Se desquitó el cornudo

Sexo 05/04/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 17:27
 

Querido diario:  Me mordí las uñas. Es un decir, no tengo ese hábito. Simplemente estaba inquieta. De niña me las mordía cuando estaba nerviosa, pero la costumbre de hacerme manicure obliga a dejar malos hábitos.

Luis notó mis nervios.

—¿Todo bien?

La regadera hacía que su voz sonara con cierto eco.

—Sí, perdón…

Odiaba estar distraída. Di un último vistazo a mi celular. Las dos rayitas permanecían grises en la conversación de WhatsApp con Luisa. ¿Dónde diablos estaba? ¿Por qué no me contestaba? Aún pensaba en esto, cuando Luis salió de la ducha con una toalla rodeándole la cintura.

Me acerqué a él y, pegando mi cuerpo al suyo, le apreté las nalgas por encima de la toalla.

—¿No estás contento de verme? —pregunté.

No hicieron falta palabras. Endureciéndose poco a poco, su pene me indicaba que sí estaba contento por verme.

A Luis lo conocí en la agencia del Hada Madrina. Él era el novio en una despedida de soltero y sus amigos lo habían mandado a mi cama como regalo antes de ‘ponerse la soga al cuello’ (o la argolla al dedo). Recuerdo que aquella vez fue muy torpe y dulce. Era muy tímido y había estado muy enamorado de quien en unos días sería su esposa.

Una boda en grande, con miles y miles de pesos invertidos, todo de maravilla, a no ser porque en esos días Luis se enteró que su novia le había sido infiel más de una vez. Mantuvo los planes de boda, pero decidió pagar con la misma moneda aceptando el regalo de sexo conmigo.

Seguía enamorado, pero le ardía profundamente saberse cornudo. No pudo con eso. El día de su boda, en lugar de ir a la iglesia, tomó un avión a España y de allí a muchos lugares más. Quería probar más, dijo luego. Nunca explicó por qué lo hizo, así que él quedó como villano y ella como la víctima, plantada en el altar. Mantenemos desde entonces una relación frecuente. Cada cierto tiempo se procura una cita conmigo y me trata como si hubiera algo especial entre nosotros. Me cuenta sus cosas y yo a veces un poco de las mías. Por ejemplo, quería contarle que el veracruzano aquel le ‘estaba poniendo los cuernos’ a mi amiga Luisa, su tocaya, nada más y nada menos que con mi otra amiga Carolina. Quería contarle que los había visto. Dicen que los hombres engañan más, aunque que las mujeres engañan mejor. ¿Pero qué onda con Carolina? Ambas son mis amigas, pero entre las dos, Luisa lo es mucho más y me enojaba que le estuvieran viendo la cara.

Fue como si Luis leyera mi mente y decidiera desconectarla. Su dedo en mi entrepierna me puso en contexto.

De pronto sentí que un punto cálido coronaba mi labio superior y la voluptuosidad carnosa del inferior. Era su boca, viril y divina, que acentuaba el momento con un beso. Luego sus ojos se clavaron en los míos. La textura tersa y húmeda de la mía, explayada en una superficie carmesí, cedió ante la leve presión de su pulgar. Era una caricia que daba vértigo. Sentía que me deshacía, que todo me daba vueltas. Suspiré.

Las piernas me flaqueaban. Cerré los ojos. La puntita de mi lengua tanteó el aire, percibiendo cambios en el ambiente, detectando en busca de la suya. Un cosquilleo acalorado se implantaba más abajito, en la parte de adentro de mis caderas, y se expandió por el resto de mi cuerpo. Mi más grande y profundo deseo era estallar. Estrujé los dedos. Sus palmas se deslizaron por la curva de mi cintura, subiendo sigilosamente por mi espalda.

Fue repentino. Me hizo inclinarme sobre el tocador. Mordió el empaque del condón, lo expuso en lo alto como un hallazgo arqueológico y se lo colocó con una sola mano, mientras que con la otra me acariciaba.

—¿Te gusta? —preguntó con autoridad.

—Me encanta  —supliqué.

Mi cabello mojado se plegó a mi espalda. Abrí las piernas y sentí su abordaje. Fue riquísimo. Me penetró sin más contemplaciones, aferrándome por la cintura. Distendí los párpados y encontré su reflejo en el espejo. Jadeaba con la cabeza ladeada, empujando su cadera. Dentro de mí, su pieza animal estaba tensa, pulsando con su vena, su punta de cabezal, cual taladro vibrador. Se clavaba cada vez más con sus arremetidas, embadurnándose con mis fluidos. Cerré los ojos y contuve la respiración, anticipando el orgasmo. Se corrió mordiéndome un hombro.

Desfalleció sobre mi espalda y se sentó en la cama. Se quitó el condón, recuperando el aire. Vi cómo su sexo se iba desinflando. Me sentía mucho mejor.

Al irme planté las manos sobre el volante y vi las puntas de mis dedos. Mis uñas se veían bonitas como para morderlas. Luisa no se había conectado desde la mañana. Llamé a Carolina. Atendió una voz de hombre con esa típica entonación jarocha.

Un beso

Lulú Petite

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