Comí lo prohibido

Sexo 07/09/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:04
 

Querido diario: Adán fue el primer hombre. Del día, quiero decir. Estaba medio ansioso y me llamó temprano. Es toluqueño, pero parece de otro planeta. Es serio, pero de lo más excéntrico. Usa trajes raros y corbatas divertidísimas. Cosas que pueden estar de moda en Urano o en algún carnaval, pero que a menos que tu oficina sea el Sindicato de Payasos, desentonan.

—Amor —me dijo mientras me descorría la cremallera del vestido—, hoy quiero hacértelo hasta no poder más.

Habla así, como si todo fuera al extremo, como su personalidad. Vi la corbata fosforecente sobre el respaldo de la silla y sonreí. Adán es alto, moreno y con un par de ojos grandes, profundamente castaños. Habla pausadamente.

Me di media vuelta y quedé frente a él, sin vestido, en pura ropa interior. Él se había quedado con el pecho desnudo y los pantalones abiertos, como si se hubiera quedado dormido antes de desnudarse por completo. Acaricié su pecho y empecé a darle besos en el cuello, en las mejillas, en los labios. Él hablaba y decía que le había gustado mi terapia la vez anterior y que ya le urgía matar el placer que lo agobiaba.

Su secretaria le excitaba, lo que representaba un problema porque, por estrafalario que fuera, jamás complicaría las cosas mezclando placer con negocios, además, dice, lo más seguro era que la chica lo mandaría por un tubo.

—Se llama Eva—dijo.

Nos miramos a los ojos y eso fue todo. Adivinó en mis pupilas una emoción súbita, algo que no puede explicarse. Primero nos besamos tímidamente, como juntando los labios sin actuar mucho, sin premuras, solamente insinuando y despertando las sensaciones, poco a poco, con el ritmo pausado de nuestros pulsos, que empezaban a desatarse. De repente su lengua rozó mis labios como una brisa húmeda. Le devolví el gesto lamiendo los suyos. Acercó más su cuerpo, pegándose a mí sin mirar atrás. Mi piel se erizó de inmediato y sentí el irrefrenable impulso de clavar mis uñas en sus hombros. Nos desplomamos sobre la cama con las intenciones claras y el deseo a flor de piel. Enredamos las piernas revolcándonos entre las sábanas, restregándonos con ansias, con ganas, con un verdadero volcán de pasión haciendo erupción dentro de nosotros. Me quitó el liguero, me tomó por el cabello y me mordisqueó el cuello, los hombros, los senos, los pezones. Sus manos robustas rodearon mi cintura, atrayándome más cerca, casi fundiéndose conmigo. Arrimó su animal despierto, duro como una viga de acero inoxidable, pulsando mi vulva cada vez más mojada, más rozagante y dispuesta como una flor para ser tomada, polinizada, penetrada.

—Tenía muchas ganas de verte, Lulú —dijo.

Rodamos una vez más y quedé encima, a horcajadas sobre él, agitándome y meneándome como una batidora, sintiendo el pulso de su pene cada vez más gordo, más venoso. Adán alcanzó un condón y se lo colocó sin pensarlo, sosteniéndome por las nalgas mientras me prometía un buen rato de puro gusto y cachondeo.

Me lo metió sin más contemplaciones, incrustando su pieza bruscamente. Me lo empujó de un tajo, reforzando el movimiento y perfeccionándolo a medida que iba cabiendo, ganando tramo a tramo, llegando al mero centro de mis deseos, al punto dueño de mis debilidades.

En sus manos, mis tetas se entregaron por completo, al igual que mi cintura, mis caderas, mis labios carnosos y dispuestos para la acción. Mi entrepierna húmeda empapó su ingle. Me apoyé en su pecho y comencé a tragármelo de cuerpo entero, haciéndolo brincar de emoción y gemir sin que pudiera hacer nada al respecto. Comenzó a darme más duro y más rápido. Entrelazamos las lenguas, nos acoplamos al movimiento, a ese ritmo envolvente y divino que me estremecía, primero lentamente, luego haciéndose más rápido.

Apoyé los pies sobre el colchón e impulsé con mi abdomen apretado, respondiéndole con el cuerpo lo rico que me hacía sentir. Se tensó de repente y empezó a bombear, desparramando sus fluidos dentro de mí. Y así se fue contento Adán habiéndose comido un trocito del fruto prohibido. Un beso, Lulú Petite

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