Agasaja a tus muertos

Sexo 02/11/2017 05:09 Lulú Petite Actualizada 08:20
 

Querido diario: ¿Ya viste Coco? La película. Yo la vi el fin de semana y salí encantada. Hace unos años celebré el día de muertos en Michoacán. Nuestro país es conocido en el mundo por lo arraigada de esta tradición, considerada por la UNESCO, patrimonio intangible de la humanidad. De Mérida a Ensenada, nuestros panteones se llenan de gente que va a recordar a quienes amaron en vida.

Una de las zonas donde se celebra con más color y devoción es en la ribera del Lago de Pátzcuaro, en Michoacán. Allí, cada cementerio se convierte en una antorcha de cera, fuego y cempasúchil, perfumada de hierbas, incienso y manjares. Muchas familias, alrededor de los sepulcros de sus seres queridos, comen los platos que les gustaban, acompañándolos con música, rezos o, en muchos casos, conversando en silencio con ellos, como cuando hablas en plegarias. Y allí se amanecen, a temperaturas de hipotermia, calentándose con conversaciones, mezcal y recuerdos.

En un pueblo que se llama Cuanajo, a mitad del camino entre Pátzcuaro y Morelia, tienen la tradición de que en el primer año de un muerto, quienes lo quisieron en vida visitan la casa de los deudos con unos caballitos de madera en los que montan ofrendas. Entre más querida fue la persona, más caballitos llegan. La familia recibe a las visitas con tamales y atole.

Cuando fui a Cuanajo, me contaron una historia que ellos juran y perjuran que realmente sucedió: Érase una vez, hace muchos años, una pareja de artesanos que tenían una hija. Luego de una fulminante enfermedad, la niña murió y ellos quedaron muy tristes. El papá, se volvió huraño. Conforme se acercaba el día de muertos, más malhumorado estaba. No quería recibir a nadie, decía que no creía en altares ni estaba para fiestas. De todos modos su mujer, fiel a las tradiciones, se preparó para las ofrendas.

En Cuanajo son carpinteros. La tarde del día de muertos fue a su taller, en las afueras del pueblo. Tallaba un ropero, cuando moviendo los pesados maderos, varios se le vinieron encima y quedó atrapado.

Cuando el cielo oscureció, unos cuetes anunciaron el inicio de la celebración. Con ellos avisan a los muertos que la ofrenda está lista. A la casa del hombre comenzaron a llegar los amigos, con muchos caballitos llenos de ofrendas para su niña. La esposa estaba muy triste, atendiendo sola a los invitados, pensando que su marido, amargado por la tragedia, se había ido para no estar presente en la celebración de los muertos.

El hombre entonces empezó a escuchar gente que se acercaba. Eran grupos que marchaban como cuando vas a la fiesta. Entre risas y conversaciones, se llenó de luz y voces el camino que va del panteón al pueblo. Gritó, pero nadie lo escuchaba. Supuso que estaba alucinando cuando entre los que caminaban de ida y vuelta a camposanto, vio a algunos amigos y parientes muertos.

En el pueblo se oía la fiesta. Las luces del cementerio, las alfombras de cempasúchil y el olor a flores, con que los vivos tratan de guiar a las almas de sus seres queridos para que regresen a ver a sus familias. Los muertos iban y venían cargando panes y frutas, jalándolas en sus caballitos. El hombre seguía viendo gente pasar, pero dejo de gritar. Cuando había perdido la esperanza, junto a él, vio sentadita con un caballito de madera en la mano, a su adorada hija. Ella sonrió y, acariciándole la mejilla, le dijo que todo estaría bien. Él se desmayó.

Comenzaba a amanecer cuando despertó. Unos vecinos lo encontraron y lo ayudaron a volver a casa. En su mano, bien apretado, sujetaba el juguete. Un caballito de madera. Desde entonces, nadie celebra con más entusiasmo y fe que él, la noche más mexicana.

Coco es así. Una película que se encuentra con lo más bello de nuestras tradiciones. Hoy es día de muertos. Disculpame si querías leer, como cada martes y jueves, una crónica de mis aventuras bajo las sábanas, prometo que el martes estarán de vuelta, pero hoy quise hablarte de ésto porque es parte de lo nuestro.

Fui a ver Coco más a fuerza que por voluntad. No me encantan las películas animadas, pero desde el principio te das cuenta de que esta es distinta: Si has celebrado el día de muertos, si has ido a Michoacán en esas fechas, si tienes una abuelita que te cuenta historas de otros tiempos, si te gustan las cenas en familia, si tienes a alguien que extrañas y ya no está aquí, si amas lo bonito de nuestro México, seguramente como a la mayoría en la sala del cine, no podrás evitar que al menos una lagrimita ruede por tu mejilla y te den ganas de poner en tu casa una ofrenda para los que se fueron. Nada más mexicano que nuestro amor al ayer.

Hasta el martes, Lulú Petite

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