Me gusta estar vivo

Sexo 29/08/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:05
 

Iba con Dina en el taxi, rumbo a un hotel de paso donde trabaja mi amigo Alfredo como gerente. Cuando hay lugar disponible, y yo necesito impresionar a una morrita con iniciativa, mi amigo me da chance de quedarme en cualquier cuarto que quede libre. 

 Era la primera vez que Dina y yo nos íbamos a dar. No habíamos pasado de fajes en el coche de mi tía Elizabeth y besos en el zaguán de su casa. Lo planeamos desde el sábado pasado. Ese día, todo importaba poco. Mi objetivo era solamente uno: estar solo con Dina para dármela y tener otro nombre en la lista mental en la que tengo a todas mis chicas. Tres son las que yo había sentido con mis dedos y Dina sería la cuarta. Quería tocarla muy lentamente y sentir sus labios en los míos hasta perderme...  

El cuarto de hotel que me apartó mi amigo tendría una pequeña piscina privada. Ella estaba tan emocionada como yo. Bueno, aunque un poco diferente. Dina se deshacía por dentro. Las ganas se le notaban, y yo sólo sentía que si no me quitaba las ganas me iba a explotar el pantalón, literal.  

 Faltaban varias cuadras para llegar al hotel. De pronto, el chofer se detuvo en una gasolinera y salió corriendo con un “ahora vuelvo, no tardo nada”. Apenas en ese momento, me di cuenta de que el hombre que lo manejaba tenía un acento de extranjero. A mi mente llegaron pensamientos de alarma. Algo en mí, me decía ¿no has visto todas las noticias del mundo? ¡El coche va a explotar! Sentí que el corazón se me salía por la boca. Pensé: Si me muero ahorita, estaré por toda la eternidad lado al lado con Dina. Quería salirme del coche, pero me quedé paralizado del miedo. No podía mover un dedo. 

La tarjeta del taxi mostraba la foto y el nombre del conductor: Amín Majdul. Imágenes de películas con explosiones y tiroteos pasaron ante mis ojos. En ese momento, todo a mi alrededor iba a desaparecer: Dina y yo moriríamos juntos. Ella, nerviosa, queriendo saber si pasaba algo, se aferró a mi manos. La abracé. 

—¿A dónde fue el señor del taxi? —Preguntó alterada. Supongo que trataba de imaginar alguna razón menos alarmante y muy distinta a la que yo estaba pensando. Como yo no le contestaba, cambió su sonrisa por una cara de preocupación. Leyó mi pensamiento y me besó. El tiempo se detuvo; olvidé el coche , las explosiones y el miedo. Su beso me hizo olvidar hasta mi propio cuerpo. Tenía junto a mi corazón esos ojitos lindos; sentí el alma de Dina mirando mi alma por dentro, diciéndome: “se vive sólo una vez”. Así, literal. Me sudaba todo y su beso me quitó el miedo de desaparecer. El chofer se metió al coche. Pidió perdón; dijo que andaba malo  del estómago, que tuvo que entrar urgentemente al baño. Prendió el taxi y el radio; alcanzamos a escuchar el reporte informativo y llegamos al hotel.  

 Cuando cerré la puerta, nos desnudamos y comenzamos a darnos. Yo estaba hambriento de esos besos. Quería oler sus manos, sentir su respiración y conocer su verdad. Estuvimos juntos; dejé de temblar. Lloré por estar sano y salvo con una mujer que quiere conocer sus más secretos deseos. Acaricié su cuerpo, besé sus manos y probé sus dedos.  

 Dina me encanta; descubrir el amor mientras buscaba sexo, me ha hecho cambiar mi forma de pensar sobre las morritas. Estar vivo... Me gusta estar vivo, y besar a Dina, me fascina aún más. 

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