Le quité el insomnio

Sexo 04/10/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: ¿Existe realmente el hombre de mis sueños? No lo sé. La verdad no lo creo. Al fin y al cabo, a mí me gusta estar bien despierta. Dormir bien, pero mantener los pies en la tierra, de modo que no haya hombres ni de mis sueños, ni que me lo quiten. Pero esa es harina de otro costal. Recientemente se sumó a mi lista de clientes un hombre con un problemita bien particular.

Fue hace un par de días, muy temprano, estaba medio dormida afuera de la ducha, esperando que el agua calientita, cuando sonó el teléfono. El sol todavía no acababa de salir, pero tenía intención de hacer ejercicio a primera hora para después tener el día libre, por si salía trabajo.

—Hola, Lulú, mucho gusto. Me llamo Martín y estoy en la ciudad, llevo aquí pocos días y me gustaría conocerte —dijo con voz estragada, como amarrando bostezos.

Quería un servicio mañanero y estaba interesado en saber en qué consistía lo que yo ofrezco. Empecé a decirle qué cosas hago, cómo lo hago, qué se vale, qué no y dónde podíamos vernos, por cuánto tiempo y por cuánto dinero. La regadera se escuchaba al fondo como una cascada. Cuando terminé de explicarle mis términos, él comenzó a responder y, de pronto, se quedó en silencio.

—¿Bueno? —dije.

Un bostezo salió al paso. Parecía que este tal Martín estaba más interesado en dormir que en coger.

—Perdón —dijo aclarándose la garganta.

Me pidió disculpas y me comentó que tenía un inconveniente desde hacía tres noches.

—No puedo dormir —dijo.

No es que de plano anduviera en vivo, después de dos días sin pegar el ojo. Dormía, pero muy poco. Vivió mucho tiempo en Europa y ahora que volvió a México, trae los horarios hechos bolas. No puede dormir cuando anochece y, al amanecer, se despierta y no puede volver a pegar las pestañas, de modo que son muy pocas las horas que duerme. Tenía la ilusión de que coger le podía ayudar a conciliar el sueño.

De pronto el denso vapor cubrió todo y empañó el espejo, donde veía mi reflejo borroso. Barrí el rocío con la palma de la mano y se reveló mi cuerpo desnudo. Me vi con el cel en la mano diciéndole a Martín que podíamos vernos en una hora, después de todo había decidido hacer ejercicio temprano y ¿Qué mejor deporte que el de coger temprano? Nada quema tantas calorías como el sexo mañanero.

En el hotel lo vi despeinado, ojeroso y con cara de pesar. Aunque hasta a mí me daba sueño verlo, tenía algo de guapo en su abatimiento. Martín es moreno color café con leche y tiene el cabello negro azabache, un poco largo, y con canas esparcidas por todas partes como si hubiera estado pintando una pared blanca. Me abrió la puerta.

—Ponte cómoda —dijo en tono amable mientras me entregaba mi pago.

Sacudió la cabeza y se pasó la mano por la cara. Yo puse el lubricante y los condones sobre la mesa de noche. Me quité la chaqueta (sin albur) y los zapatos y me senté en la cama. Empecé a quitarme el resto de la ropa mientras él me veía sonriendo.

—Ya van tres noches y nada. Y estoy muy cansado, pero a la hora de cerrar los ojos esto no se apaga —dijo señalándose el cerebro.

Un doctor amigo le recomendó unas píldoras y nada. Tomó té de valeriana y hasta se puso a hacer ejercicio en la madrugada y nada. Dicen que el insomnio es muy desesperante. No me consta. Yo me duerno apenas pongo la cabeza en la almohada, claro, siempre que no esté trabajando.

Lo atraje hacia mí, lo desnudé lentamente dándole besitos en el cuerpo e hice que se acostara boca arriba.

—Cierra los ojos —dije.

Obedeció y respiró profundamente.

—Ahora relájate —proseguí.

—Ya veo que esto tampoco puede dormir —dije agarrando su pene, que se había inyectado de vigor en un santiamén.

Alcancé el lubricante, me apliqué un tantito en las manos y se lo froté con delicadeza. Él respiraba y se esforzaba en concentrarse. Aún estaba un poco tenso. Tenía los brazos estirados, pero no en reposo. Y su sexo caliente y palpitante en mis manos, parecía una viga de acero inoxidable.

—Así —dije—. Calmadito. Imagina que estás en tu sitio favorito y déjate llevar. 

Le puse un condón y me coloqué encima. Con sumo cuidado, agarrando su pene con ambas manos, lo dirigí dentro de mí. Él suspiró cuando me penetró por completo. Lo hice suavecito, moviéndome de arriba abajo. Mi cabello suelto rozaba su rostro. De pronto abrió los ojos y me miró fijamente, pero ya no se veía, ni se sentía, cansado. Empujó un poquito más, me agarró por las caderas y se aferró en su vaivén hasta correrse despacito, apretando las piernas. Me levanté, le quité el condón, le hice un nudo, limpié su sexo con un pañuelo desechable, los tiré, me lavé las manos y me recosté junto a él. Estaba a punto de decir algo cuando escuché su ronquido.

Ni hablar. Nos desenganchamos y así lo dejé. Al cabo de un rato me dio cosa despertarlo. Lo arropé, me vestí y me fui en silencio.

Hasta el jueves

Lulú Petite

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