Le daba a mi macho cabrío

Sexo 24/10/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:05
 

Hace dos años que Moisés me regaló dos bugambilias: una que cuelga y otra  que crece para arriba. Decidí plantarlas en la ventana para que, desde lejos, mi terraza sea “la de las flores”. Desde entonces las riego y les hablo. Me he encariñado con esas florecitas hermosas color púrpura que alegran muchísimo mi día, mi noche y mis recuerdos con Moisés.

Apenas ayer en la tarde, mientras las regaba y les quitaba hojitas secas, les conté que Moisés y yo nos conocimos intoxicados en alcohol, en un antro de la Zona Rosa. Yo pensé que la cosa no pasaría a mayores, que estaríamos dos o tres días encerrados en un cuarto de hotel y que a la semana siguiente ni se acordaría de mi nombre. 

Y es que yo estaba acostumbrado a no tomar nada en serio, pero fue distinto con él. Aun cuando nunca se atrevió a salir del clóset y siguió siendo padre de familia y esposo de Malena, en mi casa siempre fue un macho cabrío al que le gustaba que lo penetrara, mientras le besaba la nuca. Nunca discutimos su relación familiar. Fue un padre ejemplar y un marido dadivoso. Conmigo fue dulce, dulcísimo... 

Viajamos, comimos muchísimas veces juntos y plantamos bugambilias en su oficina, en el balcón de su cuarto y en la terraza de su baño. Cuando estaba solo, desde ahí me escribía. Me mandaba fotos de las flores que cuidaba; decía que cada una de esas florecitas le recordaba mis besos. Éramos cursis, tontos y un tanto melancólicos.

No sé si vivir separados hizo más fuerte nuestra alianza, pero atesoro cada noche que compartimos besos porque fueron contadas: eran motivo de fiesta. Nos escapábamos de este mundo que nos mantuvo dentro de un clóset oscuro, chiquito y lleno de besos. A veces, Moisés me hablaba de su casa amplia, de su baño de doble lavabo y de su comedor de doce sillas, siempre vacío, mudo, triste.

Murió hace poco. Estaba enfermo y lo cuidé. Varias veces, disfrazado de médico, me colé al hospital. Con el pretexto de limpiarlo, sacaba a los familiares del cuarto y le cambiaba los calzones, le daba sus caricias, lo veía verme y llorábamos los dos. Su cáncer progresó tan rápido que no tuvo tiempo de perder el pelo, de adelgazar como anoréxico ni de hacer el amor una vez más.

Muchos criticaron nuestra relación; muchos me dijeron que era yo un idiota y pocos entendieron que cuando nuestros cuerpos se juntaban nos volvíamos un hombre de una sola pieza, una escultura doble de un solo corazón. Amé su piel tanto como su pecho; sus detalles, sus ojos y su caricias. Él y yo fuimos seres afortunados: hermanos, amigos y amantes. Me dejó muchos libros, muchos cuentos y palabras de amor que son el tesoro más grande que guardo en mi corazón. No fue casualidad que la última noche en el hospital, le llevara un ramito de bugambilias.

Le dije en secreto que para mí fue un rey. Lo besé por todo el cuerpo, y bajo las sábanas blancas y duras del hospital, le di una última chupadita rica. Total, Malena nunca se la dio con gusto.

Siempre dijo que le daba asquito, que no estaba acostumbrada, que de sexo y babas, ella no sabía nada. Hoy, aunque sé que su corazón explotó cuando se vino y que le quité días de vida, me quedo satisfecho de pensar que murió con el sabor del amor y no con el de la enfermedad. A mis bugambilias les cuento que yo quisiera morir así también.

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