Lucha por las especies

29/08/2014 03:10 El Hijo del Santo Actualizada 03:18
 
Estimados amigos del Gráfico, compartiré con ustedes una experiencia que viví hace unos días cuando visité las playas de Morro Ayuta en el municipio de San Pedro Huamelula, en Oaxaca, cuya extensión es de 15 km y en donde más de 40 mil tortugas fueron protagonistas de uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza. No exagero al decirles que en este santuario de tortugas golfinas, literalmente uno puede sentir la presencia de Dios al estar consciente y disfrutar el momento presente; se puede sentir el viento tocando nuestro cuerpo, mirar al cielo y ver las millones de estrellas que forman el universo. 
 
Es tal lo virgen de este lugar que no hay más sonidos que el de nuestra respiración, el de las olas del mar, del viento y los singulares sonidos que producen las enormes tortugas al arrastrar sus aletas y caparazón a su paso por la arena.
 
El sonido cuando cavan el nido, cuando lo aplanan y el más emotivo de ellos es cuando están desovando, pues emiten una serie de largos y sutiles ronquidos que más que un ronquido parecen los suspiros de amor de una madre procreando un nuevo ser.
 
Al desovar entran en una especie de trance durante los 20 minutos que tardan en depositar alrededor de 60 y 100 huevos cada una y no miento al decirles que de sus brillantes ojos aparecen lágrimas. Yo quiero pensar que son lágrimas impregnadas de amor y de satisfacción al saber que,  bajo la luna menguante que se asoma en el firmamento, nacerán en los próximos 45 días cientos de tortuguitas que apresuradamente arrastrarán sus diminutos y frágiles caparazones en dirección al mar,  guiadas por la intensa luz de la luna llena. 
 
Pero lo cierto es que sus ojos son también el lugar por donde se excreta el agua salada que toman durante la comida, de ahí la afirmación mía de haber visto a una tortuga llorar. Si es sal o no, eso pierde importancia cuando estás frente a ellas en este sublime acontecimiento.
 
Así, mientras cada una de las miles de tortugas hacían esta ardua labor, yo aproveché para acostarme boca arriba sobre la húmeda arena de las costas del Pacífico y mirar el cielo impregnado de estrellas y pedir un deseo cuando mis ojos vieron, entre la nebulosa, caer una estrella fugaz.
 
Pero no toda la historia es feliz, también tiene su parte triste y ésta llega cuando aparecen los depredadores naturales y humanos.
 
Imaginen que en el momento mágico del desove que les narré llegan jaurías de perros a morder las cabezas de las tortugas para apartarlas del nido, mientras los demás escarban y se tragan los huevos hasta saciar su apetito dejando al menos unos 50 embriones, que si tienen suerte, lograrán formarse y nacer.
 
Después, y dependiendo de las heridas en sus cuerpos, algunas madres llegan al mar y otras más se quedan moribundas en la arena para ser el festín de los zopilotes y buitres. Sin embargo, esta situación es parte de la cadena alimenticia y de alguna manera hay que aceptarlo. ¡Lo que es inaceptable es la llegada de los depredadores humanos, quienes no van a saciar su hambre! Ellos van a saciar sus “necesidades económicas” y muchas veces ni es por eso. Es tal su ambición que extraen del nido los 60, 80 ó 100 huevos que ha depositado cada tortuga.
 
Llegan a caballo y a pie, hombres, mujeres y niños llenando cientos de costales que trepan en el lomo de los caballos y no conforme con ello, sacrifican a machetazos a algunas tortugas para comer su carne, dejando sobre la arena  los caparazones, sangre y desolación. ¡Y todo para recibir 20 pesos por un ciento de huevos! Lo más triste es que en muchos casos se les pudren, porque ante la oferta  se quedan con ellos arrumbados por ahí.
 
Asistir a este santuario como vocero oficial de la organización Costa Salvaje es una gran satisfacción. ¡Yo soy el afortunado!   Me sentí parte de este gran equipo que está ahí para proteger a esta especie en peligro de extinción. Es triste, pero de cada 100 huevos, solamente dos llegarán a la madurez reproductiva y volverán a esas playas donde nacieron para ahora poner ellas sus huevos. Los integrantes de la Marina se encargan de alejar a los perros y demás animales, incluyendo a los caballerangos que llegan a desfilar en la oscuridad de la noche armados con machetes.
 
Afortunadamente,  la presencia de la Marina intimida a los intrusos, quienes tienen un poco menos oportunidad de saquear los nidos. Mientras los marinos realizan sus rondas, los biólogos, montados en cuatrimotos, realizan el conteo de las tortugas que salen y desovan en una extensión de 7 kilómetros de playa.
 
Comprobé el enorme trabajo que realizan en esta zona Chontal los biólogos Guillermo González, Andrés Alcántara y su gran equipo de representantes de CONANP (Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas),  así como los elementos de la Marina de México, quienes tienen que soportar día y noche (con su uniforme puesto) las inclemencias del tiempo, como son las torrenciales lluvias que desatan el alboroto de cientos de mosquitos por las noches y por el día el intenso calor. Ésta no es una película de mi padre;  ésta es parte de la vida y su realidad. Si quieren ver el video de esta aventura ingresen al Código QR.
 
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras. Facebook: ElHijodelSanto Twitter: @ElHijodelSanto  Instagram: elhijodelsantotiendaoficial Buzon de Plata: [email protected] 

 

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