El placer del orgasmo

Sexo 01/08/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 13:33
 

Querido diario: A Samuel le gusta hundir su lengua entre mis piernas. Es insaciable y la verdad es que lo hace muy bien. No da esos lengüetazos desesperados que muchos creen que una disfruta. La atención siempre es buena y las intenciones pueden ser muy ricas, pero el punto de todos los puntos, la clave, el meollo, la vuelta, en fin, el truquito, eso está en la técnica.

Samuel es alto y moreno color cobre. Un tono que me encanta, pues combina con sus ojos almendrados con puntitos color ámbar. Además, tiene la nariz puntiaguda y una de esas barbas que toma horas hacer lucir como si estuvieran descuidadas. Tiene también un tono de voz capaz de derretir los dos polos. De hecho, cuando empezamos a conocernos y a encontrarnos en moteles, pensé que era locutor o algo así. La verdad es que no sé muy bien qué hace, pero está relacionado con algo de medicina o biología.

Como te decía, a Samuel le encanta el sexo oral. Le fascina. No sólo que se lo hagan, sino hacerlo. El miércoles estábamos en una habitación poniéndonos al día. Yo estrujaba la sábana con la espalda arqueada y el cuello estirado hacia atrás. Mis gemidos rebotaban en el techo y mi cuerpo entero temblaba como gelatina ante sus acciones cachondas.

Palpaba la pared de mi ojo vertical, en flor y húmedo. Metía su dedo hasta el fondo y me provocaba un estremecimiento interior que era difícil de controlar. Simplemente le pedía que no parara y retorcía de placer los dedos de mis pies.

Samuel, mientras lamía y chupaba con el profundo conocimiento de alguien que sabe complacer a una mujer, me acariciaba las piernas, los muslos, las nalgas.

Sumergí mis dedos en su cabellera poblada y oscura y sostuvo su cabeza como un juguete personal.

—No te detengas —le supliqué con la voz ahogada en un gemido.

El sudor humedecía mi frente, pasmada en una mueca de excitación plena. Me toqué las tetas y pellizqué suavemente mis pezones, perdida en mis divagaciones preorgásmicas. Apoyé mis pies en sus hombros y apreté mis entrañas. Estaba por terminar, a punto de caramelo. Imaginaba volcanes en erupción, cervezas derramándose, la espuma del mar.

Entonces, de repente, Samuel paró en seco. Fue una pausa justa, pues si seguía así no tardaría en saciarme por completo. Se limpió el mentón y se abalanzó sobre mí, con su pene hecho una viga de acero inoxidable.

Me besó en el cuello, bajando poco a poco hasta alojarse en mi pecho. Describió circulitos con la lengua en torno de mis pezones, botoncitos de madera dispuestos para sus caricias. Correspondí sus atenciones con un abrazo intenso, acercando su cuerpo al mío.

Samuel estiró su brazo delgado y largo, con la punta de los dedos tomó el condón que había colocado para mayor comodidad y se lo colocó en silencio, como un toro exhalando el aire del acecho. Su mirada me calcinaba y me incitaba los más candentes pensamientos.

Abrí las piernas y le di la bienvenida. Sentí la divina punzada de su miembro tenso y prensado. Me atravesó en tramos, enterrándolo poco a poco hasta llevarlo al límite. Clavé las uñas en sus hombros y hundí mi rostro en su pecho. Estaba en trance, despegando mis emociones y sensaciones del suelo hasta la estratósfera. Rodamos por la sábana, como si diéramos tumbos acostados, deshaciendo y rehaciendo un núcleo de placer desbocado.

Me aferré a su piel gruesa. Él hizo lo mismo hundiendo sus dedos en mis carnes, sintiendo mis curvas, mis pliegos tendidos a su disposición. Poco a poco me fui entregando al desenlace que esperábamos. Ceñí mis labios con la frente arrugada, los ojos entre abiertos. Samuel respiraba afanosamente, hundiendo su roble duro en mi cadera, empujando su máquina viril hasta lo más hondo de mi ser, hincando su cadera en la mía, tomándome con firmeza por la cintura y balbuceando algo mientras se disparaba su carga dentro de mí. Lo sentí bombear, moverse en mis entrañas, venirse a chorros. Lo demás se puso en blanco. Compartimos el vacío de un momento único, irrepetible.

Cuando todo acabó permanecimos así, acurrucados y exhaustos, con nuestros cuerpos desnudos y serenos disftutando el recuerdo del placer de un buen orgasmo. Samuel es un cliente adorable. Primero coge y luego habla. Conversa, entre caricias y besitos furtivos, de modo que hace que una hora se vuelvan más. 

Hasta el jueves, Lulú Petite

 

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