El Conde

01/07/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:25
 

Querido diario: 

Al llegar a la puerta, antes de tocar, siempre repaso en mi mente si llevo las herramientas básicas del oficio: mentas, condones y lubricante… todo en orden. Reviso el mensaje en mi celular, 307: Sí, estoy en el número correcto de habitación.

Me siento cómoda en este motel. Ya me conocen y me atienden con cortesía, además nos cuidan, discretamente están al pendiente de mi seguridad y la de los clientes. Es sábado, Brasil acaba de eliminar a Chile en unos penales cardiacos, todavía no comienza el juego que llevaría a Colombia a cuartos de final y falta mucho para que, con un clavado holandés, nos Robben el partido. No dejo de reconocer que tiene mucho de erótico y aventurero llegar a la habitación de un desconocido para hacerle el amor. Además, he de reconocerlo, estoy caliente. Últimamente he andado especialmente caliente.

Llamo con un tamborileo de mis nudillos contra la puerta de madera laminada. Toc, toc, toc. Escucho sus pasos acercándose. Me recibe un muchacho de ojos tiernos, sonrisa colgate, delgado, dice que tiene 21 años, pero se ve más grande, está guapetón. Me gusta.

A veces disfruto mi trabajo. No es como muchos piensan. No soy sólo un juguetito sexual donde los hombres buscan calmar su calentura. Lo mío no es un asunto de abrir las piernas, cerrar los ojos y dejar que el tiempo pase, que el cliente se descargue lo más rápido posible como si estuviera con una muñeca inflable y al que sigue. No, mi trabajo es mucho más personal, no sólo se trata del negocio, sino de la persona. Si pagan por conocerte, lo menos que puedes hacer es dejar que te conozcan y tratar de hacer lo mismo. De crear empatía y complicidad. Esa sensación de estar haciendo juntos una travesura placentera.

Más allá del sexo, los besos y las caricias, está la conversación. No imaginas cuántos lo que quieren es hablar con alguien que se ponga de su lado. Para eso me pagan. Siempre lo he dicho: Yo ofrezco terapias sexuales. La gente se abre cuando está desnuda y se sincera más después de cogerte. Por eso cuando terminamos se van liberados, no sólo por el alivio sexual, sino por haber sacado el veneno, sus cuitas, tenido una conversación honesta.

—Hola, digo casual.

—¡Qué tal Lulú! Tenía ganas de conocerte.

—Qué bien baby, pues aquí estoy, soy todita tuya ¿Cómo te llamas?

—Víctor. Pero me dicen Conde.

—¿Conde? ¿Por condenado?

—No,  responde sonrojándose 

—Por el conde de Plaza Sésamo, el de los números.

—¿Count von Count?

—Sí, ese.

No podemos evitar reírnos y eso lo tranquilizó. Al principio se veía un poco nervioso, así que me acerco y acaricio su carita sonriéndole. Él aprovecha el gesto como si fuera un salvavidas, me toma de la mano y me da un beso en los labios. Nada mal. Tomo su otra mano y abro la boca para que nuestras lenguas jueguen.

Me suelta, pone sus manos en mi cintura y me jala suavemente hacia él clavándome una mirada dulce y tímida. Sonrío de nuevo y, parándome de puntitas, le doy otro beso en los labios apretando mi cuerpo al suyo, embarrándole mis senos y si entiendo como se le endurece el paquete en el pantalón.

-¿Me ayudas?- le pregunto dándole la espalda, frotando un poco mis nalgas contra su erección y retirando mi cabello para mostrarle mi cuello y la cremallera de mi vestido. Entiende perfectamente la señal, baja con cuidado el zipper mientras pone sus labios tibios en el nacimiento de mi espalda, ente los hombros y el cuello. Siento un escalofrío, rico, mientras el vestido resbala por mi cuerpo y cae al piso. Sin qué se lo pida, se apresura a zafar el broche de mi sostén y quitándomelo con delicadeza, lo deja en el tocador y lleva sus manos a mis senos desnudos pellizcando suavemente mis pezones y volviendo a poner sus labios como vampiro en la curva de mi cuello. Llevo mis manos a su pantalón donde ya se siente una potente erección.

Él se desnuda de prisa y, entre besos y caricias, brincamos a la cama. Bajo por su pecho trazando un caminito de besos que me lleva a su sexo. Me encanta sentirlo retorcerse cuando se la chupo. Regreso despacio a su boca, trepando de nuevo por el caminito de besos. Tomo entonces su erección y, apuntándola entre mis piernas, me siento en ella. Él, con sus manos en mi cadera, comienza a marcar el ritmo en el que debía moverme. Cabalgo hasta que me pide que me acomode boca arriba, Pone mis rodillas en sus hombros y me penetra de una estocada. Se mueve frenéticamente, con tan buen ritmo, que pronto siento hervir mi sangre.

-¡Me vengo!- Gime en mi oído al mismo tiempo que siento el fuego de mi propio orgasmo. Siento las contracciones de su pene descargándose y lo abrazo fuerte. Él me besa con ternura. Nos venimos.

Después la calma. El conde resulta ser un espléndido conversador. Hablamos de sexo, de amigos y de amor. Nos despedimos con la promesa de repetir cuando sea posible. Me gustó.

Salgo a penas a tiempo para mi siguiente cita, un cliente colombiano muy fiestero y divertido que quiere ver conmigo el juego de su selección. Respondo el mensaje de texto confirmándole lugar y hora. Todavía no lo sé, pero voy a disfrutar mucho ese juego.

Un beso

Lulú Petite

 

Google News - Elgrafico

Comentarios