Abuela cómplice

17/05/2014 03:00 Yudi Kravzov Actualizada 01:08
 

Pasan los años y aunque siempre digo que no me importa festejar el día de las madres, siento que mis dos hijos no me consienten como solían hacerlo antes de casarse.

No soy una suegra impertinente. Tengo mi vida muy independiente. Mi dinerito me alcanza para bien vivir, gracias a la jubilación de mi marido que me toca por ley. No le pido a mis hijos más que cariño, y a mis nueras, que una vez al año, me permitan estar sola con mis hijos.

Me gusta ir a solas con ellos a la terraza del restaurante Sep’s de la Colonia Condesa, como en esos tiempos en los que mi marido falleció y los tres hicimos mancuerna para pasar la pena.

Añoro las épocas en que mis hijos sacaban la guitarra y me cantaban las canciones de Julio Iglesias, con las que muchas veces los arrullé. Nuestra vida estaba llena de detalles y mis hijos parecen haberlos olvidado en los años que llevan de casados con mujeres que no conocen el respeto por los mayores y con las que, por una razón o por otras, siempre he tenido que competir.

A mí no me gusta ignorar las verdades. Hay quienes sabemos que mi hijo y mi nuera no se llevan bien; mi consuegra anda de metiche en casa de su hija; ya supe que tienen problemas de dinero y que el hermano de mi nuera siempre les anda pidiendo prestado porque no trabaja. Sin embargo, todos se hacen los desentendidos y se habla de otras cosas, como del temblor o los cambios de clima.

Este año, se decidió otra vez comer cabrito con mis dos consuegras para celebrar nuestro día en paquete.  Cada uno de mis hijos festeja a su mujer, y yo que soy su madre, me quedo de observadora, escuchándolas hablar de sus regalos y sus cosas que me importan poco.

No entienden que las abuelas y las suegras deberíamos ser las más festejadas. No es que sea competencia, pero en las familias modernas ya no se inculca la importancia de estar cerca de las abuelitas.

Desde la semana pasada le dije a mis dos hijos que me gustaría pasar un tiempo sola con ellos, aunque no sea el mero día del festejo, pero ninguno de los dos se dio el tiempo. Quedamos de vernos la próxima semana, pero estoy segura de que me van a salir con esos pretextos de trabajo con los que siempre se excusan. Me van a decir que no pueden salir temprano de la oficina, o que traen una infección intestinal o una laringitis y que mejor no nos vemos porque no me quieren contagiar.

Ya me duele menos la distancia que ha crecido entre nosotros, porque este año mi regalo ha sido estar cerca de Rebeca, mi nieta de 20. Ella se ha hecho acompañar de Mauricio, un vecino mío con el que tiene una relación secreta, íntima y profunda. Comenzó la vez que nos topamos con él en el elevador. Mi nieta me dice que viene a verme, pero a quien busca es a él, que es casi diez años mayor que ella.

Si mi nuera lo supiera nos mata a todos. Ya le prometí a mi nietecita que no le voy a arruinar la vida, dándole esa noticia a sus papas. Me prometí quedarme callada, poner mi sonrisa y escuchar los chismes que se traen mis dos nueras, que siempre andan compitiendo por tonterías.

Rebeca y yo ahora tenemos una relación especial. Trato de escucharla sin hacer grandes preguntas, y como a mí me gusta el papá de su novio, un hombre un poco menor que yo, que se casó ya grande y que enviudó hace dos años, pues todo este asunto no ha hecho más que acercarnos a mi nieta y a mí. Rebeca y yo guardamos el secreto y yo veo que Mauricio la conquista y la hace feliz. Sé que la invita a su casa, donde pasan mucho tiempo a solas en lo que su padre y yo jugamos a las cartas en mi casa, vemos películas y nos hacemos compañía.

La idea de ir comprar cabrito fue de mi hijo Julián. Su mujer va a preparar sus clásicos bocadillos de mole que le quedan fatal y Verónica, mi otra nuera, va a comprar un pastel de chocolate y un flan que prepara su amiga Alejandra, porque a ella hasta el agua se le quema.

La fiesta transcurrirá como si fuéramos una familia alegre y muy normal. Como si todos nos quisiéramos sin secretos ni rencores. Sólo Rebeca y yo sabemos cómo está verdaderamente la cosa. El día de las madres va a transcurrir como otra fiesta más, mientras Rebeca y yo cocinamos grandes secretos de amor.

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