Gran vacío

20/09/2014 04:00 Yudi Kravzov Actualizada 03:18
 
Crecí dentro de una familia tradicional; me casé a los 18 y antes de cumplir 24, ya tenía cuatro hijos. No sé como expresarme en cuanto a temas de intimidad, pero cuando me casé, me hubiera gustado saber que el sexo tiene una parte muy importante en la vida de un matrimonio.  Mucho tiempo pensé que el deseo no era parte de ser esposa, ni siquiera de ser mujer. Pensé que sólo los hombres tenían necesidades y cancelé los instintos que aparecieron alguna vez en sueños, tanto dormida como despierta.
 
No sabía que la forma en que se comunican los cuerpos en la cama, tiene mucho que ver con que las energías se entrelacen, que es como un baile en el que con la práctica se logra que una pareja vaya hacia una misma dirección. Es verdad. El sexo es como una terapia muda donde la palabras sobran y los cuerpos se comunican sin voz.
Me hubiera gustado saber que se puede romper el silencio sin hablar, porque dormir con el marido cuando se está de pleito es muy difícil. Cuando un hombre duerme a tu lado sin demostrar cariño, las noches son muy tristes. La autoestima queda dañada y se vuelve difícil  atender con gusto. 
 
La distancia crece, la tristeza se hace evidente y la familia entra en un conflicto silencioso que acaba por perjudicar a todos de alguna forma. Crecí en una casa donde el amor no se juntaba con el deseo. No era bien visto que las mujeres tuviéramos ganas de un hombre. 
 
Yo creía que el amor se hacía para tener hijos y que una vez que nacían, el cuerpo ya no necesitaba sentir a otro. Muchas noches, me levantaba por la madrugada y me asomaba al otro lado de la cama para ver dormir a mi marido. Me asustaba la idea de que pudiera morir ahí, justo a mi lado, y que yo no me diera cuenta sino hasta el amanecer. 
 
Antes de que empezara a medicarme para dormir, esa era una de las pesadillas recurrentes que me quitaba el sueño: que yo dormía por horas junto a un cadáver.
 
Puede sonar tonto, pero yo no sabía que, como si fuera magia, después de hacer el amor, un sendero de paz aparece entre las parejas. Una amiga dice que después de tener su orgasmo, ella cierra los ojos y se va volando sobre una nube acolchonada hasta otro mundo; que a veces hasta se queda dormida y mansa; que esos sentimientos de tranquilidad borran los agobios, el resentimiento y hasta el coraje que vive almacenado en su corazón.
 
Creí que armonía, serenidad y cierta complicidad eran los ingredientes para conservar una pareja, pero para tener esas tres cosas, sin duda, el sexo es esencial. Eso lo aprenden las generaciones nuevas; ahora cada que uno prende la televisión, el sexo es el protagonista de las telenovelas. Además, los jóvenes hablan de eso sin temor a estar diciendo una barbaridad.
 
La frustración y la soledad tornaron mis noches de un color terriblemente oscuro. Quería sentirme halagada, e inconscientemente, necesitaba abrazarme a un cuerpo desnudo. Soñaba con platicar todas las noches. Me quedaba prendida de esas escenas románticas donde hay velas, besos en la boca y amor, y me preguntaba si todo eso es verdad o sólo una ficción en pantalla.
 
En mi recámara nunca se fundió el deseo, ni siquiera cuando engendré a mis criaturas. Nunca disfruté los silencios, ni sentí deseos de quitarle la corbata a mi marido. Lo ignoraba, me la pasaba hablando por teléfono y cuando llegaba tarde, cerraba los ojos y me hacía la dormida.
 
Ahora que soy viuda me miro al espejo y los ojos se me ponen llorosos. Se me atraviesan las ganas, pero no sé cómo comportarme con un hombre ni cómo incorporar el sexo  a mi vida. Me siento fría y me sé torpe, casi muerta.

 

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