Cómo desplanchar la ropa

Sexo 03/05/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 17:23
 

Querido diario: Las habitaciones en ese motel son cómodas. Camas king size para un buen revolcón, persianas eléctricas, pantalla, DVD, luces románticas y bañera para vouyeristas. Es de esas que tienen a gigantesca estructura de cristal polarizado que separa el cubículo de la ducha de todo.

Sabía que Juan me estaba viendo enjuagar el jabón de mi cuerpo desnudo bajo la regadera. Le gusta ver cuando me ducho, desde la cama. El efecto del cristal hace que del lado de la regadera apenas se alcance a percibir una silueta, pero que él pueda verme con claridad.

En este motel ya jubilaron el jabón chiquito, tan popular en los templos del pecado. En su lugar empotraron en la regadera un dispensador de jabón líquido que, a decir verdad, tiene mejor aroma y consistencia que el famoso Rosa Venus y se ve bien y es más ecológico.

A Juan le gusta que todo esté perfectamente limpio. Paga siempre dos horas, para que tengamos tiempo suficiente. Está sentado en una esquina de la cama, con las manos sobre sus muslos, mirándome con más morbo que paciencia. Cuando salgo de la ducha, retoco mi maquillaje: labios rojos, pestañas rizadas, perfume, peinado y un vestido blanco que él mismo me regaló. Así le gusta a Juan.

A mí me divierte vestirme para él. Mientras me preparo, Juan cambia la cama. Pone en un sillón, perfectamente dobladas, sábanas, fundas y el edredón del motel y las cambia por unas que trae él. Es quisquilloso.

Ignoro de dónde le nace esa manía, pero me gusta. Tendrá  poco más de 50 años. Delgado, cabello bien peinado, con laureles de canas coronándole las sienes y una sonrisa amable con sabor a menta. No es guapo, pero llama la atención por su pulcritud y porte. Cuando termino de vestirme para él, salgo al ruedo. Juan está en la cama vestida apenas por sus sábanas limpias; él de traje, elegante y sobrio. Me mira como escaneándome de cuerpo entero. Está contento, satisfecho. Conozco bien esa mirada. Está ganoso.

—¿Qué tal, Juanito? —pregunto.

Él no responde, pero sonríe con cierta picardía brillándole en las pupilas.

—¿Te gusta? —insisto.

—Claro —responde con una media sonrisa.

También asiente con los ojos muy abiertos y extiende su brazo para que me acerque. Camino hacia él y tomo sus manos que estás calientitas.

El jala un poco el nudo de su corbata. Conozco la rutina. Querrá desnudarse lentamente e ir acomodando cada prenda en el tocador, de modo que queden impecables. Me rebelo y no lo dejo. Era hora de romperle la rutina, a ver qué pasa. 

Me siento en su regazo y me apoyo en su pecho sin dejarlo desnudarse. Nuestras caras están muy juntas. Tan juntas que puedo escuchar su respiración y los latidos de su corazón sobresaltado. Su boca se entreabre y me muestra sus dientes perfectamente blancos. Estiro la lengua, en cámara lenta, y paso la punta en la comisura de sus labios. Planta una mano en mi pecho y aprieta. Luego mete la mano debajo de la blusa y va escarbando hasta encontrar la teta descubierta, ofrecida para él como una copa de vino.

Entonces comienzo a quitarle lo planchado a su ropa. Le bajo la cremallera y expongo su sexo, que de inmediato sostiene con su mano y comienza a frotar lentamente, como si más bien quisiera dormir a un animalito. Sin embargo, estaba elevándose, haciéndose más gordo y venoso. Me arrodillé y al chuparlo le puse un condón.

Lo hicimos con la ropa puesta, a medio camino entre desgarrárnosla o disfrutar por la presión de la tela al movernos, estirarnos y cogernos mutuamente. Me encantó cuando despejó apenas tres botones de mi blusa y lamió la parte de mi pecho en la que se dividen mis senos. Besó mi cuello y me clavó su miembro entero de una sola estocada. Entre besos y sexo apasionado, poco a poco comenzamos a perder toda la elegancia.

Lo agarré por lo que le quedaba de nudo a su corbata. Chupé su labio inferior y fui bajando por su cuello hasta su pecho. A él le quedaba puesto un calcetín, medio calzón, la corbata y la camisa. Yo tenía la falda arremangada hasta el ombligo y no tenía zapatos.

Me colocó a cuatro patitas y me ensartó de nuevo de un solo golpe. La cama saltó con nuestros empujes y jalones. Me agarró las nalgas y yo arqueé la espalda. Juan estaba excitadísimo. Su miembro emitía corrientazos de placer, preparándose para estallar. Él me agarró por la falda plegada en mi cintura y me jaló para aumentar la velocidad de su ingle taladreante. Se inclinó sobre mi espalda y, sin dejar nunca de moverse, me bufó en la nuca. Esto me calentó muchísimo, pero lo mejor fue cuando tocó desde esa posición mi sexo, calientito y húmedo.

—Dámelo todo, Juan —gemí, medio gruñendo de éxtasis.

Sentí el manguerazo dentro de mí y luego él se desplomó muerto de la risa, encantado. El condón salió llenito.

—No lo había pensado, pero hacerlo con ropa tiene su encanto— dijo.

Hasta el jueves

Lulú Petite

 

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