Pasé como pude y entre fotos, empujones, porras y autógrafos me dirigí al vestidor, saludé a mis compañeros y ya en silencio me senté. Con las manos en mi cabeza medité y comprendí lo que estaba sucediendo. Tendría que exponer mi máscara contra un luchador que yo no conocía; no sabía si era peligroso, marrullero o experimentado. Mi corazón empezó a latir velozmente y me hice una serie de preguntas: ¿Qué pasará si me gana? ¿Y si pierdo la máscara? ¿Y si mejor me voy y le hago caso a Carlitos? ¡Dirán que soy un cobarde! Entonces intenté serenarme y de esta manera deshacerme del profundo miedo que sentía en ese momento, el cual se empezó a trasformarse en coraje al sentirme utilizado y abusado. Compra El Gráfico y descubre esta historia en tu edición impresa de hoy.