Poseyó mis carnes

Sexo 06/06/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: Mi espalda aún recuerda sus caricias. De sólo revivirlo en mi mente se me hace agua todo. Permíteme que te lo cuente desde el principio.

La primera vez fue la semana pasada, en Saltillo. El calor se hacía sentir en la calle, pero desde la habitación, bajo la brisa del aire acondicionado, me sentía fresca. Me había dado una ducha y aún sentía como si mi piel estuviera cubierta por un rocío vaporoso. Entonces llamó.

Me dijo que se llama Francisco y quería servicio, así que le expliqué minuciosamente: besitos, caricias, jueguitos ricos, sexo oral, vaginal, etcétera. Le dije dónde podíamos vernos y quedó en llegar en media hora. A los veinte minutos me mandó un mensaje; ya estaba por llegar. Buen primer paso, parecía puntual y serio.

Me asomé por la ventana cuando se acercaba nuestra hora y vi que se aparcaba una camioneta negra nuevecita, manejada un hombre alto y delgado, con barba poblada y camisa negra. Se veía guapo. Deseé desde el fondo de mi corazón que fuera ese mi cliente. Lo vi sacar el celular a la entrada del hotel, cuando le dijeron en qué villa meter su coche. En eso sonó mi teléfono. Era él.

—Ya estoy aquí —dijo con su voz turbia y grave como un trueno—. Estaré en la 26.

Era más guapo de cerca. Sonrió al verme y me tomó de la mano. No hablamos mucho. Nos pusimos al día mientras nos acariciábamos y besábamos. Me sentí entonces como un caramelo gigante y que a él le tocaba quitarme el envoltorio. Me lamió el cuello y a partir de entonces empezó mi perdición. Caí en el espiral de las sensaciones que me provocaba y me fui dejando envolver por sus abrazos, sus susurros y sus manos fuertes pero suaves, capaces de despertar como por arte de magia una pasión incrustada en mis huesos. Sus labios tersos bebieron de los míos y nuestras lenguas se amalgamaron en un abrazo húmedo y cálido.

Sin siquiera darme cuenta, caía rendida sobre la cama, como en un sueño en el que flotaba con los brazos abiertos. Entonces él pasaba a la acción y abarcaba cada rincón de mi cuerpo tembloroso. Procedió a tocarme las tetas, lamerme los pezones, apretarme entre sus dedos firmes, poseyendo mis carnes. Mi piel se puso chinita cuando me susurró palabras picosas al oído, como si me hipnotizara.

Nos masturbamos mutuamente, tanteando el espacio escaso que se tejía entre ambos.

—Cógeme ya —le supliqué sumida en un trance de ansiosa cachondez.

Francisco agarró uno de los condones que había dejado sobre su buró, mordió el empaque para abrirlo en un santiamén y se enfundó la herramienta de un zarpazo. Me miró con sus ojos de abismo y me penetró hasta la médula. Me aferré a sus hombros y clavé las uñas en su piel al sentirlo tocar fondo. Él se tambaleó sobre mí, como si una repentina carga de electricidad le hubiera recorrido el cuerpo en medio segundo. Empujó una vez más y fue como si hubiera encontrado un nivel más profundo en mí. Cerré los ojos y me mordí los labios. Comenzó a moverse, hundiéndose cada vez más fuerte, impulsando su cadera de atrás hacia delante, sin detenerse. Estábamos tan entregados al calor de ese momento que como empezamos terminamos, exhaustos, empapados en transpiración, como adheridos a la sábana y al colchón, en el que nos habíamos hundido a fuerza de garra y pasión desbocada.

Habíamos entrado en una zona, como un estado mental, y casi se acababa la hora. Pero yo estaba tan a gusto que me quedé con gusto un rato más. Después de todo me hacía unos cariñitos de lo más rico en la espalda. 

Es por eso que cuando me escribió hoy para preguntarme si estaba trabajando me emocioné. Estaba aquí, sus manos volverían a tocarme, sus labios me comerían de nuevo, su sexo me llenaría. Sentí ese vacío placentero entre las piernas y el espíritu, que se dispara cuando vas a coger con alguien que se te antoja. Y a mí además me van a pagar. Estoy emocionada, así que comencé a escribir esto, en lo que vuelva a llamar para confirmar habitación.

Besitos, Lulú Petite

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