Fantasía sin cumplir

31/05/2014 03:00 Yudi Kravzov Actualizada 00:47
 
A los seis años conocí a Yael, un niño alto, morenito y cachetón que siempre me atrajo. Era indiferente y sangrón, pero yo tenía la suerte de sentarme junto a él y así pude conocer su lados lindos. Platicábamos y jugábamos mucho; cantábamos seguido la de “capitán de madera”… quizás él no lo recuerda, pero yo sí.
 
 En segundo y tercero de primaria me empezó a gustar; era un cariño de niños, muy hermoso. Pienso que quizás él no lo notaba, pero ahora que soy grande, me doy cuenta de que fue y sigue siendo mi primer gran amor.
 
Me salí de esa primaria a los nueve; cuarto de primaria fue el último año que pasé en la capital y que lo tuve cerca. Mi familia y yo nos fuimos a vivir al estado de México y dejé de saber de Yael alrededor de 10 años. Hace poco, el bendito Facebook me hizo reencontrarme con algunos amigos de la primaria en la que íbamos los dos. Valiente, le mandé una solicitud de amistad y él me aceptó de inmediato.
 
Durante un buen tiempo sólo platicamos. Él se acordaba de mí, y yo, de esa niña que fui entonces, y de la manera tierna en que yo veía el amor. Era tan fácil hablar con él… Me habló de sus estudios, de sus sueños y de su pasión por el ciclismo y el deporte. Me gustaba el hombre en el que se había convertido ese niño morenito y cachetón.
 
Llegó el momento en el que nos íbamos a volver a ver, pero no fue tan pronto como pensábamos, porque él sufrió un accidente en la bici y por disposición médica, tuvo que estar en reposo unos días. 
 
Si bien anhelaba verlo, el contacto en Facebook seguía siendo divertido. Después de eso empezaron las llamadas telefónicas. Fue entonces cuando me encariñé de su voz dulce y a la vez varonil, que me iba dando probaditas de ese hombre que estaba descubriendo. La espontaneidad de chistes, fotos y mensajitos tontos, la cubrimos con el adorado Whatsapp varias veces al día; así que podía estar con él a toda hora y de diferente manera. Mi sueño de verlo podía esperar con tanta tecnología a mi servicio.
 
El día esperado se llamó 6 de octubre. La pasé tan bien que no cambiaría esas horas por nada en el mundo. Fue una tarde/noche mágica… Simplemente, el mejor día de mi vida. Si de niña me gustaba, ahora de adulta, me dejó anonadada.
 
Es increíble cómo, a pesar de entender menos del amor y de la vida, mis instintos de niña llenos de pasiones inocentes y sin prejuicios, pudieron elegir el alma de un ser con la que ahora me podría fundir hasta el infinito y más allá. 
 
Comprobé que no existe mejor medicina para la vida que el amor. Puedo asegurar que el insomnio y las noches saben diferente cuando el corazón flota. En el silencio de antes de dormir, cuando todo el mundo desaparece, lo siento, y lo veo en mis sueños. 
 
Desde nuestro reencuentro, pude sentir de verdad el goce por vivir y entender ese sentimiento ingenuo y tan profundo de entonces, que es como del que hablan las canciones de amor. Esos meses viví una felicidad que me hacía escribir cositas que no se pueden decir, y mandar fotos artísticas de momentos donde no parece haber misterio. La vibra del amor me acompañaba hasta cuando me ponía aretes, caminaba bailando y, no sé, me sentí siempre alegre sin buscar un por qué.
 
Es como si en el corazón se encontraran los tesoros que hacen amar la vida, como si ahí estuvieran las razones que logran que todo lo feo pierda importancia y que los colores se vean mas vivos.
 
La segunda cita se llamó 10 de febrero. Teníamos un buen plan para ese día, pero no la pasamos bien. Fuimos al cine, y en realidad poco importaba el lugar... Sé que en algo fallé, todavía no sé en qué, pero mis actitudes y mi comportamiento hicieron que Yael se alejara de mí, que se rompiera el encanto, que terminara el sueño y que yo me quedara suspendida. 
 
“Te extraño mucho”, grito desde el fondo de mi corazón. No lo niego. Los colores han bajado de intensidad y la vida ya no me parece increíble y divertida como durante esos meses en que Yael fue mi Buzz Light Year, el hombre que iluminó mi vida. 
 
¿Qué más puedo hacer? Sólo me queda prender la antena, caminar atenta y conectarme con esa niña sabia que llevo dentro para que llegue otra vez luz del amor a mi vida, amor del bueno. Me queda muy claro que en el corazón, no se manda.
Google News - Elgrafico
Temas Relacionados
instantáneas

Comentarios