Catalina, niña mixteca, se extravía en el DF

24/03/2015 03:00 Lydiette Carrión Actualizada 22:08
 

El pasado 8 de marzo, Clemente, su esposa Benita y la pequeña Catalina estaban de visita en casa de la hermana mayor de Catalina, una joven de 20 años de nombre Angelina, quien dos años atrás decidió migrar a la capital para trabajar. Durante las dos semanas que llevaban en la ciudad, Clemente había ido al mismo lugar a tocar, justo a la altura de una tienda Home Depot, frente a la Alameda del sur. De este modo, se aseguraba un tránsito suficiente de gente y acceso al baño, si lo requería. Así había mantenido a su familia esos 15 días. Ese domingo era el último, ya que al día siguiente emprenderían el regreso a su pueblo natal, en el municipio de Huajuapan de León, una región de orgullosa ascendencia mixteca, enclavada al norte del estado de Oaxaca.

Era el mediodía. Catalina jugaba solita mientras su papá tocaba su instrumento, cuando una niña de aproximadamente siete años se acercó, explica Clemente, quien es traducido por su hija Angelina, ya que el hombre habla muy poco español; su lengua natal es el mixteco.

Aquella niñita no era “ni gorda ni flaca”; de tez, “ni morena ni clara”; llevaba una gorra roja y cargaba una bolsa negra de basura. Adentro de ésta llevaba dos muñecas: una tipo Barbie y la otra con alas de mariposa. Un hombre la vigilaba a cierta distancia, éste no se dejó ver la cara nunca, pero llevaba gorra y chamarra verdes. Clemente cree que era el papá.

La niña de la gorra roja le dio cinco pesos a Clemente. Se alejó y fue a ver a su “papá”. Regresó de nuevo; sacó las muñecas de la bolsa de la basura y comenzó a juguetear con ellas, a unirlas con una cinta. Clemente pensó que le iba a obsequiar una muñeca a Catalina; pero, en cambio, la niña pidió permiso para llevarse a Catalina “a ver a mi mamá”. Clemente dijo que no.

La niña de la gorra roja fue de nuevo a donde el “papá”. Pasaron varios minutos; quizá 15 o 20. Volvió de nueva cuenta y en esta ocasión pidió permiso para que Catalina la acompañara al baño, adentro de las instalaciones del Home Depot.

—No la puedes llevar al baño, dijo Clemente en su español cortado.

La niña insistió y agarró la mano de Catalina. “Sólo al baño, no la llevo con mi mamá”, dijo. El papá quiso atajar la discusión de otra forma. Dijo: “A ver si Catalina quiere” y le explicó en mixteco la situación. Pero la pequeñita, al ver las muñecas, dijo que sí quería acompañarla. La otra niña insistía y no la soltaba. Entre el barullo, las dos pequeñas se alejaron. El papá se quedó, vencido, esperando que volvieran.

Pasaron 10 minutos. El hombre de la gorra verde comenzó a caminar y se alejó. Pasaron unos minutos más y Clemente decidió buscar a Catalina. Entró a la tienda y pidió permiso para revisar los sanitarios de mujeres. Una mujer la llamó por su nombre. No había nadie. Su hija nunca estuvo ahí. La buscó en el estacionamiento, en la Alameda, en otras tiendas. Nadie había visto a Catalina.

Catalina tiene 5 años, no habla español, sólo mixteco. La única pregunta que responde en castellano es la de cómo se llama: Catalina. Su hermana explica que no juega mucho; sólo allá en su pueblo, en el campo. Le gusta la tortilla, el arroz, pero no ha probado otros alimentos.

No hay censos sobre los niños, niñas y adolescentes que trabajan en la calle o viven y trabajan en la calle; aquellos a los que llamamos “niños de la calle”.

Según un estudio elaborado en 2011 por la entonces Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana, hay entre 16 mil y 100 mil menores trabajando y viviendo, o sólo trabajando, en las calles de la zona metropolitana de la ciudad de México.

Lo que las autoridades sí han identificado es que precisamente estos niños que, ya sea porque vienen huyendo de la violencia en sus casas o, como es el caso de Catalina, sus padres trabajan en la calle, son precisamente los más vulnerables frente a las redes de trata de personas con fines de todo tipo: mendicidad, trabajo forzado, explotación sexual. 

Google News - Elgrafico

Comentarios