Nadia Citlalli, una madre perdida

07/04/2015 03:00 Lydiette Carrión Actualizada 22:05
 

Nadia Citlalli Salazar Vázquez desapareció del interior de su domicilio en Las Américas, Ecatepec, estado de México, el 22 de agosto de 2012. Sus padres saben que no se fue voluntariamente, ya que dejó a su esposo y tres hijos solos. La pista más relevante ocurrió en septiembre de 2013 cuando una llamada entró a su celular. Pero jamás se siguió esta pista y hace dos meses el número de Nadia Citlalli fue reasignado a un nuevo usuario.

El último que la vio fue su esposo Noé, quien refirió que él salió a dejar a los dos hijos mayores a la escuela, mientras Nadia, de entonces 30 años, terminaba de arreglarse y cuidar al más pequeño, un nene de dos años. Pero cuando Noé regresó encontró al bebé solo.

—Oye Nadia, ¿dónde estás?, le escribió en un mensaje de texto.

—Ya me adelanté.

—¿Cómo que ya te adelantaste?

—Es que ya se me hacía tarde.

Nadia iba a un curso de capacitación de Telmex. Noé dejó las cosas así y continuó con sus deberes.

Las alarmas se encendieron hasta las 11:00 de la mañana, hora a la que Nadia debía llegar al negocio de sus padres, un restaurantito en el Distrito Federal. Ya la esperaba ahí su papá, Roberto Salazar, y Noé. Pero Nadia no llegó.

Pasadas las 11:00 de la mañana comenzaron a marcarle al celular. Estaba apagado. Ese mismo día, después de las 7:00 de la noche, el señor Roberto recibió un mensaje de texto desde el celular de la hija, que refería más o menos lo siguiente: “No se preocupen por mí, voy a estar bien, por favor cuiden a mis hijos y a Noé”.

Al día siguiente la familia comenzó a buscarla. Tramitaron por debajo de la mesa la sábana de llamadas de su hija, como hacen muchos familiares de desaparecidos. El último mensaje había sido enviado desde su propia casa, en Las Américas, Ecatepec. El señor Roberto identificó a dos posibles sospechosos: un vecino con el que ella había intercambiado algunos mensajes de texto y Érik, un compañero del Bachilleres.

Pasaron los días, los meses. Durante todo ese tiempo la familia de Nadia puso crédito al celular de ésta por si necesitaba comunicarse. Y cada día alguien de la familia marcaba el número, esperando que diera línea, que alguien contestara. Pero el aparato siempre estuvo apagado… hasta mediados de septiembre de 2013.

En esa ocasión, Paola —hermana de Nadia— marcó el número. Dio línea. Un hombre contestó.

—Por favor con Nadia.

—Número equivocado, respondieron.

Paola, ofuscada, colgó. Lo pensó de nuevo y volvió a marcar. El teléfono dio línea de nuevo, alguien contestó el aparato, pero no habló. De ambos lados hubo silencio.

El teléfono fue investigado. Así se supo, en aquel entonces, que el aparato se encontraba en una casa al sur de la ciudad de México: una residencia con bardas electrificadas de la que salen y entran automóviles.

El agente a cargo de la investigación les pidió entonces “una semana” para investigar.

No hubo orden de cateo ni mayores investigaciones. Pasaron los meses y no hubo nada. Finalmente, el agente aseguró que no había nada raro en aquella casa. Hace un par de meses el número telefónico de Nadia fue finalmente asignado a otro usuario.

Las últimas líneas de investigación se han esfumado tan rápido como han venido: una persona aseguró haber visto a una mujer muy parecida a Nadia en una farmacia de Tehuantepec, Oaxaca. La policía acudió y revisó los videos disponibles. En ellos se veía a una mujer muy parecida a la joven entrar al establecimiento; una mujer embarazada. Pero Nadia ya no podía tener más hijos.

Hace apenas unas semana, los agentes de homicidios en el DF visitaron a la familia. Un cuerpo de mujer había sido hallado. Roberto Salazar, padre de Nadia, vio las fotos y no supo si era su hija o no. Laura Vázquez, la madre, fue a verlo en persona. No era su hija, ya que Nadia tiene una cicatriz de cesárea y el vientre del cuerpo que examinó estaba sin marca. Su búsqueda continúa.

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