un perro y cuyas peticiones no detallo en la columna para no lastimar estómagos sensibles. El caso es que les gusta el látigo y las patadas y están dispuestos a pagar más por una buena maltratada que por una buena cogida.

Así las cosas, el otro día me llamó un cliente con peticiones explícitas de esta índole. Fue una llamada con instrucciones precisas:

—Te quiero dura y mandona, voy a ser tu esclavo así que tú tienes que ser mi ama y señora. ¿Me puedes maltratar?

Para mí, siempre que no haya excesos, me parece un juego divertido. No hago nada riesgoso, más allá de algunas nalgadas, manazos, bofetadas, mordidas suaves o clavar ligeramente mis tacones en su carne, no me han pedido nada más extravagante. Puedo jugar, pero de ninguna manera le entraría a asuntos de asfixia, ahorcamientos o navajas. No soy impresionable, pero tampoco temeraria. Todo el juego debe ser inofensivo. Principalmente se limita a mi trato verbal, a dirigirme al cliente con cierto desprecio y con mucha autoridad para comenzar a estimular su fantasía.

El asunto es que el cliente, al teléfono, me explicó los detalles, nos pusimos de acuerdo en todo y quedó de instalarse en el Villas y volverme a llamar para confirmar el número de habitación.

Quince minutos más tarde entró la llamada:

—Hola corazón, estoy en el Villas ¿Puedes atenderme? Estoy en la habitación 301.

—Voy para allá— Contesté enfadada, ya metiéndome en mi papel. Me trepé a mi coche y manejé al motel. Iba bonita, de vestido negro, con falda muy cortita, lencería, zapatos de tacón, maquillaje suave y el cabello suelto. Subí al tercer piso y llegué a la habitación, que es la primera a la derecha. Me arreglé el cabello, revisé mi maquillaje, puse el teléfono en silencio y toqué.

Me abrió un hombre muy varonil, de aspecto duro, de un estilo distinto a la mayoría de los sumisos. Igual pasé sin saludar y caminé por el cuarto despacio, mirando las cosas con desprecio.

—Págame— Le ordené estirando la mano sin siquiera mirarlo. Él sacó la cartera y me entregó los billetes que conté en su cara antes de guardarlos en mi bolso.

—¿Puedo darte un beso?— Me preguntó entonces.

—No— Respondí enérgica —ya te iré diciendo qué puedes hacer y cuando.

El cuate se me quedó mirando con cara de “bueno, ya ni pedo”. Le devolví la mirada con desdén, como dejando claro que yo mandaba allí, que soy la hembra Alfa y él mi disciplinado sirviente.

—¡Lávate las manos antes de que me toques!— Exigí con desconsideración —Y luego te acuestas allí— ordené señalando la cama. Él fue al lavabo, sacó un jabón y se lavó.

—Te voy a desnudar— Me dijo besándome el cuello y metiendo mano bajo mi vestido para comenzar a levantarlo. Lo empujé suave, pero firmemente.

—¿No entiendes que te acuestes allí?— Reclamé señalando la cama.

—Pero…

—No hay peros. Acuéstate. Ya decidiré yo cuándo me desnudo.

—Pero…

—¡Aquí mando yo!

—Pero yo no pagué por esto.

¿A chingá? Ahí si ya no entendí bien, pero al parecer mi cliente tampoco, porque traía una cara entre el desconcierto y el encabronamiento que era imposible pasar por alto.

—A ver, a ver… Tú me llamaste y me dijiste que querías un servicio de ama y esclavo ¿Cierto?

—¡No!— Respondió con un gesto de ¡No mames!  ¿De qué estás hablando?

—Pero me marcaste y quedamos en eso, querías que te maltratara.

—No, como crees.

Saqué entonces mi celular de la bolsa y ¡No manches! Dos llamadas perdidas y un mensaje del cliente masoquista que, efectivamente, no era al que acababa de maltratar. Le regresé la llamada, me dijo en qué habitación estaba y explicándole lo sucedido, le dije que iba a tardar.

Al cliente con el que estaba, en principio, no le pareció graciosa la explicación, estaba encabronado por la arrogancia con que lo había tratado, pero conforme fui consintiéndolo con mi trato normal, dulce y querendón comenzamos a reírnos de incidente y cogimos riquísimo.

Más tarde vi a mi esclavo. No lo sabía, pero esperarme y saber que en ese momento estaba con otro, lo excitó más. Cuando llegué era el sumiso con la erección más potente que he visto en mucho tiempo.

Me divertí, aunque insisto: No soy distraída, te lo juro ¿Cómo me pueden pasar cosas como ésta? ¿Cómo?

Un beso

Lulú Petite

 

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