Amor del bueno

Al día 16/08/2016 05:00 Tanya Guerrero Actualizada 05:00
 

É l cultivaba la manzanilla, ella el chilacayote. Los dos, hijos de campesinos de 14 años, se lanzaban miradas de chinampa a chinampa para coquetearse. Tres meses después de “hacerse ojitos”, la voluntad de los xochimilcas terminó por encontrarse.

“Nos empezamos a gustar porque estábamos en nuestro ambiente”, dice Tiburcio Aguilar Escalante, el hombre de 76 años quien todavía recuerda a María Teresa, su esposa.

Cuando Tiburcio se embarcaba sobre Canal Nacional, aún no sabía que Tere era el amor de su vida. Después de pasar la tarde cortando alimento para sus animales, recorría con su canoa los 600 metros de distancia que lo separaban de la casa de su nueva novia para desde afuera hacerle señas.

 Se quedaban de ver siempre a las siete y ella buscaba la forma de salir de su casa, inventando pretextos a sus papás para poder ver a Tiburcio.

La primera vez que estuvieron solos, él le dijo que le gustaba mucho, la invitó a tomar un helado y ella por fin aceptó.

“Ella siempre dudaba porque sus papás eran serios. Estudiaba la secundaria y cuando nos hicimos novios, nos íbamos por allá a darnos de vez en cuando un besito”.

De beso en beso el matrimonio llegó. Con una fiesta sencilla y tradicional se casaron a los 18 años. Tiburcio entró a trabajar a la Secretaría de Hacienda y Tere al Hospital General. Ambos dejaron sus carreras inconclusas que más tarde logrando la estabilidad marital retomarían.

“Después vino lo mejor, empezamos a tener a nuestros hijitos. Fueron ocho y eso nos unió más. La familia siempre fue la idea que nos hizo permanecer juntos”.

Pasaron penurias económicas, pero su amor no desembarcó. La amaba porque era atenta con él, cariñosa y educada con sus suegros.

“El sentimiento que creció entre los dos fue un hechizo. Fue amor a primera vista. Me adivinaba lo que yo quería y aprendí a conocerla más a fondo. Cuando la miraba triste ya no le preguntaba nada, de inmediato iba yo a su encuentro”.

Cuando los hijos crecieron, Tere quiso retomar la carrera de enfermería que abandonó al casarse. Tiburcio la apoyó y le dijo “no esperes más tiempo” pactando que se turnarían para hacer presencia en casa.

Ella trabajaba en la noche y él en el día. Cuando ella se iba Tiburcio se quedaba al frente. Así, las decisiones que él tomaba Tere las respetaba y viceversa.

Trabajaron como equipo los 51 años que estuvieron casados.

“Ella fue el amor de mi vida y yo, la extraño bastante”.

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