Las cosas entre nosotros se dieron rápido; nuestra comunicación no verbal era efectiva y maravillosa. Varias veces tocó mi cintura haciendo contacto y me invitó un capuchino cuando hicimos una pausa.
Sus palabras recorrieron mi cuerpo antes que sus manos. Acarició mi cuello, mis pómulos y puso mis labios en los suyos. Yo le propuse meternos a un hotel. Compra El Gráfico y descubre la historia competa en tu edición impresa de hoy.