Puerto de pasión

30/08/2014 04:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:32
 
Mañana es mi cumpleaños. Ahorré mi aguinaldo y una quinta parte de mis quincenas desde enero para poder festejarme en las playas de Acapulco.
 
A muchos les suena ridículo que quiera irme a celebrar mi cumpleaños a la playa y que me vaya sin amigos, sin familia y sin galán, en lugar de quedarme a festejar aquí con todos. Y es que como yo no doy explicaciones, ellos no saben que me voy con la certeza de que en Acapulco florece amor y de que en el aire flota el sexo. Yo soy de esas mujeres a las que la vida no les debe nada y en el momento en que se me mete una idea a la cabeza, organizo mi tiempo y mis centavos, y me lanzo a cumplir todos mis caprichos.
 
¿Y por qué Acapulco? Pues porque ahí es donde mis abuelos se fueron de luna de miel, y donde pasé mis vacaciones durante buena parte de mi infancia. Además, porque la energía acapulqueña ha sido especial en mi vida. En ese puerto perdí mi virginidad; ahí fue donde conocí a un lanchero adorado que me hizo saber lo importante que es saber hablar inglés y ahí es donde yo quiero envejecer.
 
El simple nombre de Acapulco me remonta a los encuentros sexuales más importantes de mi vida. No sé si es el mar, las puestas de sol, la brisa, la arena, las estrellas, los ostiones, las tostadas de caracol, el ceviche de pescado o el chilpachole de jaiba. 
 
Lo que sí sé es que mis amoríos acapulqueños, que no siempre han sido idilios color rosa, le han dado un sabor especial a mi vida y a mi forma de entender amor, sexo y fantasía.
 
Sufrí bastante con un gringo cabrón que una noche me estuvo persiguiendo; se puso borracho, me quiso violar y, muerta de miedo, me tuve que esconder en un baño. En otra ocasión, fui yo la que se enamoró de un güerito de ojo claro que venía de Guadalajara; él ya no quiso seguir conmigo el romance. Por más que le escribí, se hizo el loco, como si yo no supiera  que bajo las sábanas de mi cama tocó las estrellas de Acapulco. Me imagino que tenía esposa e hijos o algún compromiso así, porque le espantó mucho que yo estuviera insistiendo,  buscándolo, queriendo saber de él.
 
No me atreví a hacerlo con un japonés al que le decían Toki. Como que me veía y se reía; no sé si le daba morbo o curiosidad el tamaño de mis senos, pero todo el tiempo lo tenía pegado a mí como si fuera prendedor y no supo pasar al romance. También ahí conocí a Serguei, mi novio ruso; era divertidísimo. Nos entendíamos sólo a señas y me hacía reír todo el tiempo. Ni aprendió español, ni aprendí ruso, pero le daba por tararear canciones en su idioma bajo el chorro de la regadera cuando terminábamos de hacerlo. Por mucho tiempo se me quedaron esas melodías y yo las tarareaba cada que me lavaba la cabeza.
 
A Toño también lo conocí ahí. Fuimos amantes casi ocho años y las escapadas que nos dimos hicieron que valiera la pena vivir. Lo malo fue que no nos decidimos y se me murió de un infarto fulminante hace dos años.
 
Cumplo un año más. Me veo en el espejo y encuentro en el reflejo a la mujer que lucha por ser feliz cada mañana. Me voy a Acapulco mañana a buscarme entre las olas, en el viento y en la arena. Por supuesto, quiero encontrar a un hombre encantador que transforme mis suspiros en orgasmos; uno con el que pueda pintar mi futuro de colores, pero aclaro que esa no es la razón de mi viaje, ni el único sueño de mi vida.
 
Soy privilegiada por vivir en un país con tan lindas playas, por tener el Puerto de Acapulco a una cuantas horas de mi ciudad. El viento del mar pega fuerte cuando uno va solo, pero yo quiero caminar con los pies descalzos en la playa y sentir la brisa marina en mis pechos; definitivamente, para mí es la mejor manera en que me puedo festejar.
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