Me identificaba con Donovan

Sexo 05/12/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:02
 

Me llamo Raymundo. Boxeo, visto de traje, cuido bien de mi cuerpo, me veo guapo y soy un hombre de palabras cortas. Pensé que me gustaba ser como soy, porque no le tengo miedo al miedo. Con las mujeres puedo ser  hostil, porque no quiero enamorarme, ni hablar de mis sentimientos. Soy de esos a los que no les gusta dar razones, ni caricias. Ni siquiera participo de buena gana en el preámbulo que tanto les gusta a ellas. 

No soy homosexual, pero a veces con los hombres, el sexo es fácil. Entras a un cuarto, descargas y te sales sin que te hagan preguntas, sin que te quieran conocer, sin que tengas que demostrar sentimientos, ni llamar más tarde. Pensaba que no me convertía en un cabrón entrar, venirme y salirme. Me gustaba no tener que disculparme con nadie porque no tenía ganas de hablar de nada.  

 Encontré la serie de mi tocayo, Ray Donovan. Cuando empecé a verla, me sentí tremendamente identificado. Soy fuerte y, como él, serio y tajante. Aunque detesto al mundo, sentía que lo tenía a mis pies porque sé hacer las cosas a mi manera, así como me gusta y como le gusta a ese personaje que comencé a admirar. 

 Los días pasaron mientras el personaje se metía en mí y llegué a justificar mis acciones y mis relaciones. Llegué a convencerme de que no tenía por qué ser un papá presente, y de que mantener a la familia con dinero era suficiente. Me volví celoso, muy celoso de mi mujer. Decidí que ella no podía ni voltear a ver a otros, solamente a mí. Tuve mis razones y no quiero hablar de ello. Ella debía ser como yo quería: fiel, guapa y no preguntar cosas como por qué decidí que ella no me ayudara en nada. En ese momento, yo pensaba: “La vida la resuelvo como mejor puedo para ella y para mis hijos”.  

 

 Cada noche, en cada capítulo, me fui convenciendo de que este personaje que lleva mi nombre era igual a mí.  Al principio me dormía pensando en que ese personaje y yo podíamos parecernos más y me metí en la cabeza que debía hablar más como él, vestir como él y coger más como él. 

Así estuve hasta que me dio vergüenza ser tan macho, tan idiota y tan soberbio. Me di cuenta de que el otro Ray estaba cansado, harto, alcoholizado. Sus vacíos se me hicieron evidentes y esa mezcla de silencios en los que yo también me siento encerrado, me dejaron mudo. Así me vi yo. 

 

 Entonces tuve una crisis. No dejé de llorar por muchos días. Me di cuenta de que no sé acercarme a mis hijos y de que no sé cómo amar a la mujer con la que estoy casado. Es que he hecho cosas muy feas. He golpeado a muchos y no siento orgullo de mis acciones, ni por trabajo, ni por arreglar problemas ajenos, ni por hacer justicia por mi propia mano. 

 

 No estoy bien conmigo. ¿Orgulloso, fuerte, seguro? Más bien estoy cansado de ver ante el espejo a un idiota que no sabe más que andar amenazando. Quiero, por primera vez en mi vida, amar a mi mujer. No quiero estar con otras. 

Si pudiera reiniciar mi vida en otro sitio, con otra actitud, me desvanecería para despertar en un lugar lejano donde no tengo que ser ni brusco ni cabrón. 

Quiero dormir y despertar en los brazos de ella, olvidarme de las amenazas, y del alcohol que por tanto tiempo no me dejó ver quién era yo. Beber me alejó de ese sentimiento de realidad y me convertí en un ser reprochable y oscuro.   Ya no quiero ser el Ray que sale en la tele: quiero ser otro.  

 

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