Tenía miedo, mucho miedo

Sexo 14/03/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 08:46
 

Nuestra ciudad no estaba preparada para esos vientos, yo tampoco. Cuando la vi, estaba llorando, parada junto a la esquina de Durango y Valladolid. 

Me acerqué a preguntarle si todo estaba bien. Contestó entre sollozos que tenía miedo, mucho miedo. 

Asustada por el viento, con el cabello húmedo y revuelto, los ojos llorosos y una mueca de angustia, me dijo que se llama Mari Tere, que escuchó un ruido venido de la terraza de una casa de ahí junto.

Ella creía que se habían caído unas macetas enormes, y que el viento no dejaba escuchar si alguien estaba pidiendo ayuda. La chica tenía miedo de entrar, de moverse, de correr, de que la jalara el aire, salir volando y hacerse daño. 

Mari Tere es de esas mujeres finitas que pesan poco y son chiquitas. Lo primero que hice, fue intentar tranquilizarla y cubrirla del aironazo que soplaba en ese momento.  A mí los vientos no me asustan. 

Me gusta pensar que limpian la ciudad de los contaminantes. 

En realidad, sé que son tormentas invernales que vienen del norte; flujos de aire frío que se dan por diversos cambios de temperatura. 

––Se calienta el sur y jala aire del norte ––le explicaba yo a Mari Tere, pero no había nada racional que le pudiera decir para calmarla. Lo único que la mantenía más o menos tranquila era sentir que mi cuerpo cubría el suyo. 

Así que decidí callarme y dejar que el viento pasara, mientras ella seguía nerviosa mordiendo el nudillo de su dedo índice una y otra vez. 

Al lado de nosotros, pasó una señora con su hijo. El niño comenzó a llorar. Eso la puso mal otra vez. 

Entonces comenzó a decir, más para ella que para mí,  que así de fuerte estaba soplando el viento el día que la tomaron a la fuerza en el campo. Aseguró que, para ella, estos vientos eran una señal de que se aproximaba algo malo, que algo desastroso iba a volverle a suceder. Juraba que ella no provocó a ese tipo, y que me suplicaba que por favor yo no fuera a pensar que ella me estaba provocando a mí. Otra vez, sollozando, dijo que tenía miedo.  Se veía tan frágil y miedosa que cualquier persona mal intencionada, hubiera hecho con ella lo que le diera la gana. Sus lágrimas me hacían pensar que había sufrido de niña, y que no se había repuesto de esa violación. Indefensa y frágil, se tapaba los oídos y se sumía en la oración, rogando al cielo que no le pasara nada. Cerraba los ojos y los abría; tal vez porque veía al hijo de su pinche madre que la atacó, y ella lo tenía todo grabado en la memoria. La pobre no volteaba a verme; sólo lloraba intranquila. 

Entonces le dije que no le iba a pasar nada, que yo la iba a cuidar. En cuanto volvió a bajar el viento, revisé los bolsos de mi gabardina, me la quité, y para que  estuviera bien cubierta, se la di. La vi alejarse con mi gabardina puesta, detenerse en la parada y subir temblando a un camión. 

Llegué a mi casa y todas mis macetas estaban hechas un desastre. Miré el cielo y me pregunté cómo es que el viento no se lleva la maldad, la injusticia y a los hijos de la chingada de este país que no nos dejan vivir en paz. Odié pensar en que a esa pobre mujer la violaron, y en silencio, me quedé pensando en lo que hubiera hecho cualquier otro güey, si un día airoso, la hubiera visto completamente sola, tan frágil y miedosa, como la encontré yo.

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