Se me salió el condón

Sexo 06/04/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:03
 

Querido diario: El otro día iba caminando por un centro comercial cuando sonó mi teléfono. Desafortunadamente, estaba atrapado en el fondo de mi bolsa. Cuando lo saqué, salió disparada una tira de condones que cayó a mis pies frente a los ojos de extraños que trataban de aguantarse la risa o me veían con expresiones de “¡Mírala, qué golosa!”.

Al menos eso sentí al ver sus caras entre la sorpresa y la carcajada, así que levanté los condones, los metí a la bolsa, caminé para apartarme de los testigos y atendí la llamada.

Era Julio César, uno de mis clientes. Nos vimos hace algún tiempo y ya estaba necesitando más terapia. Me preguntó si podía verlo.

Hace unos años, su mujer lo botó cuando supo que andaba tirándose a su secretaria. Los divorcios siempre son malos, pero la mayoría de las veces, son lo mejor.

Cuando se divorció empezó a frecuentar a otras mujeres. Al principio anduvo con la secretaria aquella que provocó la ruptura, pero luego eso también terminó mal, así que buscó otras opciones, hasta que llegó a mi cama.

Descubrió, en el sexo de paga, que puede recibir justo lo que busca sin complicaciones, sin dramas, sin mentiras ni deslealtades.

 Julio César es bajito. No es que sea más chaparrito que yo, pero si me pongo unos tacones más altos quedamos tablas. De todos modos, es fornido y siempre tiene una actitud muy segura y seductora. Eso me encanta de él, su confianza.

Muchos dirán que alguien con confianza en sí mismo, no contrata prostitutas, ¿Para qué? Consigue amor gratis, a fuerza de encanto y palabras. La autoestima y el carisma son un afrodisiaco poderoso. Lo cierto es que a Julio César dejaron de gustarle las complicaciones. El romance siempre viene con drama. Si sólo quiere darse un gusto completamente carnal, ¿para qué andar haciendo promesas? Tiene la firme teoría de que, si lo que quiere es coger, una conquista, a la larga, siempre sale más cara que una puta.

Nos sentamos a hablar en la cama, acariciándonos como un par de novios que están a punto de entregarse sus respectivas virginidades. Me contó de su vida y su trabajo. También me dijo que hizo las paces con su ex y hasta salen a comer con la hija que tuvieron juntos. No dejaba de tocarme mientras me contaba sus historias, hasta que, de pronto, me robó un beso.

Con delicadeza, le desabotoné la camisa y se la quité. Pasé mis manos por su pecho y acerqué mi cuerpo al suyo. Él me tomó por la cintura, me atrajo más hacia sí. Se inclinó y me besó despacito, haciendo circulitos con su lengua en torno de la mía. Cerré los ojos cuando me besó en el cuello.

Su piel tersa rozó la mía a medida que nos desplazábamos hacia la cama. Me tomó por la cadera y me recostó sobre el colchón, con suavidad, sin prisas, pero con expectativas. Me acechó y dio alcance. El peso de su torso sobre mis senos, su aliento tibio en mi cuello, sus brazos gruesos y duros, sus besos calientes y húmedos. Todo me hizo enchinar la piel y provocó en mi interior una descarga de cosquillitas divinas. Abrí las piernas y me lo arrimó sin más contemplaciones. Ya sabía qué esperarme. Nos restregamos con ansias, provocándonos y ansiando el acto. Ya no había marcha atrás, ya no había más excusas.

Se estiró para tomar un condón y se lo puso de prisa. Me encanta cuando no me hacen esperar. Me miró a los ojos, le devolví el gesto con una sonrisa. Me penetró sin más preámbulos, hincando su cadera en la mía. Apoyó una mano en la cama y se propulsó con los pies para mejor empuje. Sentí su miembro dentro de mí, entero, pulsante.

Perdí la noción del tiempo y simplemente me dejé llevar. Empapados en transpiración, agitándonos enloquecidamente, entrelazamos los dedos y nos aferramos a ese instante luminoso y cúspide en el que nos vaciamos.

Ya nos habíamos vestido y estábamos a punto de despedirnos cuando sonó mi teléfono. De nuevo, sumergido hasta el fondo de mi bolso. Metí la mano con prisa para rescatarlo de las profundidades y, al sacarlo con prisa, como si fuera un déjà vu, salieron los condones disparados por el aire.

Julio César los atrapó volando y sonrió. Metió la mano a la bolsa de su saco y tomó un estuche de piel. Dobló la tira de condones, los guardó en el estuche y lo puso en mi bolsa sonriendo, mientras yo atendía la llamada. Es un caballero y, sin duda, tiene un gusto exquisito para los detalles.

Hasta la próxima,

 Lulú Petite

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