El antídoto

06/09/2014 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 04:05
 
No estoy loca. Desde hace varios meses, una fuerza rara me oprime el corazón de manera literal y siento como si me aplastaran el pecho, como si no fuera yo, sino otra que mira el mundo con el mismo miedo que se mira a una gigantesca ola de mar que se la va a comer. Simplemente, siento que me pierdo, como que la ciudad se vuelve un monstruo grande que me traga, como que la calle se vuelve ancha, mi cuerpo frágil, pequeño y las palpitaciones alteran mi respiración. 
 
Entonces una fuerza incontrolable me asfixia, y en ese momento, siento que necesito aire y me urge encerrarme en un lugar pequeño y seguro. Poco a poco, respirando profundamente, puedo volver a sentirme a salvo. No lo puedo controlar ni puedo contárselo a nadie porque sé que no me van a tomar en serio, que me van juzgar o a hacer burla y que, por lo menos la familia va a hablar mal de mí a mis espaldas.
 
Suena fantasioso y estúpido, me da vergüenza hasta conmigo andar con esos ataques como de pánico. Lo controlo, me contengo, y cuando siento esto, comienzo a repetirme que todo está bien. 
 
En cuanto llego a mi cuarto y me acuesto, me enfoco en la respiración y en que no me va a pasar nada. Me digo que el mundo no se me cae encima, que no me estoy volviendo pequeña ni loca, y busco sin desesperar a la mujer fuerte que siempre he sido y que no entiendo cuándo, se perdió en algún sitio. 
 
Lo que he descubierto es que si en lugar de tratar de calmarme, me concentro en mí y consigo un fuerte y contundente orgasmo, mi alma desciende poco a poco, mi energía cambia, todas esas idioteces se disuelven, y eso que me oprimía comienza a desaparecer por varios días y yo vuelvo a ser la de siempre.
 
Esto lo descubrí en un impulso de desesperación. Estaba acostada en mi cama y me sentía acorralada, llena de angustia. Me daba pánico abrir los ojos y también cerrarlos. En posición fetal, me repetía que todo estaba bien. Y no sé cómo ni cuándo, pero en un momento en el que respiraba aceleradamente, comencé a mecerme con la mano entre mis piernas, buscando paz. De pronto noté que mi mente se deslizaba al mundo del placer, y me olvidé de los horrores que me atormentan y me angustian. Entonces me di cuenta de que mi mundo imaginario es un lugar más seguro para mí que el mundo real.
 
El placer me permite escapar de ese manojo de malas vibras que me afectan; quizá no son reales, pero yo las percibo como si lo fueran. No sé si la conexión sexual que me invento me salva; el asunto es que mi mente se aleja de los malos pensamientos. Quizá es por eso que puedo deslizar mi miedo y transformarlo en placer, no sé. Lo que sí sé es que desde que corté con Álvaro, hace dos años, no tengo relaciones sexuales de manera activa. No siento deseo de hacer el amor con nadie. Más bien, en mí se ha cocinado un sentimiento de torpeza. He dejado de tomar pastillas y hasta la regla se me ha vuelto irregular.
 
No estoy loca. Arrinconarme en mi habitación hasta que brota luz de mi cuerpo me da un sentimiento grato de seguridad. Cada que me sucede, vuelvo a repetirme que si ésta es la cura de mi mal, estoy salvada porque depende de mí generarme bienestar. No me interesa compartir esto con nadie en particular, pero llevo muchos días pensando en que si alguien siente angustia, ansiedad, soledad y fragilidad, debe saber que ésta es una manera de resolver ese sentimiento que ahoga. Intentar este remedio da placer y atrae la calma.
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