Le di terapia de caricias

Sexo 07/06/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:00
 

Hubo un accidente en la planta y me llamaron cuando Norberto estaba en un hospital en el que solamente curan ojos. 

 Regresamos a casa con la noticia de que mi marido quedaría ciego dos semanas. El oculista aseguraba que la operación había sido un éxito, pero en privado me dijo que aún no podía asegurar cómo evolucionaría. Norberto debía cuidarse mucho, tener los ojos tapados y esperar a que las corneas se recuperaran. 

 La instrucciones fueron claras: dormir sentado, no salir de casa, no hacer ejercicio, no agitarse. Ni corajes, ni emociones fuertes. La audición se agudizaría. Norberto necesitaba tranquilidad, silencio, música, y paciencia, mucha paciencia.   

 Para mí todo se convirtió en una difícil pesadilla. Era difícil estar, pedir, salir de casa, regresar. Difícil cuando me pide que prenda la televisión, cuando él se desespera y yo la apago. Difícil cuando necesita que lea o escriba sus correos, o cuando dice que quiere trabajar desde la casa. No puede leer, no puede ver películas, y yo no puedo pensar en otra cosa que no sea que si se queda ciego, mi vida va a tener que girar en torno a él. No sé... De un día a otro todo se volvió muy difícil. 

 No puedo mirar al cielo y rezar porque nunca he sido devota, ni voy a misa, ni pienso en Dios. Ponerme a orar sería hipócrita y me pregunto en silencio, cuando lo veo rezando a él, por qué he de de creer en un dios castigador. En lugar de rezarle, yo le preguntaría a gritos: "¿cómo es que le quitas los dos ojos a mi marido, si siempre ha sido un hombre bueno y trabajador?".  

 Quedarme a socorrer a Norberto día y noche, me está acabando. Desde la casa, él hace sus llamadas y da instrucciones, pero como jefe de planta, acostumbrado a supervisar, no sabe estarse quieto ni yo sé dónde tenerlo, ni cómo ayudarlo: ni puedo dejarlo solo, ni puedo decirle que temo mucho que no vuelva a ver. 

 Le leo en voz alta, pero él no deja de moverse. Mis hombros le sirven de guía y lo ayudo cuando va al baño, cuando quiere agua, y lo tolero cuando ni él sólo se aguanta. Me pregunta si se ve cansado, y lo veo frente al espejo, lavándose los dientes, haciéndose el fuerte, diciendo que todo va a estar bien, pero parece indefenso y asustado al no poder ver. 

Antier aproveché que él se acostó temprano para irme a llorar solita en la cocina, mientras lavaba los trastes. Hablé con mi hermana, quien me entiende y me escucha. Cuando me metí a la cama lo sentí despierto. Decirle que todo iba a estar bien no tenía sentido. Aún así me fui por el  aceite para masajes corporales que me vendió mi vecina. Me cubrí los ojos con una mascada y le dije que se pusiera boca abajo. 

 Mientras las lágrimas se nos escapaban a los dos, le hice un masaje mudo en la espalda, los hombros y el cuello. Con las manos le dije que lo quiero, que vamos a salir juntos de esto, que hemos salido siempre de apuros, que lo quiero, que lo quiero muchísimo. Se lo dije con la voz, con mis manos y con mi ceguera compartida... Se lo dije con mis dedos, con mi corazón y con mis pechos, y él, por fin llorando como niño, pudo compartir conmigo sus miedos. 

 No me di cuenta a qué hora nos dormimos, pero desperté sin la mascada en los ojos y con la certeza de que la terapia de caricias nos dio mucho más que las palabras, y que el amor se hace abriendo el corazón y acercando los cuerpos. 

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