“ENTINTADO”, por Lulú Petite

03/06/2015 23:13 Lulú Petite Actualizada 09:33
 

Querido diario: Hoy desperté temprano, después de un sueño erótico de esos que te hacen abrir los ojos con unas ganas tremendas de masturbarte. Metí los dedos entre mis muslos y comencé a tocarme, evocando el sueño, hasta alcanzar un orgasmo que me dejó gimiendo sola entre mis sábanas.

Estando aún metida en la cama muy relajada recibí una llamada. Era un hombre con voz muy masculina que me pidió un encuentro para esa misma tarde. No llevo agenda. En este negocio hay mucha gente que no es formal con sus compromisos. Te llaman temprano, hacen la cita y a la mera hora algo sucede: el tráfico, el trabajo, la familia o de ‘puros tanates’, el caso es que cancelan a la mera hora. No hay problema, a veces se puede y a veces no, ‘coger’ nunca es una emergencia. El problema está en que si me reservo y hay otro cliente interesado a quien le digo que no puedo atender, pensando en la cita que tengo programada, cuando ésta se cancela, no pierdo una, sino dos ‘chambas’.

 Como eso no me conviene, si me piden cita para determinada hora, puedo considerarla, pero no me comprometo y así se lo hago saber al cliente. Trabajo como taxi, el primero que me encuentre libre, se trepa, es decir, el primero que me llame ya instalado en el motel.

 Igual, acordé con el de la voz varonil vernos a las seis y, efectivamente, a esa hora llamó para confirmar. Me dio el número de la habitación en que se había instalado y salí rauda y veloz a apapacharlo.

 Era un hombre moreno, robusto, de ojos claros y unos 50 años. Tenía la voz fuerte y mucha personalidad. No sé qué tiene, cierto timbre de voz, que cuando lo escucho, además del tímpano me hace vibrar la entrepierna. No era guapo, pero sí atractivo, de esos hombres que tienen un ‘no sé qué’, que llama la atención.

Me pidió con una especie de cortesía enérgica que me recostara en la cama —quiero verte completita, cada detalle, mientras seas mía— explicó.

 Se recostó a mi lado, metió su mano bajo mi nuca y comenzó a besarme. Lo hacía muy bien.

 Con destreza, muchas veces inusual, comenzó a quitarme la ropa. Primero me desabotonó el pantalón, luego la blusa; en cada botón sus dedos hacían suaves caricias al espacio de piel descubierto, el nacimiento de mis senos, mis costillas, mi vientre, mientras sus labios no dejaban de comerse los míos. Cuando desabotonó toda la blusa, me jaló el pantalón hasta quitármelo, entonces hundió su cara entre mis piernas y se llevó mi sexo a su boca, aún con mi lencería puesta, entonces la tomó por los lados y la jaló para quitármela despacito, dibujando con la yema de sus dedos una línea de cosquillas por el contorno de mis piernas, las cuales puso en sus hombros cuando regresó a seguir comiéndome el sexo. Cerré los ojos.

El trabajo que aquel hombre estaba haciendo con la lengua entre mis muslos era espléndido. No todos los hombres saben hacer sexo oral. Algunos tienen vocación de San Bernardo, otros piensan que están comiéndose un elote, algunos quieren succionarte el clítoris como si fuera un pito chiquito; los peores, te lo ‘taladran’ como si su lengua fuera un rotomartillo empecinado en lastimar. Quien sabe hacer sexo oral te busca el ritmo, sabe lo sensible que es el clítoris y cómo lamer construyendo el placer poco a poco, de menos a más.

Así me estaba devorando aquel hombre. Sentí que se movía, sin dejar de comerme la entrepierna. Cuando abrí los ojos vi que ya se había desnudado, estaba de pie, con un condón en la mano. Vi cómo se lo puso y tomándome de nuevo por debajo de las rodillas, me la metió de golpe. Entró sin problemas, pero me hizo pegar un grito por el placer que me provocó.

Su forma de penetrarme era brusca, pero considerada. Estaba arrodillado sobre la cama, con mis piernas sobre su pecho y moviéndose con mucha energía. Cada estocada hacía que su cuerpo y mis muslos chocaran provocando un ruido como de aplausos, mientras los dos gemíamos como animales en celo. Tuvimos un orgasmo delicioso y simultáneo.

Nos quedamos unos minutos recostados, viendo al techo y platicando. Como en muchas conversaciones en los últimos meses y semanas, terminamos hablando de las elecciones. Me dijo que estaba tan ‘hasta la madre’ de anuncios políticos y de cómo se echan lodo unos a otros, que había decidido no votar.

En este negocio he aprendido que hay temas de los que es mejor no hablar, principalmente aquellos que mueven pasiones. La política es uno de esos. Hay gente que se puede sentir ofendida y, aunque es mi derecho tener una opinión y manifestarla, también es mi derecho guardármela y no herir susceptibilidades; así, cuando estoy con un cliente que simpatice, participe o milite con cualquier expresión política, no lo contradigo. Un cliente no me contrata para tener un debate, sino para hacer el amor, de modo que no discutí su decisión.

La abstención también es una expresión política. Es respetable y tiene un mensaje, pero al final no cuenta. Yo prefiero informarme, ir a la urna y cruzar las boletas. A México le tengo fe, así que este domingo, con el pulgar entintado.

Un beso

Lulú Petite

 

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