'Le robaron a su bebé; no murió'

07/12/2015 03:00 Yudi Kravzov Actualizada 14:00
 

Yo me crié en una familia católica y muy tradicional. Cuando cumplí 15, me enamoré de un hombre 22 años mayor que yo.

Fue una relación que empezó siendo secreta. La diferencia de edad era tremenda. Un día nos descubrieron y los conflictos con mi familia se hicieron enormes. Vivimos un romance muy complicado y quedé embarazada. Aunque nos queríamos, ambas familias se opusieron y nos separaron de manera radical. 

En esa época, no había celulares ni correos electrónicos. A mí me llevaron al pueblo de mi mamá y me quedé a merced de las órdenes de mis tíos abuelos. Los nueve meses de embarazo fueron un infierno; me sentía sola, culpable y deprimida. El día del parto llegó y me dieron la terrible noticia de que mi bebé había nacido muerto. 

Así pasaron los años y ese capítulo en mi vida se cerró, dejándome una marca obscura en el corazón. En mi casa no se habló más del asunto. Para todos fue como si nunca hubiera ocurrido, pero yo me quedé mucho tiempo sumida en un terrible vacío. Sentía que la muerte de mi hijo había sido un castigo de Dios. A partir de ese momento, nunca pude volver a relacionarme con un hombre. En mi fe, fue donde encontré un poco de paz y refugio para el dolor. 

Desde entonces hasta la actualidad, trabajo como modista en casa. Paso horas encerrada, hablando con Dios para ir después a la iglesia. Vivo sola, lejos de mis padres; no les he podido perdonar lo que me hicieron. 

Hace poco, una sobrina me dijo que la tía abuela con la que viví cuando nació mi hijo, estaba muy enferma y que preguntaba mucho por mí. Quería verme. Fui al pueblo a visitarla y me contó que mi bebé nunca murió. Me dijo que lo regalaron a una familia, que lo buscara, que ahora es un hombre de 36 años. Me aseguró que ya se casó y que tiene dos niñas; que es muy trabajador y que ha sabido salir adelante. Él no sabe nada de mí. Mi tía abuela me confesó la verdad para no morir con el secreto. Sentí una felicidad enorme al saber que mi niño no había muerto. Dios no había sido el malvado que me lo robó. 

La verdad sobre mi hijo me hizo ver de cerca la crueldad. El dolor y el daño me duraron muchos años, pero de alguna manera encontraré la liberación de la culpa que siempre me persiguió. 

Camino mucho por las calles; me voy a los parques y me siento en una banquita a ver a las parejas de novios. Nada me gustaría más que volver a ser la muchachita jovial que un día eligió el camino del amor. Le dedico mucho tiempo a la costura y a una hortaliza que tengo en el patio. 

Cuando  germina un retoño o cuando termino un vestido de fiesta, siento una gran emoción. 

Antes de dormir, lloro por esa mujer que fui y que nunca vivió plenamente. Pienso en cómo serán esas nietecitas que tengo. Las imagino muy lindas y me gustaría abrazarlas, pero yo no existo para ellas y tienen otra abuela. 

Escribo en esta sección para decir que mentir como me mintieron es un pecado espantoso que nadie se merece. El amor en cambio, en cualquier momento y circunstancia, es bello. Yo veo la vida desde lejos y por eso mismo creo que no se puede seguir pensando que el sexo es el demonio, que es sucio o que es feo. 

Ahora sé que la vida es un regalo y todo lo que tenga que ver con ello es cosa de Dios.

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