Con fragancia a sexo

Sexo 05/01/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: Para empezar el año tenía programadas salidas a varios estados, sin embargo, de último momento, decidí aprovechar unos días en la Ciudad de México, ahora que el tráfico está relajado y es menos complicado atender pendientes en Chilangolandia.

Esta mañana, Fernando, un chico con quien estoy saliendo fuera del negocio, me pidió que nos viéramos hoy, pero le dije que tenía viaje de trabajo. Entonces empezó a hacer preguntas sobre mi trabajo que no quería responder.

Lo incómodo de andar con alguien que no sabe a lo que me dedico, son este tipo de momentos. Los interrogatorios. No es que Fer hubiera preparado un Tehuacán para sacarme la verdad, pero me quita el piso no saber qué responder.

Igual me hice la sorda y cambié el tema con  una maestría que sólo la experiencia toreando preguntas incómodas me ha conseguido.

Me despedí de Fer, revisé mi agenda, preparé mi equipaje y, justo cuando estaba a punto de meter las maletas al coche, recibí la llamada de Armando. Me quería ver. La opción uno, era decirle que iba de salida y no podría. La dos, era verlo y después irme a ranchear. Tomé la opción tres y decidí quedarme en la Ciudad de México. Así nomás, de puritos ovarios.

Escribí en Twitter y en mis páginas que no estaría de visita en ninguna ciudad y reprogramé la semana. Todo aquí, en la Ciudad de México. Me di una chaineada y me fui a mi cita.

Armando aparece en mi vida de vez en cuando. Le tengo cariño. Es un buen cliente. Es un señor mayor, viudo y muy caballeroso. Digamos que septuagenario, pero en sus plenas facultades. Es empresario con sucursales de una franquicia, cuyo nombre no voy a revelar.

Hablamos un poco de todo. Su hijo va a casarse en Querétaro con una chava de Sonora; su hermana tuvo que ser hospitalizada, pero ya está bien y, bueno, la gasolina. Él tiene una teoría extraña e incomprensible sobre la falta de gasolina, no le entendí, pero habló mucho sobre eso. Pero lo más chistoso que me contó es que uno de sus empleados, el más nuevo, tuvo un episodio incómodo hace una semana.

En resumen, me contó que una noche, saliendo de su negocio  encontró uno de sus empleados en el estacionamiento pasándola de lo lindo con una de sus empleadas, una chica guapa y muy simpática.

—Los agarraste con las manos en la masa —le dije, masajeando sus hombros. Sonrió y siguió su relato.

Más que enojarse, se hizo de la vista gorda. Le hubiera gustado quedarse mirando, pero le pareció que sería terrible que lo vieran de fisgón, así que dio media vuelta. Él entiende lo que son las pasiones cachondas. Me dijo que aquel episodio hizo que se acordara de mí y por eso me llamó. No es que yo tuviera que ver con el incidente, sino que lo que vio lo puso cachondo y, bueno, tenía que descargar las ganas con alguien, si no quería que le salieran perrillas en los ojos por mirón. Igual me causó gracia. Y por si fuera poco, ya estaba alistándose para lo que íbamos a hacer.

Empezamos con caricias. Armando sabe usar sus manos. Toma las mías, extiende mis dedos. Va subiendo con suavidad, sin prisa, por mis brazos, mis hombros, mi cuello. Sostiene el peso de mi cabeza entre sus palmas y acerca su rostro de veterano para besarme. Sus labios son gruesos y duros. Pareciera que tienen músculos. Su lengua encuentra la mía y ahí todo empieza a calentarse.

Antes de que nos demos cuenta, estamos quitándonos la ropa. Yo me desgajo cuando posa sus palmas, robustas y firmes, sobre mis senos. Meto la mano debajo de su bóxer y palpo algo caliente y en movimiento. Algo vivo. Digamos que se siente como un carbón que se hincha y crece. Armando estira las piernas y se deja consentir. Más emocionado, me agarra por el cuello y me dice que lo que le estoy haciendo le encanta.

Percibo en el tono de su voz el creciente deseo, la anticipación de un rato poca madre. No tarda en indicarme que ya, que es hora. Le coloco el condón usando mis labios y lo hago gemir de placer. Luego me le monto encima y empezamos a mecernos como locos. Siento su miembro caliente insertándose en mí, lentamente. Sube una vez, dos veces. Los dedos de Armando se plasman en mi carne. Siento su agarre firme en mi cintura, en mis nalgas. Arqueo la espalda y desciendo para clavarme su pene duro como piedra. Me aferro al tope de la cama y me meneo, gimiendo y mordiéndome los labios, degustando allá abajo cada centímetro de su pieza viril.

Él levanta el tronco y sumerge su rostro entre mis tetas. Lame mi pecho, disfruta de la fragancia animal a sexo que emano, que emanamos. Yo me abrazo a su pecho. Reclino el dorso de mi cara sobre su hombro y escucho su corazón agitado. Él hace unos ruiditos muy ricos cuando se viene. Y las orejas y el rostro se le ponen rojos.

Me despedí   y quedamos de vernos en un par de semanas. Volvía mi coche y, antes de llegar a casa, paré en el súper a hacer unas compras para surtir el refri. Cuando entraba, me encontré a Fer. No se lo tomó a mal, le dije que me habían cancelado, pero no sé por qué me sentí como si me hubieran atrapado con las manos en la masa. Igual, terminamos en mi casa, llenado el refri y la cama.

Un beso, Lulú Petite

 

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