“La voz” Por Lulú Petite

04/11/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:09
 

Querido diario: 

Toco dos veces la puerta de la habitación. Un suave golpe de nudillos.

Me acomodo el cabello y paso la mano por mi vestido. Escucho sus pasos hacia la puerta —¡Voy! dice desde dentro. La abre y ahí está él. Es raro cuando conoces a alguien que has visto muchas veces en foto. Somos amigos en Facebook y nos seguimos en Twitter, aunque nos conocemos de manera virtual desde hace mucho, no se había animado a pagarse el gusto. He de admitir que me sorprendió recibir en Twitter su mensaje privado:

«Hola Princesa. ¿Podemos vernos hoy?»

«Claro baby, ¿Cómo a qué hora?»

«¿Puedes a las siete?»

«Sí, por supuesto»

Nos pusimos de acuerdo en lugar y, como se acostumbra en este negocio, me mandó un mensaje confirmando el número de habitación.

Es exactamente como en sus fotos. Digamos que es guapo, de esos con mirada pícara y risueña, capaces de desarmarte con una sonrisa. No puedo creer que al fin nos conociéramos.

—¿Quieres pasar? Me pregunta cuando ve que me quedo alelada en la puerta, sin saber cómo reaccionar, no porque es guapo, sino por su voz, que termina de mojarme los calzones. Es un timbre tan intenso y varonil que al escucharlo me tiembla el cuerpo y siento un relámpago placentero entrarme por la nuca y salirme por la sien. Paso gustosa y él cierra la puerta.

Se acerca y me toma por la cintura. No sé si seré más puta de lo que yo misma quiero, pero tengo un enorme deseo de que me posea, vengo caliente y quiero que ese hombre me eche a la cama y me coja con entusiasmo. ¡Demonios! Es que de verdad, hay algo en sus cuerdas bucales que, al vibrar, me estimulan directamente el clítoris. Eso pienso cuando siento sus manos rodearme el cuerpo con el natural y delicioso arrimón de camarón. Te juro que me tiemblan las rodillas.

—¿Quieres tomar algo? dice  acribillándome de nuevo con esa voz seductora a más no poder. 

—Agua— Le respondo sacando una botellita que llevo en el bolso, quitándole el taparrosca torpemente y llevándomela a la boca. Es un alivio mojar mis labios. Pongo la botella abierta a la altura de mi escote. Yo también tengo mis armas y sé que ese movimiento lo obligará a mirar el nacimiento de mis senos.

Él sonríe.

Nos conocimos, si a eso se le pude llamar conocer, en esa ráfaga de mensajes que, entre el anonimato y la confianza, nace entre los que usamos las redes sociales. Poco a poco nuestras conversaciones se fueron alargando. Él no sube muchas fotos, pero he de admitir que las pocas que tiene me gustaron y siempre me porté especialmente coqueta con él. No estaba segura de que un día se animara a llamar. Hoy lo hizo.

Acerco mi cuerpo al suyo. Lo abrazo y quedamos totalmente pegados. Mi rostro en su pecho, mi cuerpo untado. Él pone sus nudillos en mi mentón y me levanta la cara despacio para tomar un beso. Abro los labios y dejo, feliz, que me coma la boca.

Después de un rato presa de sus labios, siento sus manos en mis muslos levantarme el vestido despacio, instintivamente alzo los brazos y siento la tela recorrerme el cuerpo. Me saca el vestido. Quedo en tacones y con una bonita lencería blanca, de encaje y pedrería. Sonrío mirándolo y comienzo desabotonarle la camisa sin decir palabra.

Quedamos desnudos, de pie, besándonos frente a frente. Él sonríe, a medio beso y yo aprovecho para morderle suavemente el labio, sus manos se pasean por mi cuerpo, desde la cintura hasta mis senos, apretando ligeramente mis duros pezones.

Me gusta sentir su tacto en mi piel, sus manos masculinas, ásperas y cálidas, de dedos hábiles y traviesos, trabajan buscando sensaciones en mi cuerpo. Me encanta sentirlo, cierro los ojos y, tomándole la mano, lo llevo hasta mi sexo, pongo sus dedos en mi clítoris y aprieto los muslos. Él siente su mano mojarse al roce con mi pubis tibio, palpitante, deseoso.

Quiero seguir besándolo, quiero que me siga tocando, pero también lo quiero ya dentro de mí, llenando el vacío que siento entre las piernas desde que abrió la puerta y escuché su voz hipnótica. Me doy media vuelta y lo llevo a la cama, le visto el condón y me acuesto, con las piernas entreabiertas, pidiéndole sin palabras que me haga suya, que no tenga piedad.

Él pone sus manos bajo mis corvas, levanta mis piernas con un movimiento impetuoso y así nada más, me clava a fondo su virilidad robándome un grito placentero. Lo siento moverse, clavo mis uñas en la sábana y veo su gozo mientras bombea con fuerza dentro de mis entrañas. Cierro los ojos y disfruto.

Hacemos el amor largo rato. El tiempo pasa. Es hora de terminar, él me ha pagado y hemos compartido un espléndido sexo. Conversamos mucho, me acompaña a la puerta donde hace casi dos horas nos vimos por vez primera. Le doy un beso en la mejilla. No sé si es un adiós o un hasta pronto. Doy media vuelta, no sabiendo si en verdad quiero irme. Doy el primer paso fuera de la habitación cuando escucho de nuevo su espléndida voz varonil.

—Oye ¿Y si vamos al cine?— Me dice, y yo siento al oír de nuevo esa voz como si una ráfaga me acariciara el clítoris. ¡Qué delicia!

Hasta el jueves

Lulú Petite

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