Su chorro tibio en mi lengua...

Sexo 30/11/2016 05:00 Anahita Actualizada 05:04
 

Si los dioses tocaran un instrumento, sería la guitarra; entonces, José era un dios. Sus dedos despertaban emociones en las cuerdas, rasgando con fuerza o digitando con ternura. El público en la Alhóndiga enloquecía aquella noche cervantina.

Su melena se atravesaba entre sus ojos y la gente que admiraba su ejecución. “Quién fuera flamenco”, pensaba, para ser el motivo de su boca entreabierta, sus ojos cerrados y ceño marcado. “Quién fuera guitarra”, me dije, donde él nace y se muere como en un orgasmo.

Así terminó el concierto y la asistencia se elevó en aplausos, pero yo ya estaba afuera a la espera de Lucy, que me presentaría a este pedazo de artista.

Reunidos en la casa de mi querida guanajuatense, no faltó la tertulia musical; el vino se repartían con embeleso, como el que dejaron en mí sus besos en cada mejilla, y el sonrojo apareció cuando me regaló un guiño.

Yo quería lamer el hilo de sudor que atravesó su quijada ensimismado en la cadencia de su bulería; mi respiración se tornó cachonda de imaginarlo y deseaba que acabara la función para acercarme a ese ídolo.

Acaparado por los invitados, de inmediato, tomé un vaso de agua y se lo ofrecí; “qué oportuna, hembra, muchas gracias”, respondió y le acerqué una servilleta en la que enjugó la transpiración de mis pecados.

Gentil, sujetó mi brazo y nos fuimos al balcón para refrescar ese empeño magistral; llegó Lucy con dos copas de tinto y se retiró tan pícara, que ambos experimentamos una timidez inquietante, para después brindar y platicar a sabiendas de que esa noche no pasaría inadvertida.

Departiendo cada quien por su lado, nos lanzábamos miradas, el vino hizo efecto y la inhibición fue desapareciendo cuando la madrugada envolvió la festividad; casi al amanecer, la gente comenzó a retirarse.

Unos cuantos nos quedamos conversando y José se sentó a mi lado; fue cuando sus roces en mis palmas, mi pelo y mi cara simularon una de sus interpretaciones.

“No más vino”, me dijo al oído, “porque quiero estar sobrio para lo que deseo hacerte en uno de esos cuartos”. Se levantó, me dio la mano y cuestionó discreto a la anfitriona; sonriente, ella indicó una puerta y le seguí el paso a mi almeriense que ya había agarrado la guitarra.

Tomé mi bolsa y entramos poniendo el seguro del picaporte; temblorosa, me senté en la cama, en un rincón colocó delicadamente el instrumento y, de igual manera, empezó a desnudarme y me dejé llevar con sus labios en mi cuello, mientras yo escarceaba su melena.

Los dos sin ropa y sobre las mantas, José hundió su boca entre mis senos y mis dedos se aferraron a su espalda; mi pubis sentía su pecho velludo y jadeante al rodearlo con mis piernas, y sosteniéndose en mis hombros, él lamía mis areolas y yo cadenciosa le restregaba mi sexo.

Se elevó sublime hacia mi boca y continuó hasta que el trozo firme y caliente palpó mi vientre; tomé el preservativo, se lo di, y sin despegarse de mi anatomía y yo con mis labios en su garganta, se lo puso habilidoso.

Besándonos despiadadamente, se clavó en mi carne y me sometió con su brazo penetrándome con la mirada… Su ceño volvió a fruncirse como en aquel escenario y me embistió gimiendo y arrojando su cabeza en cada empellón.

Mi cuerpo zanjaba el colchón y yo apretaba sus nalgas suplicando que siguiera partiéndome en dos. Y a punto de venirse, se zafó de mi hueco, regresó a mis pechos y viajó a mi vagina, abrió mis piernas y me hizo un oral, que tuve que morder mi antebrazo para acallar mi sonora lujuria.

Reventé en su boca y se extasió con mi lubricación, mientras observaba mi frenesí. Y como entre una y otra de sus ejecuciones, tomó un descanso con su faz posada en mi torso, bebió mi sudor y yo sequé el de su cara con mis manos, que lamí cumpliendo mi capricho.

Al ver tal detalle, lascivo me comió los labios y se quitó el condón; refregó su miembro en mi abdomen y lo apresó para luego incorporarse, hincarse frente a mí y comenzar a provocarse el derrame con chasquidos impertinentes y estremecedores. 

Ansiaba su leche y le pedí una y otra vez que me la diera. El ritmo de su mano se intensificaba como cuando desgarraba las cuerdas en el clímax de una pieza flamenca y entre sus rizos, vi el gesto endemoniado que avisaba la explosión, hasta que el chorro tibio cayó en mi lengua…

Desnudos, se nos fue el tiempo con sus canciones, rematando con “Bésame mucho” a través de las hebras de su guitarra e, inevitablemente, volvió a poseerme.

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