Más allá del gasto

11/10/2014 03:00 Yudi Kravzov Actualizada 01:02
 
BETTY
 
Aunque Arturo es un hombre bueno y leal, mi hermana Betty no hace más que hablar mal de él. Dice que debo dejarlo, que no es posible que desde hace cuatro años no pueda conseguir una chamba estable y que no aporte el gasto para la casa. Es cierto que desde que lo corrieron del trabajo que tenía no ha logrado una estabilidad económica y eso nos ha afectado mucho como familia.
 
Cada que mi hermana y yo nos vemos, me saca el tema y me sale con que debería exigirle a Arturo que encuentre un empleo fijo y sólido. Por supuesto, yo estoy de acuerdo con ella; qué más quisiera yo que Arturo volviera a tomar un camino serio y que fuera otra vez el hombre trabajador y proveedor que era cuando iniciamos nuestro matrimonio.
 
En parte, siento que Betty tiene razón, por eso me enojo y le pregunto a gritos: “¿pero quién te dio permiso de meterse en mis asuntos? ¿quién carajos te pidió ayuda?”. Y es que no tengo argumentos para hacer que se calle. Le explico que las cosas no son así de sencillas, que Arturo me ayuda mucho en la casa y es bueno para buscar buenos precios y ahorrar los centavos. Le digo que así es mi vida; yo trabajo fuera, y con lo que gano, él va al mercado, hace comida y limpia la casa. Claro que le he dicho a Arturo que se ponga abusado; le hago ver todo lo que nos hace falta, y por supuesto a los dos nos gustaría estar mejor económicamente. Estamos preocupados, mi tía Rosa ya nos prestó dinero y no le hemos podido pagar. En unos meses ya va a ser Navidad y vamos a sentirnos infelices y atorados.
 
Le explico a mi hermana que ya le dije a Arturo que vaya a emplearse en la fábrica que está cerca de la casa, o que le pida el coche a su primo Genaro y que ande de taxista un rato en las noches, o que tome la chamba de garrotero en el restaurante de la esquina de la casa y todo lo que se me ocurre, pero anda en una mala racha de salud. Dice que le duele la espalda, que tiene insomnio, dolor de cabeza, malestar en el cuello. La verdad es que ni yo no lo entiendo... No se mueve de la casa y aunque la atiende bien y la tiene recogida, no saca dinero. 
 
En el fondo, creo que no quiere tener un jefe, y por eso hace planes de poner algo propio, pero nadie se anima a entrarle con él. Sé que mi hermana y yo vamos a terminar por distanciarnos debido a esto, porque odio cuando me dice que Arturo está cómodo y que mientras yo no le ponga un ultimátum, él no se va a poner la pila nunca. Cuando ya no soporto a mi hermana Betty, le callo la boca y a gritos le digo que si bien Arturo y yo no tenemos dinero, sí tenemos una relación en la cama como la que ella jamás ha tenido ni tendrá con su marido. Le cuento de las noches nos quedamos un buen rato platicando semidesnudos, de la forma en la que él juega con un hielo, con miel o con chocolate sobre mi cuerpo, e incluso, sobre mi sexo, y le presumo la manera en que él me sacude todo el estrés que traigo del trabajo, mientras me dice cosas bonitas, mientras me muerde los pezones, o mientras me abraza toda y me agradece que traiga el sustento. 
 
Le digo que para mí, ahorita la satisfacción en la cama es más importante que el dinero, que él me lleva de viaje a las playas del placer, me llena de besos interminables; que siempre despierto contenta y animosa porque en las noches me la paso muy bien, y en las mañanas, mientras me arreglo, Arturo me hace el desayuno y me pone comida para llevarme al trabajo. Sin embargo, entre que mi hermana no entiende nada y que todo eso que antes era ya no es, en silencio reconozco que, en cuanto me sienta verdaderamente ahorcada, esta historia se va a terminar y me voy a quedar sin marido y sin hermana.

 

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