Soy máquina de orgasmos

Sexo 12/09/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:04
 

Me casé con Rodolfito porque no soy guapa ni agraciada. Desde siempre, mi madre me dijo que no dejara ir la oportunidad; que si bien él no era listo, por lo menos heredaría la fama y la clientela de su padre y de su abuelo. Mi mamá me aseguraba que era mejor un hombre feo y poco ambicioso, que uno guapo y mujeriego, como resultó su padrastro.  

 Rodolfito se hizo médico como su padre y como su abuelo, pero nunca tuvo, como ellos, el don de gente, ni la mente científica, ni el deseo de ayudar a los demás. En cambio, siempre tuvo ganas de hacer esfuerzos mínimos y ganar dinero de la renta del consultorio y de la clientela que hicieron su padre y su abuelo. 

 Yo sé que no sabe hacer diagnósticos, porque trabajé como asistente y secretaria de varios médicos que rentan espacios en el mismo lugar. Esa fue la única forma de controlar el dinero y de hacerme útil. Rodolfito, como lo llaman sus tías y su madre, me lo agradece de manera indirecta y se inventa una enfermedad tras otra, con tal de quedarse en casa y no trabajar. 

 Vivimos todavía juntos. Gracias a que trabajo mucho, no nos falta nada. Rodolfito cada día se acostumbra a hacer labores en casa, y ya casi nada en el consultorio que le heredó su papá. 

Yo, en cambio, me he especializado en atender a los médicos que comparten el consultorio que era de mi suegro, manejo los archivos y me preocupo porque el inmueble se rente de lunes a sábado.  

 A Fito le pongo el cuerno porque le he perdido el respeto y el amor que le juré. Me las veo negras tratando de sacar dinerito de todos lados. Sufro cada que me dice que está enfermo, porque además de ser flojo, se ha vuelto hipocondriaco y poco listo. Cuando llego a casa, me gusta que me tenga la comida lista, las compras del supermercado bien acomodadas, la cama hecha y la cocina limpia. No tenemos hijos porque nunca se le ha parado bien y creo que sus espermas, al igual que él, siempre fueron lentos. 

Me arrepiento de haberme casado sin amor y de haberle hecho caso a mi madre, buscando seguridad en un hombre que iba a heredar en lugar de construir. Me molesta su voz y su apariencia de hombre enfermo. Me cae mal cuando me habla y también cuando se queda callado. Yo he logrado rentar el consultorio y vivimos sin que él mueva un dedo, pero cada que llego a casa, prendo la televisión y me duermo sin oír lo que tiene que decir.  

Sé que soy una mujer muy blanda, pero el consejo de mi madre no fue bueno. Ahora que estoy en una relación con un hombre casado y cabrón, pero trabajador, me doy cuenta de que la fealdad y la gordura no son valores universales. Hay gente a la que le gusto por otras cualidades, especialmente porque soy trabajadora, eficaz y muy caliente. Me gusta la buena plática, bailar y, desnuda, puedo parecer una máquina de orgasmos. Además, sé mover mi cuerpo con ritmo. Mi amante dice que  adora mi forma de amar, pero como Rodolfito es indeciso y lento, nunca aprendió a sacar de mí esas chispas que ni yo sabía que tengo dentro. 

Me gusta contar esta historia porque mi propia madre me acomplejó; hasta ahora sé lo mucho que valgo y no me di la oportunidad de ser feliz. No debí casarme con un hombre al que le llaman “Rodolfito”, al que nunca admiré y al que no amaba. Ahora que lo miro, hasta me da náuseas. Si no fuera porque el hombre que amo está casado y porque el consultorio en el que trabajo es de Rodolfito, ya lo hubiera yo dejado y me inventaría una vida con una historia más interesante para contar.  

 

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