No pares...

Sexo 06/03/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:41
 

Querido diario: El jueves conocí a Alfonso. Tomé el elevador junto con una pareja que parecía clandestina. Se bajaron un piso antes que yo, compartiendo una risita pícara.

Me bajé en mi piso y caminé por el pasillo, ojeando los números en las puertas. Cuando llegué al que me había dado Alfonso, hice un puñito y toqué. De inmediato se abrió la puerta y él se asomó sonriendo con amabilidad.

—Pasa —dijo.

Es un hombre mayor, pero bien conservado y muy elegante. No tardamos en tomar confianza. Alfonso es de fácil hablar. Nació en Torreón pero se vino a Chilangolandia a estudiar, luego se fue a Tabasco a trabajar y de ahí comenzó a vivir temporadas en varios puntos dispersos del mapa. Ya es abuelo e hizo base en la Ciudad de México.

Ahora, de lunes a viernes, cuida a sus nietos. En la tarde, le da por recordar, cuando viajaba y era enamoradizo. A veces, cuando aquellas pasiones regresan a su memoria, le viene una calentura, compra un viagra y se va de putas. Lo malo es que no siempre salen las cosas bien, no se da la química con la chica que elige y se queda mal cogido. De todos modos, después reincide. Le viene ese calorcito entre el corazón y la entrepierna, y entonces las ganas son más que la prudencia. Hoy, que aquel calor le vino, su búsqueda lo trajo a mí.

Se acercó y me tomó las manos. Las acarició como si se disculpara por algo. Yo me quité los zapatos y rocé con mis pies sus piernas. Entonces nos besamos. Primero fue un piquito tímido, luego otro y a ese le siguieron verdaderos y apasionados besos.

Comenzamos a desnudarnos mutuamente. Alfonso me besó en el cuello, exalando su aliento tibio y poniéndome la piel chinita. Me agarró las tetas y apretó suavemente. Llevó su boca a mis pezones y los chupó muy rico.

Sentía sus manos recorrerme, descubriendo cada zona de mi espalda, de mi cadera, de mis piernas. Me sentía blandita y entregada a sus deseos.

Su voz era apacible. Su aroma varonil impregnaba mis sentidos y me hacía desearlo más. Clavé mis uñas en sus hombros cuando me penetró. Estaba mojadita y podía percibir hasta el más ínfimo detalle. Cada relieve, cada textura de su miembro tieso y grueso.

En eso empezó a moverse con un vaivén divino. Lo sentía en mis entrañas, pujando con su palo grueso y palpitante.

—No pares, no pares —repetí gimiendo.

Me mordí los labios y alcé las piernas. Él me tomó por las nalgas y me alzó tantito la cadera para hincarse con más fuerza. Ahí empecé a desligarme de esta dimensión y me adentró de lleno el el goce puro. Ya nada nos detenía. Mis senos brincaban con cada una de sus arremetidas, que me hacían temblar. Entonces comencé a moverme yo también, meneándome y restregándome. Nos revolcamos de tal forma que quedé encima de él. Apretó con firmeza mis glúteos y me impulsó con su ingle hacia arriba, haciéndome saltar.

—¿Te gusta?

—Me fascina, no te detengas —gemí mordiéndome los labios.

El cabello me bañaba el rostro y caía sobre el suyo como una cascada. Él alzó el torso y plasmó su cara entre mis tetas, extasiado con el momento. De repente se había puesto más duro y más grande. Podía sentir la cabeza hinchada de su miembro en mí, a punto de estallar.

Impusimos un ritmo cada vez más acelerado, sin parar, casi fundiéndonos en un abrazo voraz. Lo sentía tenso, a punto. Y entonces sucedió. Yo me desvanecí en un gesto. Él se paralizó, con el rostro contorsionado y enrojecido, ahogando un grito a medida que bombeaba su leche. Mientras acababa le acaricié las bolas para que se le hiciera más rico. Retorció los pies y abrió la boca, como si se le fuera la vida. Hasta que finalmente se relajó y cayó rendido, aliviado y feliz, con una sonrisa de gloria decorándole el gesto.

Me acosté a su lado y, con la respiración agitada, le pregunté si le había gustado.

Volteó lentamente el rostro, como si estuviera  dominado por el momento. Sonrió y balbuceó que hacía mucho que no cogía tan rico.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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