“Cuatrocientos”

07/08/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 14:21
 

—Oye Lulú y ¿vas a reseñar nuestro encuentro? Me preguntó un cliente después de hacerme el amor.

—No sé, puede ser, depende de lo que me venga a la cabeza cuando me ponga frente a la computadora.

—¿Pero estuve bien verdad?

—Estuviste delicioso corazón, pero no siempre sé de inmediato sobre cuál voy a escribir.

—¿Y a poco de verdad siempre te la pasas de maravilla en este bísnes? ¿Con todos tus clientes coges   rico? Sonreí, tratando de que eso bastara como respuesta.

A decir verdad, fue un buen cliente, divertido, sexy, bueno en la cama. Sus besos deliciosos, sus caricias delicadas y su desempeño espléndido. Me regaló un orgasmo delicioso y él llenó dos condones en una hora, así que sin duda era digno de una narración, pero, de verdad, no  sé.

En los últimos días tres personas en situaciones completamente distintas me dijeron que, siendo la prostitución un tema sórdido, generalmente lo hago parecer como algo divertido, una especie de cuento erótico o porno donde me la paso disfrutando de cama en cama, de hombre en hombre y de orgasmo en orgasmo. Pura miel sobre hojuelas.

La prostitución es un fenómeno muy complejo y cuestionable. Por un lado, está su lado oscuro y escandaloso. El peor de todos, desde luego: La trata de personas. Estamos hablando de historias de terror. Mujeres (y hombres) de todas las edades que son obligadas a tener relaciones sexuales, que son esclavizadas, violadas, explotadas.

Personas que no tomaron la decisión de ofrecer su sexualidad por dinero ni les permiten dejar de hacerlo. La trata de personas es un delito, es grave y debe ser erradicado.

Otro lado oscuro es el de las personas que, aunque ejercen la prostitución sin que nadie las obligue, no lo hacen como un ejercicio de su libertad, sino porque no les queda de otra. 

Porque no hay dinero ni educación, porque el trabajo no sobra y el que hay es duro y mal pagado, porque han encontrado en esto un medio para hacerse del dinero necesario para llevar el pan a la mesa y pagar las cuentas, porque siempre hay una calle o un congal donde cambiar caricias por plata. 

La pobreza no es un delito, pero es profundamente injusta. Son personas que también sufren la prostitución.

No me atrevo a hablar con mayor profundidad sobre estas realidades porque no las conozco lo suficiente. No las he vivido. No soy víctima de trata ni puedo decir que me dedico a esto por pobreza. Igual, tampoco puedo decir que siempre me la paso de maravilla.

¿Tú crees que siempre me tocan clientes guapos y gentiles, con pitos   deliciosos, conversaciones interesantes y una pericia para hacer el amor que ya quisiera el más dotado de los amantes?

Por supuesto que no. Siempre voy con la mejor disposición y con ganas de pasarla bien, sin embargo, a veces preferiría aventarme sin paracaídas de un helicóptero a una alberca con cocodrilos. Con la apariencia no tengo ningún problema. El mejor sexo que he tenido trabajando ha sido con los hombres menos guapos, pero más cumplidores, pero a veces tocan clientes groseros, toscos, necios, sucios, malandrines.

No te imaginas lo difícil que es, por ejemplo, chupársela a un cliente a quien le apesta el aparato, recibir un beso de un hombre con aliento a perro muerto o atender a alguien que ha sido grosero.

Así es esto, a veces toca algún cliente difícil. Es mi trabajo buscar el modo de sobrellevarlo y de convertir una calamidad en una experiencia agradable, no cuento aquí de eso porque ya de por sí la vida es muy complicada. Las noticias de todos los días están llenas de calamidades: Crisis, abusos, pleitos, asaltos, homicidios, desastres. ¿Qué necesidad hay, entre tantas notas importantes, de que venga yo también a contar aquí sobre los tragos amargos de mi oficio?

Si tengo la oportunidad de escribir para ti dos veces por semana, evitaré en lo posible las historias sobre la parte difícil del oficio, y aunque parezca raro y condescendiente, seguiré hablando de su lado erótico, la parte pícara y divertida del negocio. El sexo es maravilloso y hay que disfrutarlo al máximo. Si de eso vivo y puedo contar cómo lo hago, te prometo que trataré de hacerlo divertido.

La de hoy es la colaboración número 400 que publico en El Gráfico. El que tú estés hoy leyendo estas palabras me hace sentir profundamente agradecida. Han sido cuatrocientas anécdotas sexuales que tratan de regalarte un ratito de lectura cachonda. Esa ya es una cifra respetable, cada historia es un hombre con quien hice el amor, y eso sólo con los que me la paso muy bien.

¿Te imaginas si además contara las malas experiencias? ¿Imaginas si narrara cada acostón y cada cliente? Nunca acabaría. Supongo que así está mejor.

—No con todos cojo tan rico —le respondí al cliente—,  está bien, te prometo que escribiré sobre ti ¿quieres que te identifique de algún 

modo?

—Mhhh… sólo pon que me llamo Otilio.

—Ya vas.

Gracias por acompañarme durante estas primeras 400 historias y Otilio, cumplí.

Hasta el martes

Lulú Petite

 

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