Daniela se pierde entre violencia

16/06/2015 14:18 Actualizada 14:21
 

Pasaban de  las 11 de la noche del 10 de marzo de 2015 cuando Laura Curiel recibió un mensaje de WhatsApp en su celular. Era de su hija Daniela Mabel Sánchez Curiel, de 20 años.

Daniela vivía en la casa de los papás de Cristian, su pareja. Ambos, muy jóvenes, tenían un niño de tres años. Los tres, Daniela, Cristian y su pequeño dormían en un cuarto con una cama matrimonial y una cuna. Sin embargo, las cosas no iban bien. Laura sabía de algunos episodios de violencia, pero no “qué tan graves eran, hasta ahora que desapareció”.

Sabía que su hija y Cristian ya no eran pareja, Daniela incluso había comenzado otra relación. Laura le había ofrecido que se regresara a la casa a vivir con ella. Y Daniela había aceptado.

En esas estaban cuando Laura recibió aquel mensaje.

—¿Qué pasó?, preguntó la madre. 

Daniela respondió que ella y Cristian ya se iban a separar definitivamente y que calculaba dejar la casa de sus suegros, localizada en Santa Cecilia Tlalnepantla, estado de México, en unas dos semanas. Pero esa noche Cristian estaba enojado y cuando ella llegó de trabajar él se salió con el niño. Dijo que iba “a la tienda”, pero ya habían pasado unos 40 minutos y no regresaban.

—¿Y los papás de Cristian?

—Están dormidos.

Madre e hija se siguieron mandando mensajes por casi 1 hora más, hasta que, ya en la madrugada del 11 de marzo, Daniela le informó que Cristian y el niño ya habían llegado.

A la mañana siguiente Laura le envió un mensaje a Daniela. Daniela no contestó. Le marcó, pero el teléfono enviaba a buzón. Pasó así la tarde, la noche. Laura buscó a algunas amigas de su hija, éstas le comentaron que Daniela no había ido a trabajar.

Finalmente Cristian se comunicó con Laura. Él dijo que Daniela se había ido de la casa, a vivir con su madre o una tía (hermana de Laura). Pero la joven había quedado de pasar por el niño más tarde y ahora no contestaba el teléfono.

Días después Laura visitó la casa de Cristian. La cama matrimonial ya había sido cambiada por una individual. Examinó las cosas que Daniela habría dejado: ropa nueva, sin estrenar. Documentos personales estaban ahí, casi a la vista. Cristian aseguró que ella había empacado en bolsas de basura.

Después, Cristian le pidió la contraseña del Facebook de Daniela.

—Yo no la tengo, respondió Laura.

—Es que Daniela puso su cuenta de correo como cuenta de seguridad, así que usted puede acceder a la cuenta.

Esa misma tarde, en compañía de un sobrino, Laura se fue a un café internet. Se tardó muchas horas, pero al fin logró entrar al Facebook de su hija. Ahí encontró tres conversaciones fechadas el 11 de marzo de 2015, el día que su hija desapareció, en las cuales, explica Laura, halló muchas incongruencias. Por ejemplo, a una amiga le asegura que estaba con un desconocido en un hotel y que tenía miedo. 

Pero Laura observó un detalle: la persona que escribe desde la cuenta de su hija asegura que su celular se cayó en el jacuzzi y está chateando desde otro aparato. Sin embargo, en los mensajes se especifica: “enviado desde el celular”.

Otro mensaje fue enviado a la pareja actual de Daniela, un joven de apellido Estrada. En éste, Daniela asegura que está en casa de su tía y luego agrega que la tía fue a casa de la abuela. Pero la tía y la abuela viven juntas. Por este y otros detalles Laura sospecha que no fue Daniela quien envió esos mensajes la tarde del 11 de marzo desde el celular de su hija.

“Pero lo que más me hizo sospechar fue el niño”, agrega Laura. Un día, el menor comienza a golpear a Laura y le dice que no quiere que nadie le pegue ni lo lastime como su papá, que le pegó a su mamá con un martillo. Que su papá lastimó a su mamá con ayuda de su “tío Juan”.

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