'Más rápido... más duro', por Lulú Petite

ZONA G 03/12/2015 05:00 Lulú Petite Actualizada 19:31
 

Querido diario: Qué corta es la vida para tantos libros que vale la pena leer. Lo primero que me emociona de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es su aroma. 

En sus pabellones se respira un adictivo olor a papel nuevo. Caminarla es como ir por un túnel con entradas infinitas a mundos maravillosos. Bien decía mi abuela: ‘Consigue una llave y te abrirá una puerta; consigue un libro y te abrirá muchas’.

Cuando camines por la FIL, en el stand de Selector vas a ver un pendón naranja con mi foto sobre varios ejemplares de mi libro que forman una torre, cuando te acerques a leer el mensajito escrito en un post-it dentro del cartel, podrás saber que al comprar un ejemplar, automáticamente participas en el sorteo de una cita conmigo. Quién quita y al comprarlo, además de leer las peripecias de mis inicios en el dizque oficio más añejo, sale tu boletito de la urna y nos vemos para disfrutar entre besos y caricias las mieles de nuestros cuerpos. Digo, ¿a quién le cae mal una cogidita de a grapa?

¿Cómo lo sé? Pues resulta que ayer atendí a un caballero de voz profunda y sonrisa pizpireta. Me dijo que se llamaba Cristian.

—Lulú, estuve por la FIL —dijo.

Pensé que quería hacerme preguntas sobre la rifa y empecé a explicarle que esos datos los podía ver en la feria, no en mi teléfono. Pero ahí mismo aclaró.

—Espera, sólo te digo que compré tu libro, pero no quiero esperar a que hagan el sorteo. Quisiera verte para que me des… tu autógrafo.

Bueno, en realidad quería mucho más que eso. Pactamos una hora y comencé a arreglarme para salir. Al fin y al cabo, siempre me emociona cuando voy a encontrarme con un lector de El Gráfico o de mi libro, así que me puse linda para él y salí con mucho entusiasmo a darle una buena planchada.

Era un hombre maduro e iba al grano. Se quitó el traje mientras me veía desnudarme. Me dijo que me leía con regularidad y que hasta había fantaseado con algún día aparecer en mi columna (Deseo cumplido). Se dedicaba a las finanzas, pero tenía pasión por los libros.

—También tengo pasión por las mujeres bellas —dijo, lamiendo sus dedos.

Se acercó y los deslizó entre mis piernas. Cerré los ojos y gemí bajito, entreabriendo los labios.

—Y si escriben, más —agregó.

Lo hacía con soltura. Me alzó por la cadera y se hincó hasta la base de su miembro. Yo lo envolví con las piernas y lo hice apretarse más contra mí. Su piel, tersa y morena, ligeramente salada y con un delicioso olor a madera. Con la punta de mi lengua hice un circulito en torno a su tetilla. Se puso más duro y empezó a roncar como un motor. Entonces, me agarró bien fuerte por la cintura y me puso a cuatro patas. Apreté los puños en la sábana y lo sentí penetrarme. Primero despacito como con pincel, luego más rápido y más duro, como con cincel. Las bocanadas tibias de su respiración acariciaban mi nuca y yo me mecía hacia delante y hacia atrás, empujando mis nalgas en su estómago. Pegué mi pecho a la sábana y levanté más las pompas. Cristian me las agarró con fuerza y comenzó a jalarme hacia él haciendo más profunda y placentera la penetración.

—Así —le pedí.

Me jaló con más fuerza, apretando mi clítoris contra sus testículos y mi cuerpo se estremeció.

—Así —rogué.

Y siguió moviéndose con energía. Se notaba que eso le gustaba, porque podía sentir su miembro creciendo más en mi interior, haciéndose más gordo y prensado. Yo estaba mojadita. Mordí el borde del colchón para no despertar a toda la cuadra. Supongo que mi gemido lo excitó más porque de inmediato se vino llenando el preservativo con su ADN de perla líquida. Luego se desplomó boca abajo, sonriendo y con la respiración agitada.

—¿Te gustó?

Agarró aire para soltar las palabras y dijo: —Me fascinó.

Estuvo divino. Yo era quien había salido premiada con este cliente. Charlamos un rato y después se metió a la ducha. De salida, le di un beso en la mejilla a Cristian y le di las gracias por una hora tan intensa. Él me extendió mi libro y me pidió que se lo firmara. Yo le clavé un beso en la primera página y luego le puse en la dedicatoria: “Para Cristian, un hombre que hace su propia suerte”.

Cuando volví a casa me di una ducha, luego recordé que había apagado el teléfono antes de la cita. Lo encendí, me había llegado un mensaje de Miguel: “¿Qué haces?”. Me sentí un poco culpable, después de tan buen orgasmo con Cristian, no es fácil responderle al galán. En cierto modo es incómodo, aunque sea trabajo, no sé si disfrutarlo, es infidelidad.

Comencé a escribir algo, pero lo borré. Me dirigí al espejo y aflojé un tantito la toalla que me cubría. Un centímetro más y se me veía todo. Me tomé una foto y se la mandé. Pasaron cinco minutos. “¿Se habrá sacado de onda?”, me reproché. Pero finalmente me llegó otro mensaje. Por poco me desmayo. Tenía un abdomen muy provocativo y apetecible. No necesitábamos más palabras. Volví a ponerme de pie, fui al espejo y me hice otra foto, esta vez sin toalla. Él se tomaba su tiempo para igualar las imágenes que le mandaba yo, pero la espera valía la pena.

Un beso

Lulú Petite

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