Yo tenía la boca llena

Sexo 07/06/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 17:12
 

Querido diario: Estábamos en el motel donde acostumbro citar a mis adorables clientes para ponerle un poco de picante a sus vidas. Era cerca de la media noche y yo estaba a cuatro patitas en la cama. Él, de pie, frente a la cama, completamente desnudo me miraba desde arriba. Tenía en mi boca su pene erecto, durito y dulce. Se lo chupaba sin decoro, empapándolo con mi lengua, haciéndole figuras en torno a las bolas.

El cliente se llama Jonathan, estaba bronceado porque venía de Miami y, aunque es gringo, habla un perfecto español. Es  delgado, con una pequeña pancita de esas que les viene a los hombres al llegar a cierta edad, eso sí, mucha presencia y además el tamaño ideal para una buena felación. Ni muy grande ni muy grueso. Cabía perfectamente en mi boca y no lo lastimaba ni dañaba el condón con mis dientes. Se portaba además como todo un caballero. Muchos no sé de dónde sacan que es sexy andarla atragantado a una cuales energúmenos. Jonathan me dejaba hacérselo a mi manera. Y es que si al encomendarte en las manos (o en la boca) de una profesional no consigues placer, algo falla. Y puede ser la chica como puede ser el cliente, ¿no? Lo importante es la comunicación y saber pactar los términos del contrato. Yo tengo mis reglas, que se pliegan además con lo que me gusta hacer y con lo que me gusta que me hagan.

Jonathan  me había pedido que le mostrara mi talento. ¿Cómo negarme ante semejante solicitud? Resultó ser que este gringuito es un viajero frecuente. Su trabajo lo trae sellando su pasaporte por todo el mundo, especialmente en América Latina. Y en cada puerto, en cada ciudad, en cada lugar que visita en su peregrinar, Jonathan coge. Es parte de su rutina: se mete a un motel y busca en la red alguna profesional con quién sacarse el veneno. Platicamos un rato de eso antes del amor. Me contó de su trabajo, de sus costumbres, del gusto por conocer, en cada viaje, un amor nuevo, una pasión de un rato. De darse el gusto:

—Tantas chicas como sellos en mi pasaporte —dijo. Y me lo mostró. Ciertamente tenía sellos de muchos países y debajo de cada uno, escrito con distintos tipos de letra, el nombre de una chica. Me lo dio y, en el más reciente, del Aereopuerto de la Ciudad de México, me pidió que escribiera mi nombre: Lulú Petite. Debe ser divertido viajar así.

El caso es que, al menos por ahora, en su buscar durante esta visita a nuestro país, me encontró a mí y ahí me tienes, en cuatro sobre el colchón y con su miembro en las amígdalas.

Mientras se lo seguía chupando, sintiéndolo palpitar entre mi lengua y mi paladar, haciéndoseme agua la boca, él me acariciaba la espalda y me preguntaba si me gustaba. Podía percibir toda su forma, su verticalidad y ángulo, la redondez de su punta presionando las paredes internas de mi boca. Me lo zampaba casi completito, desde la punta hasta la mitad del tallo, haciéndole el amor con los labios.

—¿Te gusta, Lulú? —insistió él.

Me di un respiro. Me troné la quijada y me limpié la barbilla con el dorso de la mano.

—Ajá—dije con malicia golosa. No me gusta que me preguten eso. Me guste o no, estoy allí porque me pagan. Esas preguntas me distraen, además, me enseñaron a no hablar con la boca llena, así que seguí mamando.

Le gustaba verme con su sexo en mi boca, pude notarlo en su mirada. Me acomodé de rodillas en la cama y alcé el dedo índice para decirle “ven aquí” moviéndolo, sin más palabras.

Él sonrió y saltó en la cama. Se acercó lentamente hacia mí a medida que yo me alejaba. Arrinconada y a merced de él, me tendí boca abajo y abrí las piernas. Sentí la dureza de su pieza viril restregándose en mis nalgas. Su aliento cálido impregnó mi oreja cuando empezó a decirme cosas sucias al oído. La piel se me puso de gallina, mis poros se abrieron como girasoles al mediodía y toda yo estaba dispuesta para que me empalara de una vez por todas.

—Mételo ya —gemí ansiosa.

Sin más preámbulos, Jonathan acomodó la dirección de su pene, se inclinó para darle el ángulo correcto y empujó su pieza dentro de mí. Me agarré del tope de la cama, quedándome sin aliento y mordiendo la almohada. Se sintió tan rico que empujé con las nalgas hacia atrás, clavándome más la cadera en su ingle. Me acomodé y me puse en cuatro patitas otra vez, para que me lo hiciera estilo perrito. Me azotaba por dentro con su macana prensada, haciéndome desvariar. Enterró los dedos en la tersa y tierna carne de mis nalgas, agarrándose con fuerza para hacerme una y otra vez. Arqueé la espalda, me mordí el hombro para no gritar. Él alzó una pierna y apoyó el pie en el colchón y se afincó con todo su peso. Por poco se revienta al correrse. Luego comprobé que el condón estaba llenito. Se lo mostré. Otro sello en su pasaporte sexual.

 

Un beso,

Lulú Petite

 

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