Romance y sexo hacen milagros

Sexo 30/03/2017 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:10
 

Para mí, el romance y el sexo siempre van acompañados. Para muchos esto puede sonar ridículo y superficial. Otros dirán que entre la vida cotidiana, el trabajo acelerado, el tráfico, las noticias, el estrés, las deudas y los pagos, no existe tiempo para el romance. Hay quienes piensan que ser romántico y sentimental es tonto y cursi, pero yo no estoy de acuerdo. Cuando se quiere vivir una relación sana y bonita en la cama, no importa el tiempo que lleven juntos: el romance transforma a una pareja aburrida en una pareja sexualmente activa.

Mi descubrimiento sucedió la noche en que me reencontré con Rudy, mi primer novio. Nuestra relación había sido infantil y muy ingenua. Fuimos de esos niños que se tomaban de la mano y se daban besos tiernos. Ambos suspirábamos de amor por el simple hecho de estar juntos. El tiempo nos separó y no volvimos a vernos, hasta que me contactó por Facebook y nos dimos una noche, una sola noche.

Caminamos de la Condesa a la Roma. Después, en un parque, nos sentamos en una banca y lo escuché hablar de sus logros y de sus debilidades. Yo hablé de mi vida y de mis sueños. Ahí comencé a sentir que es romántico que te escuchen, que te dejen guiar, que te paguen la cerveza, caminar juntos.

Cuando comenzó a hacer frío, me dio su chamarra. Entonces entramos en un bar. Ahí me dijo que nunca me había olvidado y con su índice recorrió mis patitas de gallo. Me dijo que sigo muy bonita y abrió su corazón conmigo. También mostrarse débil fue romántico. Me dieron ganas de abrazarlo, de apapachar a ese ser frágil como yo.

 Por último, compartimos un pastel de chocolate en una cafetería solitaria y escondida. Ahí, yo me abrí con él y le dije que me siento cansada. Le confesé que estoy harta de este mundo lleno de malas noticias y tensiones. 

Durante las cuatro horas que estuvimos juntos, no vi mi celular. No hablamos de series de televisión ni de política. Nos dedicamos a compartir lo que sentimos. Cada uno resumió su vida entre deseos, logros y miedos,  y ambos estábamos contentos de saber que alguien nos escuchaba con atención. No hubo flores ni dulces. Me acompañó a mi casa y al despedirnos, nos besamos en los labios.

Cuando llegué, mi marido estaba dormido. Desnuda, me metí a la cama, y feliz por el encuentro romántico que tuve, lo fui despertando despacio con besos húmedos. Le hice el amor y de paso, yo también me vine.

Quizás mi marido no se dio cuenta de cuánto necesitaba una tarde llena de romanticismo, de una oreja que me escuchara, de repetir mis miedos y mis planes para el futuro. Me di cuenta de que regresé contenta, prendida, erótica. Y es que dormir junto a una persona que no parece desearte es triste, desalentador y hasta destructivo.

No soy yo la única que duerme dentro de una cama pasiva. No soy yo la única que se queja del frío que genera la distancia en un nidito de amor. Él tampoco logra despertar el romance, sentirse vivo como para relacionarse con la misma mujer y desearla a través de los años. Lo que constaté es que el romance prende, que Rudy no era el importante, sino yo y mi deseo de pasear, caminar, escuchar, compartir... Solamente necesité esos ingredientes y olvidarme de la televisión, del teléfono y de mis contactos.

Desperté segura de que el romance es el secreto de quienes hacen el amor en la vida cotidiana, de los que juegan a sorprenderse, a darse gusto. Me doy cuenta de que todo es importante. Todo harta, todo es difícil, pero para coger, se necesita escuchar a tu pareja, hacerle mimos, tener detalles y construir juntos una burbuja de amor en la que puedan sentirse. De otra manera, los cuerpos yacen lado a lado y no se tocan. Si se enfrían, el deseo que habita en ellos se muere.

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