Me agarró de semental

Sexo 19/12/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:09
 

La conocí por casualidad en el café que atiendo en la colonia Roma, estaba llorando. Me acerqué amable y me platicó que se quería embarazar y no podía. Dijo que llevaba años intentando con tratamientos, que su marido se dio por vencido, y ya no quiere invertir más tiempo ni dinero en ello.  

   Traté de darle algunas palabras de consuelo y, por supuesto, no le cobré el capuchino que se tomó. Dos días después volvió a entrar y nos quedamos platicando de otros temas, sin mencionar la tarde en que lloró conmigo. Así, poco a poco, conocí algunas cosas de ella. Supe que trabaja en una oficina en el área de contabilidad, que le gustan las películas viejas, que platica con las flores y que odia todo lo que tenga que ver con cocinar. 

 Entre nosotros se hizo una rápida amistad. Yo le platiqué que le tengo miedo al matrimonio, que hace tiempo que no tengo novia, que me gusta mi trabajo porque conozco gente, y que día a día, me la paso bien sin tener, por ahora, ninguna responsabilidad.  

 Ella me dijo que conmigo había encontrado una forma linda de crecer. Yo me sentí halagado, siempre me he sentido atraído por mujeres mayores, y más cuando necesitan calor y cobijo. Así que me dieron ganas de volverme su protector, su red. Hablamos de mi infancia y de la suya, de cómo nos imaginamos en cinco años, de su vida aburrida entre números y cuadernos, y de mi pequeño gran café en la colonia Roma, que cada día se hacía más y más atractiva para el turismo de la ciudad. 

 Nos vimos fuera del café algunas veces. Los encuentros terminaron en besos donde nadie podía vernos. A mí me llamaba la atención lo rápido que iba todo entre nosotros... Además, yo sabía que ella se quería embarazar, así que siempre traía   condones en la bolsa y me iba con cuidado al amar, hasta que me lo dijo de frente:  

—Dame un hijo, por favor, intenta... Creo que son sus espermas los que no sirven... Anda, dame un hijo. Por favor, dame un hijo tuyo. 

 Nunca pensé que con esas palabras pudiera sentir la inmensa erección que tuve en ese momento. Mi yo animal se convirtió en una jeringa de espermas. La idea de fecundar a una hembra con mi semen me hizo un macho cabrío y fértil. Me arranqué el condón y la penetré con toda la intención de embarazarla. Sentí en ese momento que me volvía más hombre y animal que nunca. 

Estaba decidido a soltar los espermas necesarios para satisfacer el deseo que esa mujer suplicaba. Como un mago con su vara mágica, la penetré y el calor de su cuerpo me hizo acabar. “Toma el hijo que deseas”, dije sin voz. En ese momento, me sentí un dios todopoderoso. Tardé unos segundos en volver en mí y abrir los ojos. 

 Creo que le hice un hijo, porque no la he vuelto a ver más por acá. Me va a doler en el alma que se escape. No sé ni dónde encontrarla ni a dónde llamar para saber si voy a tener o no un hijo. De pronto me vale y de pronto no. Siento que ella me usó y a la vez que le hice un gran favor. Hay noches en las que sueño con ella embarazada. No tengo ni su foto ni su celular. No sé siquiera si es verdad que se llama María, ni si su marido algún día lo va a sospechar. 

 

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