Me sale muy caro gozarla

Sexo 03/10/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:00
 

Nunca pensé que a mis 56 conocería a la mujer de mi vida. Es linda y especial. No sólo me encantan las fotos que toma, las historias que me cuenta, la forma en que cocina y la sonrisa con la que se levanta por las mañanas; me gusta cómo goza en la cama cuando hacemos el amor, cómo se arregla para salir a trabajar, que se mantenga sola y que le encante viajar.

Yo, desde hace más de 10 años, estaba listo para mi vejez. Planeaba pasarme la vida tomando café y viendo pasar el tiempo. Tengo mis pequeños ahorros, mi espacio propio y mis gastos son verdaderamente ridículos. Nunca he sido partidario de gastar, y como no tengo hijos, solamente dependo de mí. Mi hermano me pasa ropa, mi exnovia me dejó la casa más o menos montada, y cada día, me las ingenio para gastar un poco menos, sin ser tacaño conmigo mismo.

A Maribel en cambio, le gustan los lugares bonitos, ir a cines y a conciertos. Es de las mujeres que se emocionan cuando les regalan detalles, como flores y libros. Le gusta que yo le pague la cena, y tomar vino, en lugar de cerveza. No me pide nunca, pero me da todo, y yo me siento casi obligado a corresponder. Además, me he dado cuenta de que está acostumbrada a que le den, a que le compartan algo más que cariño, caricias y amor. La cosa es que, en tres meses de conocerla, me he gastado lo que me hubiera gastado yo solo en todo el año.

Le dije desde el inicio que no sirvo para historias de amor que cuestan dinero. Me burlé de mi mejor amigo y de mi hermano, que están encadenados como esclavos a los caprichos de sus esposas. Dije que yo nunca sería uno de esos; vaya, ni siquiera pensé que podría compartir mi tiempo y mi energía. No sirvo para hacer planes, ni para tener responsabilidades, por eso me busqué un trabajo fácil, gané mi lana, me jubilé y tuve novias ocasionales con las que no gasté un peso. El tiempo se me ha pasado lentamente y muy en paz, sin remolinos internos ni grandes emociones.

Murió mi madre, y cuando vendimos su casita, me hice de otra cantidad. Me siento tranquilo y puedo vivir austero, porque no necesito lujos. Llevo años haciendo nada. No pido nada ni me gusta correr riesgos. No le debo al banco y no necesito comprar ya nada para mí. 

Hoy, sin embargo, con Maribel, me siento con las manos vacías. No puedo ofrecerle seguridad a la mujer que tanto me gusta. No sé cómo explicarle que a pesar de que me encanta su estilo de vida, los caprichos que nos damos y el calor que me comparte a la hora de dormir, me enferma pensar que se chupa mi pequeña fortuna en sus ideas de ir a conocer el mar en Oaxaca, en pasear por el centro y entrar a restaurantes y pedir una copa de vino.

¿Cómo debo actuar? ¿Por qué me cuesta tanto trabajo darle? Maribel, en cambio, es tan generosa; se preocupa por siempre tener un detalle. A veces ella compra los boletos del cine, en lugar de ver la tele en casa; me sorprende con botanitas ricas, con regalitos. Incluso, hasta compró flores para la tumba de mi mamá… Además, también es dadivosa en la cama. Se entrega completamente. No tiene ningún reparo en posiciones, ni en horarios. Ella está dispuesta al amor, al placer, a dar y a recibir. Su cuerpo es una delicia; me monta, se deja hacer, tocar, besar, lamer: es un orgasmo tras otro, me hace  feliz.

Nos hemos enamorado. Yo no sé qué hacer para quitarme esa sensación de que se va a chupar mi lana, para ahuyentar ese miedo de quedarme sin nada. Quiero disfrutar con ella como ambos nos merecemos. Le quiero aprender a dar todo de mí, quiero aprender a gozarla en grande, aunque lo más seguro, es que no me pueda dar el lujo de aventarme otros tres meses como los que llevamos.

Google News - Elgrafico

Comentarios