Me rechazan por ser gay

Sexo 23/08/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:01
 

Cada día me encuentro más triste y   solo. Leo este periódico porque siento cercanía con la gente que escribe aquí. En parte, me da mucha curiosidad todo lo que pueden contar, pero al mismo tiempo, como no me interesa cuestionar sus opiniones, ni sus puntos de vista, leo, pienso y olvido.  

 He decidido dejar de hablar con la gente que está cerca de mí y así, dejar de discutir. Otra vez le tuve que decir a mi hermana que soy homosexual porque se me revientan las pelotas. También le dije que ya no se lo voy a ocultar más a mi mamá, que a sus 80 años lo ha sabido siempre, aunque mi papá no se lo haya podido tragar nunca. 

 Los que escriben sus historias en este periódico no me van a juzgar. No me conocen. No saben nada de mí. Sus palabras son voces que entran por mis ojos, y al contarles esto no me siento señalado, ni observado, ni cuestionado. Prefiero mil veces leer a extraños que escuchar todo lo que me dicen, por ejemplo, mi hermana y su marido, que me denigran todo el tiempo. 

No me quieren presentar a sus hijos y me dicen: "es que se te ve lo maricón.

Se ve que eres una loca". Y sí, ¿cómo no se me va a ver si soy gay? 

 Aprendí a leer desde primero de primaria. Leyendo me siento acompañado; no tengo que aguantar la mirada confusa de un interlocutor, ni la voz de mi papá diciéndome que camino, me paro y me siento como mujer, o quejándose porque nunca pudo hacerme hombre macho.  

 Leer me ha mantenido a salvo; me ha transportado a ciudades y a pueblos. Me ha hecho crecer y enterarme de novedades científicas, de historias del mundo, de noticias y de cuentos morbosos que me hacen ver que lo mío no es ni moda, ni capricho, ni enfermedad. Ya somos muchos a través de la historia, y las generaciones venideras, esos chiquitos que nacen ahora, ya no serán juzgados por la ignorancia de las personas que ahora están en la tercera edad. El mundo es otro. 

 De mi ser sexual no discuto ya con nadie. Es mi vida. Tengo la suerte de no haber contaminado mi sangre con el virus del sida. Mi ex me quitó a los pocos amigos que tenía y detesto mi trabajo, porque mi jefa es la típica cabrona que me avergüenza con mis compañeros de trabajo, que se la pasan haciendo chistes tontos sobre mí, o me dicen “puto”, y cada que pueden me ofenden. 

 Nadie sabe lo difícil que se siente tener un secreto tan serio y cargarlo en soledad. No imaginan lo mucho que me gustaría levantarme un día y decirle a mi jefa, frente a todos, que no me vuelva a hacer burla, y que se encuentren a otro güey. Quiero gritarles que me denigra hablar con ellos, que no comparto su sentido del humor y mandarlos  derechito a la mierda... Pero como a todos en la oficina les hace gracia y yo no me quiero pelear, pues no hablo con nadie de esto.  

En la noche, llego a mi casa, saludo a mi esposa, ceno con mis hijos, les doy la mitad de mi quincena y me siento a leer el periódico. Así no tengo que dar razones a nadie y me puedo meter solo en mi mundo, en el que me llamo Romeo y soy un príncipe que rescata a su príncipe de la casa maldita donde se siente encerrado, asfixiado y casi muerto.  

 

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